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Despenalizando la Natura

Columna de opinión por Catalina Rebollo
Lunes 3 de diciembre 2012 17:36 hrs.


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Una semilla de colores pardos, pequeña, de unos de 3 milímetros. Se siembra en la tierra, se riega, germina. Al poco tiempo brotan las primeras hojas tornándose al sol. Su forma estrellada, famosa en el mundo, ha servido como símbolo tanto de prohibición como de reivindicación. Es una planta de marihuana, cannabis, cáñamo, maría, macoña, marijuana, weed o como se quiera, y es ilegal.

Pero su ilegalidad ha sido puesta en juicio reiteradas veces en el último tiempo. De hecho, son cada vez más los estados y países que prefieren regular su consumo y sacarla de la clandestinidad. Es que no se puede hacer oídos sordos a datos cada vez más contundentes sobre la realidad del consumo, sus propiedades medicinales y los problemas entre ilegalidad y narcotráfico.

Según las Naciones Unidas, la marihuana es la sustancia ilícita más consumida en el mundo. En 2004, se estimó que aproximadamente el 4 por ciento de la población mundial adulta (162 millones de personas) consumían  marihuana anualmente, y alrededor del 0,6 (22,5 millones) lo consumían a diario.

Es que esta planta, considerada sagrada en varias culturas, ha acompañado a la humanidad desde tiempos remotos. Los primeros registros que se tienen de su uso, datan del 2737 A.C. en China. Su condición divina y curativa,  tiene una gran presencia en otras culturas de oriente, especialmente en la India, así  como en los países árabes, especialmente en Egipto y Marruecos.

La prohibición que actualmente ronda a esta planta no cuenta con más de 75 años. Fue impulsada por Gran Bretaña junto con la prohibición del opio en un intento por controlar las tradiciones de las masas populares en sus colonias, especialmente en Egipto, quienes se resistían a la introducción de la costumbre etílica inglesa, enarbolando la cannabis como símbolo de resistencia.

Pero lo cierto es que, la prohibición de la producción y consumo de esta planta, terminó por consolidarse por cuestiones económicas. Intereses particulares para detener el auge y desarrollo de la industria del cáñamo, como fibra de gran utilidad y escaso coste, gracias a los nuevos adelantos técnicos, hicieron que se manifestaran las influencias de los productores de algodón en el gobierno estadounidense. Bajo este escenario es que en 1937 se promulga la “Marijuana Tax Act”, extendiendo la prohibición, mediante campañas y propagandas del terror asociadas a sus efectos nocivos para la salud y sociedad, al resto del mundo.

En la actualidad, son múltiples los estados que cuestionan los reales favores de la prohibición y las políticas anti drogas. ¿Es que acaso una planta, que ha traído tantos beneficios a la humanidad, puede permanecer en la clandestinidad  por tantos años y bajo argumentos infantiles e intencionados?

Y cuando me refiero a sus bondades no hablo sólo del uso terapéutico y recreacional, permitido y regulado por el Estado. Este paso ya se está dando bajo la escusa del uso medicinal de sus compuestos y ha sido la puerta para comenzar a abrir  la posibilidad de despenalizar su consumo en Estados Unidos, mientras que otros países como España, Holanda y Argentina ya llevan la delantera, en entender el consumo como una opción personal y libre de cada individuo.

Me refiero, más bien, a lo absurdo de condenar a una planta a la clandestinidad. Es como si, de pronto, nos orientáramos a prohibir todas las especies vegetales y animales que tiene algún efecto psicotrópico, estimulante, alucinógeno, lisérgico, aletargante, narcótico, etc. Que abundan en la naturaleza. Entonces, de pronto, nos veríamos llevando a la extinción a especies de anfibios, cortando lianas en la selva para eliminarlas, erradicando hongos, flores y cactus alrededor del mundo. ¿A caso tenemos el derecho de calificar como inapropiado alguna consecuencia que ellas puedan tener en la psique y el cuerpo humano? ¿No sería más sabio y prudente conocer sus efectos, dosis, usos y contextos para entregar información apropiada a los usuarios?, considerando que de una u otra manera se las arreglan para alcanzar estas sustancias.

Cada especie en la tierra tiene un propósito y unas cualidades. Sirven al ser humano en cuanto éste logre entender su espíritu, sus beneficios. Culturas milenarias vieron en el cannabis efectos benéficos para la salud, los que hoy son comprobados científicamente por su eficacia en variados ámbitos médicos como: la disminución de las nauseas producidas por tratamientos como la quimioterapia, estimular el apetito en pacientes con anorexia y reducir la presión ocular asociada al glaucoma. Es un potente inmunomodulador, neuroprotector y anti-inflamatorio  por lo que es ideal para enfermedades neurológicas y auto inmunes. Reduce el miedo, los temblores, el insomnio y tiene numerosos efectos positivos en personas con esclerosis múltiple. Estudios sugieren que puede ralentizar otras  enfermedades neurológicas como el Alzheimer. Además, una investigación reciente ha mostrado que el cannabis puede tener efectos muy beneficiosos contra el cáncer. El principio activo del hachís se ha mostrado capaz de acabar con las células cancerígenas, de matarlas y, al mismo tiempo, mantener vivas las que están sanas.

Si en mi jardinera y entre mis hierbas tengo, melisa, menta, orégano, caléndula, salvia, manzanilla, malva rosa, hierba buena, con las que puedo hacer infusiones a diario para calmar distintos males,   ¿acaso no debiera tener una gran mata de marihuana, para aprovechar su infinidad de beneficios médicos? ¿Qué me lo impide? ¿Una ley? ¿Inventada por quien? ¿Para que? ¿Con que fin? ¿Con que lógica?

Claramente las políticas represivas y prohibicionistas no han logrado avanzar en sus objetivos. Por el contrario, han provocado males aun peores que los que se les atribuyen a la marihuana. Principalmente, la clandestinidad a la que se someten los consumidores y el mercado negro asociado a bandas de narcotráfico que se dedican a la comercialización del cannabis a cambio de  elevadas sumas de dinero. Tal parece que, más que beneficiar a la humanidad, las leyes antidrogas son un buen negocio para unos pocos y un gran mal para quienes se ven envueltos en sus redes.

Por suerte, la tendencia parece indicar que estamos cada vez más cerca de despenalizar y regular la producción y el consumo de marihuana. Uruguay ha sido de los últimos países en dar este gran paso y la lógica apunta a seguir en aquella dirección, donde cada individuo es libre y responsable de sus decisiones como consumidor.  Que los recursos utilizados en la fiscalización actual  sean destinados a causas más pertinentes y meritorias. Que sean destinados a la educación de seres humanos autónomos, conscientes y capaces de discernir sin imposiciones foráneas, para un mundo más sano, libre y respetuoso.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.