Imagino a Michelle Bachelet como a ese tipo de madres que, cuando sus hijos pequeños cometen abiertas groserías en público, en lugar de llamarles la atención, los ignoran o los disculpan frente a otros con justificaciones más que con excusas. El menor puede estar gritando y perturbando la tranquilidad en un lugar público, sin embargo, la madre sigue impávida como si no escuchara nada. “Es que no ha dormido bien”, “…anda mañosito”, es lo que a lo más puede salir de los labios de esas progenitoras extremadamente permisivas que no ponen límites a sus hijos y terminan convirtiéndolos en unos verdaderos “monstruitos” malcriados y antipáticos de los que es mejor mantenerse lejos. Son ese tipo de madres que de tan buenas que son con sus hijos terminan haciéndolo muy mal, criando niños que no saben reconocer límites ni saben respetar a los demás. Y si bien nunca he estado junto a Michelle Bachelet en la intimidad ni he escuchado a alguien que se refiera a ella sobre la manera cómo educó a su hijo Sebastián Dávalos, prefiero circunscribirlo a él ya que sus otras hijas no han irrumpido en el ámbito público de manera escandalosa, no la imagino sino que habiendo esperando a que su hijo se le haya pasado el berrinche para decir a todo Chile algo que sonó a justificación respecto del caso Caval, a fines de febrero. Ya estamos a comienzos de mayo, y recién la presidenta ha comenzado a ser más clara al hablar a la nación en cadena nacional, a días de recibir el Informe del Consejo Asesor Anticorrupción, en el que señaló que “el país ha conocido irregularidades, corrupción y faltas de ética que afectan a la política y a los negocios”, sin hacer mención que uno de los ciudadanos que más ha irritado y traicionado a la fe pública ha sido su propio hijo. No pudo pedir disculpas, como madre, sobre los actos de su hijo que tanto daño le han hecho al país. No pudo establecer el límite entre el cariño de madre que es incondicional y los valores que ella profesa y encarna como Presidenta de la República, que se coligen no coinciden con el comportamiento en los negocios de Sebastián Dávalos, a quienes los humoristas y las redes sociales han insultado hasta el hartazgo… como una manera de “darle esa reprimenda pública” que nunca se escuchó de los labios de su madre. Que insisto, no significa condicionar el amor de madre sino que no justificarlo con su silencio o frases demasiados amplias y generales.
La lengua materna como denominamos al idioma de nuestros padres nos entrega no solo un instrumento de comunicación, sino que nos permite acceder “a una cultura, hacerse de una tradición que, a lo largo de su historia ha creado cierto sistema humano de vida compartida. No hay ningún aglutinante social más poderoso y decisivo que la lengua mediante la cual los miembros del grupo se tratan unos a otros”, dice la filósofa y Premio Nacional Carla Cordua. Ella misma recuerda que el rol de la mujeres en la enseñanza de la lengua es determinante, al punto que la denominamos lengua materna, y que su vaciamiento de madres a hijos no tiene un modo pre establecido ni una lógica. Sin embargo, para cualquiera que vive en estas tierras y comparte el significado de las inclinaciones de voz, la intensidad y la manera en que la Presidenta habló en cadena nacional hace unos días, anunciando la agenda anticorrupción que sería “el legado de su gobierno”, dirá que lo hizo con un “hilo de voz”. En momentos en que desde todos los sectores le pedían a la mandataria que hablara fuerte y claro, que diera señales y pusiera un atajo a la crisis institucional que se ha abierto como una enorme y maloliente herida en nuestra sociedad, sus anuncios que en el papel debieron haber sonado rotundos, en su alocución se volatilizaban… una lectura demasiado rápida y poco inflexiva, demasiado tenue y hasta tímida para hacer frente al temporal de justificaciones y eufemismos que azota a Chile con Penta, Caval y Soquimich,
Más aún cuando anunció a partir de septiembre un “proceso constituyente”, uno de los puntos contenidos en su programa y que con más fuerza se han levantado a partir de los últimos meses para enfrentar de raíz y de manera definitiva la relación entre el poder y la política. Sin embargo, todavía no hay claridad qué quiso decir con “diálogos, debates, consultas y cabildos que deberán desembocar en una nueva Carta Fundamental”, si se hará mediante una asamblea constituyente o no, y a estas alturas cada uno tiene su propia interpretación del anuncio.
El lenguaje y el poder están íntimamente relacionados. Esto lo han entendido tradicionalmente los hombres mejor que las mujeres. Son ellos los que han establecido un discurso dominante respecto de “el cómo decir” para hacer valer sus argumentos, aunque muchos de ellos aún sean insostenibles, a la hora de aclarar y justificador el menguado rol de la mujer en la sociedad. Por esto, aclaro, no es que se le pida a la Presidenta un discurso masculinizado con dedo acusete en ristre. Las mujeres tenemos nuestras propias maneras cáusticas de decir y hablar. Basta leer a una Gabriela Mistral, quien a pesar de su “hurañez de castor”, como confesaba, no titubeaba a la hora de decir su verdad con esa “bendita lengua” que sus enemigos tanto temían.