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Medioambiente y estancamiento

Columna de opinión por Roberto Meza
Lunes 30 de junio 2014 13:04 hrs.


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Durante la clausura de la primera Asamblea de ONU para el Medioambiente (UNEA) realizada la semana pasada en Nairobi, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, advirtió que el ritmo de consumo actual de recursos naturales es “insostenible” e instó a los gobiernos a incluir la protección medioambiental entre las prioridades de sus políticas.

Ante representantes de más de 160 países que constituirán el máximo organismo medioambiental de ONU en su historia, el directivo dijo que la “huella” del deterioro es “claramente perceptible” en la desforestación, escasez de pesca, merma de recursos hídricos y “en un cielo, agua y una tierra cada vez más contaminados”.

Para el secretario general de la ONU, la humanidad se encuentra ante “una fase crucial” para el desarrollo que seguirá tras la caducidad de los Objetivos del Milenio, a mitad de 2015, mientras que para la presidenta de UNEA, la ministra de Medio Ambiente de Mongolia, Oyun Sanjaasuren, el desarrollo económico del siglo XXI obliga a “transformar nuestras economías, apostar por patrones de consumo sostenible y a medir la realidad más allá del crecimiento del PIB”.

El alerta sobre la crisis medioambiental llega en momentos en que la economía mundial se encuentra aún en un largo proceso de recuperación, tras la quiebra de buena parte del sistema financiero internacional en 2008 y cuando algunos indicadores parecieran comenzar a mostrar el final de ese camino. Sin embargo, las desconfianzas sembradas por la propia banca –que manipuló variables críticas del modelo- mantienen al mundo en vigilia, pues las autoridades económicas y políticas de las grandes potencias, así como de los organismos internacionales, no solo se han mostrado inánimes frente al proceso, sino que han sido muy poco efectivos en prever el desarrollo de la crisis y sus soluciones estructurales.

Desde luego, la economía de EE.UU. se contrajo a un ritmo mucho mayor del esperado durante el primer trimestre, anotando su peor desempeño en cinco años. El Departamento de Comercio informó que el PIB cayó a una tasa anual de -2.9%. Pero en mayo, la misma entidad había estimado que bajaría solo -1% y en abril, que aumentaría 0,1%. El diferencial, aplicado a cualquier cifra consistente con una economía como la norteamericana (3%) implica “errores” de perspectiva multimillonarios. La diferencia entre la segunda y la tercera estimación ha sido la más grande en los registros desde 1976 y ha hecho suponer a algunos actores hasta manipulación de las cifras.

Las autoridades han culpado del fenómeno a un invierno inusualmente frío y a una sequía larga que asola a Estados como Texas o California. Estiman que el mal tiempo pudo haber reducido el crecimiento hasta en -1,5%, pues la demanda de transporte, maquinaria, computadoras y productos electrónicos cayó 17%, mientras los pedidos de estos productos bajaron por primera vez en tres meses. A su turno, las exportaciones se redujeron a 8,9%, en lugar del 6% estimado, generando un déficit comercial que habría cortado en 1,53% al crecimiento del PIB.

Es decir, los efectos del cambio climático producto del “insostenible consumo” actual de los recursos naturales, parecen comenzar a pasar la factura. No obstante lo anterior, hay que señalar que la inversión privada en EE.UU. también mostró un descenso de 11,7%, mientras que el consumo privado, que se estimó tendría un alza de 3,1%, finalmente lo hizo en apenas un 1%. Y como el consumo representa el 70% del PIB de EE.UU., resulta fácil entender por qué el producto cayó tan bruscamente.

La debilidad del sector industrial, el desempleo y aumento del “trabajo precario” en los últimos años han sido característicos no solo en EE.UU., sino también de Europa, áreas que muestran algunas señales de crecimiento, pero muy bajo repunte del empleo. Y tras casi siete años de esfuerzos para normalizar la situación desde las finanzas, el propio FMI parece estar constatando que las políticas monetarias laxas y planes de flexibilización cuantitativa no están llevando al mundo a la “recuperación a tres velocidades” que prometía Christine Lagardé el 2013.

En efecto, la correlación entre estabilidad financiera y política monetaria no dependería tan crucialmente de tasas de interés artificialmente manejadas, sino de lo que sucede en la economía real, la que, de una parte, estaría explotando desmedida e ineficientemente los recursos naturales y de otra, acumulando desequilibrios sociales gigantes debido al modo de asignación de recursos que surge lógicamente de la actual orgánica de distribución del ingreso, altamente desigual. Es decir, un sistema financiero conectado con la economía real y atendiendo una demanda más plural y abierta, tendría un comportamiento distinto al actual. De allí que un informe del FMI publicado la semana pasada inste a la urgente necesidad de una “fontanería financiera” para cubrir las fugas y riesgos que están incubando las expansivas políticas de los bancos centrales.

