Abundan en la política chilena candidatos y postulantes a ocupar los cargos públicos. Pero éste no es un tiempo es que se defiendan idearios, proyectos de cambio, ni se destaquen líderes o genuinos conductores. Como se ha señalado tantas veces, los dirigentes actuales se han hecho rehenes de sus ambiciones desmedidas, de lo que determinan las encuestas y de lo que suena “políticamente correcto”. Lo que finalmente siempre resulta aguachento, sin audacia y muy oportunista.
Si en algo se demarcó nuestra historia de la rutina política de otras naciones, especialmente de aquellos regímenes perpetuos y autoritarios que tanto han asolado a América Latina, fue la oferta notable de estadistas que organizaron partidos, propusieron grandes transformaciones, fomentaron la organización social y fueron capaces de congregar a cientos de miles de militantes y partidarios que hicieron de la política una insigne actividad humana, al ritmo de un pueblo movilizado, vigilante y celoso de su soberanía. De cierta forma orgulloso de quienes lo convocaban.
Entre el gobierno actual y los que lo precedieron no se descubren diferencias sustantivas, pese a la crítica acerba y cruzada entre aquellos que completaron cuatro períodos presidenciales y los que ahora enteran dos años enLa Moneda. Tantoen Chile como en el mundo, lo cierto es que sólo existen persisten diferencias sutiles entre las posiciones socialdemócratas o centro derecha. Incluso, es posible comprobar en regímenes conservadores realizaciones con más sentido social que las logradas por quienes en una época fueron hasta vociferantes vanguardistas. Desgraciadamente, cuando las izquierdas se apoltronan en el poder no resisten la tentación de ganarse la confianza de aquellos referentes más reaccionarios de la economía, de los medios de comunicación y de las potencias e instituciones gendarmes. El propio gobierno de Sebastián Piñera se animó a emprender algunas reformas que sus antecesores se negaron o temieron realizar, como eliminar las asignaciones para la salud que debían pagar los jubilados de escasos ingresos, extender el derecho postnatal y, ahora, abogar por un ingreso “ético” familiar mínimo que signifique algún alivio para las 160 mil familias más pobres del país.
Pero ello, ciertamente, no le dará el título de progresista a la actual administración, pero estas realizaciones por lo menos podrían haber logrado que sus antecesores renovaran su discurso y subieran su oferta política a un país que sigue manifestando los niveles mundiales más altos de inequidad y de desencanto colectivo. Ello debe explicar que las mismas encuestas señalen que la disposición mayoritaria de los ciudadanos es a abstenerse en los próximos comicios. Como que el desprecio popular a los referentes del oficialismo y dela Concertaciónsupere, incluso, el repudio abrumador que le espetan los sondeos a nuestro Primer Mandatario.
Definitivamente, son muy sutiles las diferencias de unos y otros adeptos a las políticas neoliberales, como a la institucionalidad vigente. Por lo mismo que ya completamos 22 años marcados por la misma mediocridad y su consecuente adopción de medidas insuficientes que no resuelven ni temporalmente los problemas. Más de dos décadas en que se ha rechazado la posibilidad de una Asamblea Constituyente y ala Constitución heredada dela Dictadurade Pinochet sólo se le han aplicado enmiendas menores que no cambian su naturaleza autoritaria, ni logran un sistema electoral de generación genuinamente democrática de los representantes en el Parlamento. Que sigue limitando el voto universal de todos los chilenos mayores de edad, que le asigna al dinero una influencia desmedida en la selección de candidatos, además de despreciar el plebiscito y las consultas ciudadanas en cualquier ámbito.
