Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 24 de abril de 2024


Escritorio

Recuperar la relación médico–paciente

Columna de opinión por Alberto Estévez
Lunes 28 de diciembre 2015 10:57 hrs.


Compartir en

La relación de los médicos cirujanos (doctores en Medicina) con la población chilena ha experimentado, en mi opinión, un deterioro.

La Historia de la Medicina enseña que la relación de los pueblos con aquellos dedicados a ayudar a quienes se enferman ha sido conflictiva, fluctuando entre sentimientos extremos de amor–odio, admiración–temor, otros.

Brujos, machis, sacerdotes, sacerdotisas, carniceros, han sido percibidos con estas mezclas de sentimientos.

El caso de  los médicos cirujanos chilenos no escapa a esta forma de ser percibidos. Sin embargo, en los últimos años, ha habido una tendencia al deterioro en esta percepción, predominando los aspectos negativos de ella. Este deterioro tiene múltiples expresiones.

Para los fines de esta reflexión, lo ilustraré con el creciente uso, en las redes sociales y en los medios, de las expresiones “medicucho” y “diostor” para referirse a la persona del médico cirujano.

Cabe entonces preguntarse cuáles son los elementos que explican este deterioro.

En muchos países, el título profesional de los médicos cirujanos es el de Doctor en Medicina (Medical Doctor, MD). Esto, a raíz de que la Carrera es muy larga (14 semestres), y a que el perfil de egreso es el de una persona con altos niveles de competencia en capacidad de planificar, decidir, evaluar, resolver, además de las competencias de saber y saber hacer.

Se suma a lo anterior, que, en Chile, hasta hace aproximadamente 44 años, su obtención requería la aprobación de un trabajo de tesis. Desde un punto de vista menos académico, es probable también que la palabra doctor sea debido a que las personas recurren a ellos cuando están enfermas, sufriendo y en muchos casos con temor a morirse (ellos o algún ser querido). Todo lo anterior en un contexto legal y práctico de ejercicio profesional autónomo en cualquier área de la medicina.

Hace alrededor de 44 años se eliminó la aprobación de la tesis y la práctica profesional exige en forma creciente estudios de postítulo. Es decir, hoy en día, el ejercicio autónomo de la profesión es, crecientemente, en un área de especialización, lo que, con el desarrollo casi masivo, de especialidades médicas derivadas, cada día se profundiza más.

Este aumento de las especialidades de práctica médica está vinculado al crecimiento importante y acelerado del conocimiento médico, también a desarrollos tecnológicos nuevos, cada día más frecuentes, los que además, tienen en algunos casos, una rápida obsolescencia.

Otro elemento que está detrás de esta creciente necesidad de especialización de la práctica profesional médica, es el acelerado proceso de judicialización de la Medicina experimentado en los últimos años. Cabe destacar que esta judicialización de la práctica profesional médica ha contribuido con mucha fuerza a enrarecer la relación médico-paciente y a encarecer la práctica médica.

Cuando se pregunta a los chilenos si les parecería bien que los médicos sean personas que obtuvieron un muy bajo puntaje de ingreso al sistema universitario, la mayoría dice que esperan que los médicos sean personas que hayan alcanzado un muy alto puntaje. Es decir, más allá de cual sea el significado exacto de los puntajes de ingreso, los chilenos los asocian a calidad y capacidad, y desean que quienes los ayuden en situaciones de enfermedad personal o familiar sean personas “intrínsecamente” capaces y no solamente bien formadas profesionalmente.

En general las sociedades (“Ministros de Hacienda”) esperan y exigen una actuación profesional eficiente (recursos siempre y crecientemente insuficientes). Por su parte, los enfermos y sus familias esperan y exigen una actuación profesional eficaz (“No se fije en gastos doctor, solo salve la vida de mi hijo”).

El ex Presidente de la República Don Ricardo Lagos Escobar, siendo Ministro de Estado en Educación, creó un sistema de ayuda a estudiantes vulnerables que incluía créditos y becas. Las becas eran para estudiantes pobres de solemnidad y estudiantes vulnerables que estudiaran carreras “sin retorno económico”. Por su parte, los créditos eran para estudiantes vulnerables, pero no en nivel crítico, que estudiaran carreras con retorno económico alto garantizado. Puso como ejemplo de carrera con alto retorno económico garantizado, a la Carrera de Medicina.

En mi opinión, con esta forma de fundamentar el sistema de ayuda que se estaba creando, el Estado de Chile generó en cualquier muchacho de enseñanza media que aspirara a estudiar Medicina la expectativa que tenía asegurado un alto retorno económico, y además legitimó el hecho de aspirar a dicho alto retorno.

Es un hecho que en los últimos decenios el perfil de origen de los estudiantes de Medicina experimentó cambios importantes, accediendo estudiantes de clases media y pobres. A su vez, estudiantes de clase económica alta que tradicionalmente no alcanzaban puntaje de ingreso, pudieron estudiar dado el aumento de oferta de formación, en especial en escuelas de Medicina de universidades privadas.