El informe “Financial Plumbing and Monetary Policy”, preparado por el economista Manmohan Singh, dice que las posiciones apalancadas para un crecimiento acelerado tienden a limitar las decisiones normativas de política monetaria; o dicho de modo simple, en una situación global fuertemente endeudada, las bajas tasas han resultado ineficaces para normalizar los mercados, pues no han logrado apuntalar la economía real (sino solo a la banca y sus hoyos financieros) potenciando los problemas existentes e incubando nuevas burbujas, dada la especial distribución y modelo de asignación de recursos del capital mundial.

Y aunque la laxitud monetaria ha posibilitado una baja histórica de la prima de riesgo de países endeudados, esta situación –cuyo objetivo final es “aislar” las pérdidas de valor por varias decenas de millones de millones de dólares producto de la crisis y responder a los tenedores de bonos derivados por unos US$ 900 millones de millones (unas 12 veces el PIB mundial) en los próximos años- más temprano que tarde podría generar problemas que amenazan con arrastrar al mundo a una nueva recesión.

En definitiva, el sistema financiero sigue inestable y permeable a nuevas crisis debido a la irrupción de estas burbujas especulativas que enmascaran la realidad y entregan señales de recuperación fictas en bolsas que suben los precios de sus acciones producto de la alta liquidez de ciertos sectores y pocas alternativas de inversión atractivas en la economía real, hecho que, por lo demás, estimuló a que el Central Europeo “castigara” con tasas negativas los ahorros de los bancos privados en el BCE, para que estos se vean obligados a colocar más créditos en proyectos reales.

Pero como aún parece inadecuado endurecer la política monetaria, pues la actividad sigue contraída y el desempleo alto, las amenazas latentes deben ser enfrentadas con una regulación macroprudencial de política monetaria. De allí la necesidad de la “plomería” propuesta por el FMI, cuyo objetivo es testear las “tuberías de conexión” entre los centrales y los bancos privados, vigilando atentamente los flujos de dinero para detectar filtraciones y escapes. Ya en 2008, los bancos centrales no advirtieron la crisis y pese a tener a Japón de referencia, no dimensionaron la magnitud de la burbuja inmobiliaria y lejos de resolverla, la fomentaron.

Las históricamente bajas tasas de interés que mantienen los principales centrales del mundo (BCE, Reserva Federal, Banco de Japón, Banco de Inglaterra) podrían, pues, estar incubando nuevas burbujas, tal como por lo demás ya lo han advertido el ministro de finanzas de Alemania, Wolfgang Schauble y el Vice Presidente del BCE, Vitor Constancio: el dinero barato está llevado a exagerar las inversiones en bienes raíces, provocando el sobrecalentamiento inmobiliario en varias ciudades europeas. Los precios de las viviendas en Berlin, Hamburgo, Munich, Frankfurt, Stuttgart, Beinging o Shanghai están sobrevaluados entre 20 y 25%. Y es que en Europa, la política monetaria laxa, ante una baja de la demanda real a raíz del desempleo, ha creado una fuerte brecha entre los precios de los bienes de consumo, que tienden a caer, provocando deflación, y los inmobiliarios, disparados al alza ante pocas alternativas de inversión y abultada liquidez de algunos inversores.

Pero el aumento de los precios inmobiliarios resulta ser un buen negocio para la banca, pues valida la solidez de sus títulos y les permite mostrar balances más sanos, por lo que, desde la perspectiva de los bancos privados, el alza de estos valores es sólo un fenómeno natural que alienta más inversiones, pero que, en la práctica, realimenta la burbuja, no obstante que la crisis desatada en 2008 -por exceso de crédito y consumo- debería alentar el ahorro y disminución del consumo, tal como lo advirtiera la ONU.

Una tasa de interés baja desestimula el ahorro e incentiva el gasto presente, al tiempo que sin una contrapartida de mayor inversión y actividad económica real -que depende básicamente de los sectores que administran el mayor volumen de capital- incentiva alzas de precios de bienes rentables como ahorro y/o mantención del valor del dinero, mientras que mantiene o reduce los precios de los bienes de consumo masivo, dada la menor demanda derivada del persistente alto desempleo. Las bajas tasas actuales, en consecuencia, no resuelven un problema que parece estructural y apenas dan respiración artificial a un sistema financiero aún empantanado y que, ingratamente, en sus actuales condiciones, poco puede hacer por colaborar con el crecimiento de una economía mundial que responda a los desafíos ambientales, políticos y sociales alertados en Nairobi.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.