Hace algunas semanas se dieron a conocer las conclusiones de la primera Encuesta Longitudinal de la Primera Infancia, encargada por el Ministerio de Trabajo y Previsión Social. Y el diagnóstico fue lapidario: la profunda brecha social que existe en la población de nuestro país se funda en los primeros meses de vida de los niños y se consolida, de forma irreversible, a los cinco años de edad.
Esta constatación pone los pelos de punta, pues alude a una especie de destino predeterminado marcado por el lugar de nacimiento. Produce estupor porque desmorona los discursos que alaban la igualdad de oportunidades y la meritocracia, pilares de la sociedad del “trabaja duro para tener éxito”.
El problema no es sólo de Chile. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año, 200 millones de niños menores de cinco años no alcanzan su máximo potencial cognitivo y social. ¿Y cómo lograrlo si este desarrollo está directamente influido por el entorno y la estimulación que reciben incluso desde antes de nacer? La misma OMS señala que los principales factores de riesgo en la Primera Infancia son la malnutrición y la carencia de oportunidades de aprendizaje.
Si bien, con el correr del tiempo las políticas públicas en Chile han intentado resguardar el desarrollo del infante aplicando medidas como la ampliación del posnatal, todavía existen baches cotidianos que ayudan a perpetuar esta brecha. En cuanto a la nutrición, sabemos que el precio de los alimentos se incrementa progresivamente, mientras el sueldo mínimo apenas pasará los 200 mil pesos. Los productos con nutrientes de calidad, sin altos contenidos de sodio, azúcar o colorantes tienen un valor mayor, al que por lo menos no puede acceder el millón de personas que sólo tiene ingresos mínimos. Y el panorama en los establecimientos educaciones no es muy distinto. En una fiscalización realizada a principios de 2013 a escuelas municipales y subvencionadas, la Junaeb detectó que 466 casinos no cumplen con los estándares necesarios para otorgar una atención de calidad. ¿Las razones? Los equipos de frío no funcionaban a la temperatura correcta, las bodegas donde se almacenaban los alimentos no estaban lo suficientemente limpias y el nivel de capacitación de las manipuladoras no era óptimo. Así laboran día a día estos lugares donde se alimentan los hijos de la población más vulnerable.
Por otro lado, el sistema de Jardines Infantiles tampoco da abasto para complementar los procesos de aprendizaje de los niños. De hecho, muchas madres optan por no enviar a sus hijos a estas instituciones, pues los horarios de guardería son restringidos y, por lo general, no calzan con las jornadas laborales. Las cifras son claras en este sentido: el 76,6 por ciento de los niños menores de dos años no asiste a este tipo de establecimientos, así como tampoco lo hace el 47,2 por ciento menor a tres años y el 18,7 menor a cuatro, de acuerdo a la misma encuesta longitudinal encargada por el Gobierno.
Con este panorama resulta un poco difícil creer que las diferencias pueden ser superadas dentro de un sistema educacional extremadamente segregador que no permite que quienes tuvieron una ventaja “de cuna” puedan compartir el acervo cultural y estimular de forma positiva a quienes tuvieron menos “suerte”. ¿Qué se puede hacer por estos niños entonces en la escuela secundaria o en la enseñanza superior? Perdonando las excepciones, me temo que muy poco. Ese es el punto aterrorizador de los resultados de esta encuesta. Tal como está engranada la sociedad chilena en la actualidad, no habrá reforma o política alguna que logre aminorar estas brechas si no se pone el foco en la Primera Infancia. Los mecanismos pueden ser muchos. La promoción de una inyección de recursos a las entidades encargadas de la formación infantil podría ser una respuesta. Sin embargo, este financiamiento no podría quedarse sólo en los montos y tendría que estar supeditado a un proyecto a largo plazo, que tuviera objetivos y énfasis específicos en relación a lo que queremos como ciudadanos para nuestros niños. De no ser así, no hay educación de calidad que valga cuando las raíces están torcidas.
Estas elecciones podrían ser la oportunidad para presentar propuestas en esa línea no sólo para los próximos cuatro años, sino que pensando en un proyecto país que trascienda a nuestras generaciones. Porque aunque la igualdad estuviera constitucionalmente garantizada, sólo podría ser real si todas las personas despertaran a la vida en las mismas condiciones…desde la cuna.