La izquierda rosada en Brasil y Uruguay

  • 30-10-2014

Las estrechas llegadas del Partido de los Trabajadores en Brasil y del Frente Amplio en Uruguay por sobre sus oponentes de centroderecha confirmaron las insuficiencias de la izquierda rosada para imponer nuevas estructuras en las democracias gobernadas por décadas -con intervalos de períodos dictatoriales- por los poderes conservadores.

Es lo que sucede también en Chile. Donde la amplia reelección de Michelle Bachelet y la suficiente mayoría legislativa de su coalición no han obviado acuerdos “en la cocina” entre gobiernistas y opositores para las leyes contenidas en el programa presidencial de aquélla.

Contrasta esa situación con la que se vive en Bolivia con un afianzado Evo Morales iniciando un tercer período y un Movimiento al Socialismo que ha sabido articularse con las mayorías sociales, la indígena la primera de ellas.

Paradójicamente, en Brasil y Uruguay si bien no se dio esta articulación de los partidos oficialistas se desarrollaron políticas de tan vasto alcance social que grandes porcentajes salieron de la pobreza para engrosar las clases medias. La respuesta sería que el asistencialismo no basta y que éste produce una “revolución de las expectativas” de los sectores favorecidos, que pasan a clamar más y más avances en su precariedad. Ni siquiera la consolidación de fuertes liderazgos, los de Lula, Mujica y Chávez, así como el de Bachelet, no  bastan para  asegurar la continuidad. La última, pese a la inmensa aprobación con que terminó  su primer período, debió ver la alternancia en la Presidencia de un líder de centroderecha, mientras que en Venezuela la fuerza del fallecido comandante Chávez no logró proyectarse en la elección de su sucesor designado, Nicolás Maduro, carente de su carisma y aún de aptitudes para gobernar. Bachelet logró volver al gobierno sin que nadie, en el escenario electoral, se interpusiera en su camino, pero lo que los conservadores no lograron en las urnas lo redituaron a través de campañas  publicitarias, manifestaciones del empresariado, de movilizaciones de apoderados y, sobre todo, a través de los medios de comunicación masivos.

En Ecuador, el Presidente Correa ha logrado mantenerse en el mando, mientras que en Argentina el sedicente progresismo de Cristina Fernández es más bien populismo clientelista,   con ciertos rasgos autoritarios, en la mejor tradición del  sempiterno peronismo.

En el cuadro sudamericano se reproduce lo que se dio en el europeo, con socialismo transformado en social democracia, no sólo por su adhesión a las formas representativas de elección de autoridades mediante el sufragio universal, sino que últimamente también por su “real politik” en lo internacional, por la adopción en lo macroeconómico del neoliberalismo y por la administración de monarquías  por partidos de tradición republicana.

El antiimperialismo ideológico de Evo y el más pragmático del lulismo recuperan las banderas  más rojas de la  izquierda asociada con “el socialismo bolivariano del siglo 21”, preconizado por  Caracas y La Paz, que junto a Brasilia mantienen, además, distancia con los poderes empresariales, dispuestos incluso a apoyar a una ambientalista  como Marina Silva que les dijo que se entendería con ellos. En Montevideo, el tradicional partido Nacional o Blanco jura a través de su candidato Lacalle que no revertirá las políticas sociales de Vásquez y Mujica, tal como lo hizo Neves respecto del proyecto implantado por Lula y Dilma, haciendo parecer a la Social Democracia brasileña menos neoliberal de lo que realmente es.

Los intentos de los sectores más izquierdistas del oficialismo de Uruguay y Chile (en ambos figura la Democracia Cristiana con distintos pesos específicos) por enrojecer el color rosa no hacen sino revalidar la pregunta: ¿Se está caminando en la región sudamericana por una “tercera vía”, tal como lo hizo Europa en su momento?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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