“En mi condición de Intendente y de llamarme Huenchumilla Jaramillo, abarcador de ambos mundos, vengo en pedir perdón al pueblo mapuche por el despojo que el Estado de Chile le hizo de sus tierras (…)”. No se puede sino estar de acuerdo con que el gesto de reconocimiento del nuevo intendente de la región La Araucanía, Francisco Huenchumilla, se inscribe como un hecho sin precedentes en la historia de Chile. Lo que se ha entendido como petición de perdón al pueblo Mapuche por parte de la autoridad estatal, la por fin puesta en discurso de dimensiones de mayor complejidad sociohistórica y consecuentemente de la responsabilidad del Estado en el origen de un conflicto que hoy se expresa sintomáticamente en dicha región, constituye sin duda un movimiento tendiente a la apertura de los estrechos márgenes que desde siempre han condicionado la situación, o más bien, han situado la condición subyugada de los mapuche en nuestra sociedad. En otras palabras, como ha señalado esperanzado Pedro Cayuqueo, el gesto del intendente apunta a llevar la estigmatizada lucha territorial mapuche “a un plano mucho más ciudadano, de conquista de derechos civiles, culturales y políticos”. (http://goo.gl/AqwJxA)
Más allá de que Huenchumilla sea o no un aparecido en la causa, sea o no un “devenido” en su etnicidad y puedan variables de ese tipo levantar desconfianzas en algunos sectores mapuche acerca de su real compromiso, creo sin embargo que una fuente profunda de ambigüedad –trasfondo de todo lo político– por la cual sospechar o al menos estar más atento, emerge desde lo que con el discurso oficial se deja de hacer y decir cuando se hace y se dice lo que se dice. Las palabras y su formalidad en estos casos no son irrelevantes y uno se pregunta por qué Huenchumilla dice con una intrigante modalidad “Vengo en pedir perdón”; de dónde (y a dónde) viene el intendente: ¿De la ciudad al campo? ¿De la intendencia a la comunidad? ¿De La Moneda a la ruka? ¿De la conciencia al órgano libidinizado?
Si se considera que alrededor de un 80% de la población mapuche vive hoy en los grandes centros urbanos, una gran proporción en Santiago, emplazados desde hace al menos 3 generaciones de migración forzada -consecuencia del despojo que Huenchumilla asume como Estado- en los barrios más pobres y marginales de la ciudad, insertados laboralmente en trabajos de carácter residual, o sea, si se dimensiona el significado actual, corporal, experiencial y deslocalizado del despojo, sería justo y meritorio que fuera la máxima autoridad de la República quien pidiera perdón y no un “emisario” en un lugar donde la mayoría ya no está.
Si el intendente no corre con colores propios –como parece hacerlo con sus últimas declaraciones sobre la necesidad de una Constitución política de carácter plurinacional–, entonces la alocución “vengo en pedir perdón” podría entenderse como viniendo del Estado-nación chileno en actitud de pedir perdón (y este matiz es importante notarlo, porque ir en pedir perdón no es lo mismo que ir a pedirlo, más definitorio) a un Otro que supone encontrar allí, en una frontera –no olvidemos: borrada a punta de fuego, sangre y colonialismo, y negada performativamente con todos los mecanismos institucionales de inmunización y dominio durante 130 años. La gran mayoría de las y los mapuche víctimas del despojo ya no está del otro lado de esa frontera simbólica y fantasmal, y Huenchumilla Jaramillo “abarcador de ambos mundos” alegoriza trágicamente dicha realidad al trazar en el espacio una frontera que lleva dentro de sí mismo, que lo constituye desde el origen. Sin embargo lo relevante es que el gesto geopolítico le sirve al discurso oficial para circunscribir el conflicto, encapsularlo y, en términos de “arrepentimiento”, relocalizarlo, fijando a su vez la identidad histórica del “otro” para mantener así su control.
Sostenerlo, reducir el conflicto a nivel local supone evidentemente no reconocerlo como una problemática nacional, cuyas resistencias y valores divergentes respecto de una idea de lo común, del territorio y los recursos naturales pudiese interferir o interpelar de igual a igual los intereses “superiores” del Estado, su resguardo del modelo de desarrollo extractivista y sus alianzas con actores económicos transnacionalizados. Recordemos los proyectos energéticos en agenda y la nueva ley de fomento para el sector forestal actualmente a discutirse en el Senado, la cual si se aprueba tal como está corresponderá a una actualización del DL nº 701 promulgado por la dictadura de Pinochet, instrumento que en tanto promotor de uno de los pilares del modelo económico chileno, ha beneficiado principalmente a las grandes empresas del sector (CMPC, Arauco y MASISA) desde hace 40 años con subsidios directos.
No se trata de opacar ni despreciar las posibilidades insospechadas que el factor Huenchumilla pueda suscitar, no obstante la presidenta Bachelet haya sido tremendamente ambigua en respaldar la acción del intendente terminando por soslayar el reconocimiento oficial e histórico por parte del Estado de Chile para con el pueblo Mapuche. Parece así marcarse “desde arriba” lo que subyace a estas señales: una actitud, una bitácora de trabajo localizado que astutamente sigue girando en torno al síntoma e insiste en ignorar el sistema nervioso central, en omitir al inconsciente. Habrá que estar atentos entonces para identificar hasta qué punto las intervenciones de este “abarcador de ambos mundos” responden a una inteligente y sensible racionalidad política que va en función del expedito despliegue del patrón mundial de “acumulación por desposesión” (Harvey) o, en cambio, promueven posibilidades reales de presionar los márgenes de lo establecido, de abrir espacios para nuestra existencia con otros no permeables a la lógica del capitalismo mundializado, encarnando la alegoría de otro modo de pensarnos y de valorar lo común, aquello que es inapropiable. Sus últimas señales van en esa dirección, veremos su desarrollo.