Hablar de que se cumplen 40 años del golpe de Estado y de lo que eso significa, hablar de impunidad, no siempre es fácil. No es extraño encontrarse con personas que miran con hastío, y acusan rápidamente de estar quedándose en el pasado. ¿Hasta cuándo nos van a seguir hablando de esto? ¿No ha pasado ya suficiente tiempo, no es mejor preocuparnos de los problemas de hoy?, se preguntan muchas personas en la calle, y posiblemente también usted, mientras lee estas líneas.
Es cierto que las gravísimas violaciones de derechos humanos cometidas en Chile entre 1973 y 1990 sucedieron hace ya mucho tiempo y que si bien no es posible decir que en los gobiernos democráticos no se han cometido violaciones de derechos humanos, al menos no han sucedido con la sistematicidad y masividad de entonces. No obstante, un pasado así de doloroso no puede dejarse atrás sin más. No puede y no debe. El pasado, inevitablemente es parte del presente y determina nuestro futuro como sociedad. La manera en que esa determinación se produzca dependerá absolutamente de la manera en que actuemos, de las decisiones que tomemos.
El pasado se puede trasladar de una manera positiva, si aprendemos de él. Si el Estado se compromete con la defensa de los derechos humanos y adopta todas las medidas necesarias para impedir que algo así vuelva a suceder. Tres son los elementos fundamentales para lograrlo: verdad, justicia y reparación para todas las víctimas y sus familiares. Como parte de las medidas de reparación, el Estado debe asegurar la memoria histórica y el respeto a los derechos humanos en el futuro, dando garantías de no repetición.
Pero el pasado también se puede trasladar de manera dolorosa y negativa si lo anterior no se hace. Lamentablemente, hoy en Chile podemos dar varios ejemplos. Quizá lo más obvio es la ausencia de verdad, justicia y reparación para todas las víctimas y sus familiares. La falta de mecanismos permanentes de calificación de casos de violaciones a los derechos humanos, la vigencia del decreto ley de amnistía, la aplicación de la “media prescripción”, el hecho de que la mayor parte de los condenados por crímenes de la dictadura no cumplirán ni un solo día de cárcel. Una situación frustrante para las víctimas y sus familiares, hasta el día de hoy, pero también para todos quienes componemos esta sociedad y nos indignamos al ver que no hay justicia.
Pero también podemos citar ejemplos más actuales, mas “del presente”. Debiera preocuparnos como sociedad que estemos acostumbrándonos a las imágenes y denuncias de violencia policial después de cada manifestación. Estos actos de violencia están quedando también impunes. La frustración es aún más fuerte al ver que estos casos, cuando son llevados ante la justicia, son vistos por la justicia militar y por tanto en su mayoría quedan sin sanción. Así, la impunidad de ayer se perpetúa hoy y la herida se mantiene abierta. Puede que esta violencia sea menos sistemática y menos masiva, pero se transforma en un riesgo desde el momento en que parece estar enviando una señal persistente: si un Carabinero hace uso excesivo de la fuerza en contra de un manifestante, no importa tanto, o importa mucho menos que cuando la violencia se da en el sentido contrario.
Por ello, debemos mirar el futuro sin perder de vista el pasado. Por eso terminamos con un último ejemplo con mirada a futuro. Es fundamental mantener la memoria histórica: si no aprendemos del pasado, corremos el riesgo de repetirlo. Es necesario contar con políticas claras de creación y mantención de sitios de memoria, de educación en derechos humanos, de difusión completa de nuestra historia reciente. Necesitamos hacernos cargo de las heridas que dejaron y siguen dejando las violaciones a los derechos humanos.
Todo esto no es “cosa del pasado”: urge tomar medidas hoy, para asegurar que en el futuro vivamos en una cultura de promoción y respeto a los derechos humanos de todas las personas. Sólo así podremos decir “nunca más” con verdadera fuerza y convicción de que es una promesa que se va a cumplir.