Sucesivas y mediocres reformas tributarias sin intención alguna de corregir las escandalosas diferencias en el ingreso, limitar la usura del sistema financiero y las indecorosas ganancias de las empresas mineras y de servicios básicos. Como tampoco la voluntad de suprimir ese beneficio que todavía se les otorga a las Fuerzas Armadas, haciéndolas receptoras del 10 por ciento de las ventas de nuestra minera estatal, con lo cual sus asignaciones fijas y variables nos han puesto, en el Continente, a la cabeza del gasto militar y la adquisición de armamentos. Además, por cierto, de la pusilanimidad de todos los últimos gobiernos respecto del desafío de una superación definitiva de nuestros litigios fronterizos, para lo que se necesita de verdaderos estadistas, latinoamericanistas y patriotas.
Débiles reasignaciones en el presupuesto nacional que siguen sin hacerse cargo de los recursos que se necesitan para corregir las horribles desigualdades se nuestro sistema educacional y comprometer al Estado en la preparación de buenos profesores, cuanto de una formación pública de calidad en todos los niveles. Cinco gobiernos sucesivos en que se privilegia y no se regula adecuadamente a los establecimientos privados que lucran con un derecho humano esencial.
Una vergonzosa normativa medioambiental que le otorga a los gobernantes de turno y al lobby empresarial la facultad de hacer prosperar toda suerte de despropósitos en desmedro del territorio, recursos naturales y equilibrio de nuestros ecosistemas. Políticos y medios de comunicación que se corrompen con las coimas y contratos publicitarios de poderosas compañías que llegan al desparpajo de reconocer públicamente lo que le asignan a las campañas políticas y la elección de parlamentarios, ediles y concejales dóciles. Mediocres, aunque aspavientosas, medidas de mitigación y multas que nunca logran detener o paliar el enorme daño provocado por edificaciones que vulneran los proyectos originales, que no consultan a las poblaciones aledañas y que derivan en enormes trastornos viales y a la salud pública.
Incapacidad crónica del sistema judicial y de las policías para garantizar la seguridad pública. Recursos millonarios para acentuar la represión y adquirir medios de disuasión cada vez más drásticos para reprimir las manifestaciones populares, pero no para prevenir una delincuencia que tiene origen en la falta de oportunidades laborales para los jóvenes, como en un sistema carcelario sin recursos para rehabilitar a quienes han delinquido. Supresión de las condenas de cárcel para los delincuentes de “cuello y corbata” que asaltan masivamente a los consumidores y afectan la fe pública, como apenas se le hacen retoques a la absurda y criticada jurisdicción de los tribunales castrenses. En un país que sigue segregado por la justicia que se le otorga a civiles y militares, como a los pobres y ricos. Tal como existe una magnífica previsión para los uniformados, al mismo tiempo que un horrible destino para los pensionados de las AFP; clínicas militares y exclusivas excelentemente bien equipadas, versus hospitales completamente colapsados en su capacidad de atender efectivamente a los pacientes y evitar que tantos chilenos mueran antes de ser siquiera atendidos.
Políticos mediocres y ensimismados, sólo capaces de ofrecer mediocres soluciones, cuando no completamente tardías, como la reciente Ley Antidiscriminación, por la cual los gobiernos y los legisladores del duopolio político y sus adláteres en el Parlamento se tomaron más de 8 años de discusión. El mismo tiempo que tomó la propuesta de hacer automática la inscripción en el sistema electoral y dejar voluntaria, ahora, la concurrencia a sufragar. Una medida que acaba de sumar a unos cinco millones de chilenos en los registros, pero que ha instalado la incertidumbre, cuanto no el terror, en la clase política respecto de algo inminente cuando campean la mediocridad y la monotonía en la oferta política: que los que se abstienen o anulan su voto sean más que los que vuelvan a entregarle confianza a los consabidos candidatos y partidos. Si es que no se asume, frontalmente, que el país necesita de nuevos referentes, cuanto de verdaderos líderes y propuestas que resulten verdaderamente sensibles a las demandas pendientes, después del estrepitoso fracaso de las políticas de quienes ya están ajados y resecos intelectualmente en su interminable cogobierno. Directrices que se han propuesto aumentar la riqueza, pero sin repartirla. Ufanarse de la democracia, sin practicarla.