Sea como sea, el hecho es que el neoliberalismo que se tomó Chile, prendió con fuerza en estos nuevos médicos cirujanos, de modo tal que, más que antes, sus aspiraciones económicas influyen en su práctica profesional.

Otro elemento a tener en cuenta es el surgimiento inorgánico de numerosas escuelas de Medicina. El gran móvil fue que prestigiaba a las universidades que creaban escuelas de Medicina (algunas de ellas percibían que al tener la carrera de Medicina, la opinión pública las vería como Universidad, carácter que sin la carrera de Medicina no lo habrían tenido) y porque les permitía acceder a importantes cantidades de dinero vía AFI y vía aranceles, normalmente altísimos.

Cuando digo inorgánico, me refiero a muchos aspectos, lo que ilustraré con el hecho que algunas de ellas nacieron sin campo clínico… y la Escuela de Medicina es el Enfermo. Este aumento inorgánico y súbito de la oferta, significó que la capacidad docente de calidad necesariamente se diluyera. También, como ya se dijo, que accedieran a estudiar Medicina alumnos con perfiles diferentes y con puntajes de ingreso menores.

Cabe destacar que el contacto de los estudiantes con médicos docentes disminuyó drásticamente, siendo reemplazados por profesionales no médicos. Es altamente probable que los planes de estudios se hayan relajado y que los niveles de competencia exigidos para aprobar asignaturas hayan disminuido.

Finalmente, los nuevos currículos de Medicina incorporaron asignaturas que pretenden corregir aspectos de la formación humanista y comunicacional de los médicos cirujanos. La inmensa mayoría de estas asignaturas fueron y son dirigidas y desarrolladas por profesionales no médicos y lo hicieron quitándole tiempo al encuentro estudiante–paciente.

Consecuencia o no de estos cambios, bueno o malo, es claro que los actuales estudiantes de Medicina privilegian más su calidad de vida y el compromiso con el enfermo es menor que antes.

Práctica profesional médica: si aceptamos que, cuando la universidad otorga un título profesional a sus egresados, está garantizando, al interesado y a la sociedad, que el proceso que vivirán sus egresados, de hacerse profesional en el trabajo, tiene una alta probabilidad de ser exitoso, no podemos dejar de observar las características actuales del campo laboral médico y la evolución experimentada en los últimos tiempos.

Qué duda cabe que la práctica profesional médica ha experimentado profundos cambios. Cambios que dicen relación con muchos factores. Factores que están radicados en los cambios experimentados por la sociedad, en los cambios experimentados por los empleadores de los médicos, en los cambios experimentados por los pacientes, en los cambios experimentados por el equipo de salud y, por supuesto, en los cambios experimentados por los médicos cirujanos.

Es probable que la velocidad de implementación de estos cambios, así como su número y complejidad tenga a muchos, sino a todos los actores involucrados, en un periodo de perplejidad y de búsqueda de causas y soluciones.

La sociedad chilena actual es consumista y exitista. Entiende el éxito por la posesión de cosas que están fuera (o encima) de la piel de la persona. Sus miembros están muy conscientes de sus derechos y menos conscientes de sus deberes, y están muy dispuestos a exigir sus derechos, sin mayores miramientos a los medios usados para conseguirlos. El respeto es una palabra, no un valor que guíe conductas. Obviamente esta descripción genérica aplica a todos sus miembros, incluyendo a médicos, pacientes, empleadores, equipo de salud, etc.

Los empleadores de los médicos son cada día más, empresarios privados, con evidentes fines de lucro, lucro que no necesariamente es alcanzado como un sub producto de un trabajo legítimo y bien hecho. Por su parte, los empleadores públicos son alcaldes, es decir políticos, cuyo lucro se llama votos, y para alcanzarlo muchos de ellos tampoco tienen mucho miramiento a las formas y valores.

Cuando no son alcaldes, son jefes puestos por la autoridad política de turno, es decir, su preocupación primaria no es el interés común (el sistema de Alta Dirección Pública fue basureado por la clase política). Y cuando son simples “jefes” del Chile actual, la masa crítica de ellos tiene como principal preocupación usar sus privilegios de jefe. A su vez, sus subalternos tienen como principal preocupación tener al jefe contento (no olvidemos que el jefe los califica).

Con relación a los pacientes o usuarios de los servicios profesionales de los médicos cirujanos, hoy en día son personas muy conscientes de ser sujetos de derechos, que van desde el derecho a la salud hasta el derecho a ser tratados en forma digna, respetuosa y oportuna. El problema es que como buenos chilenos del Chile actual, tienen menos consciencia de sus deberes.

Lo anterior se refleja en muchas formas, pero una de ellas es que la relación médico–paciente evoluciona cada días más a una relación médico–cliente, y con un cliente empoderado, lo que obviamente es bueno, pero en muchos casos este poder se usa mal.

Con relación al equipo de salud: la verdad es que en términos generales este equipo ha funcionado muy poco a lo largo de la historia sanitaria chilena. No obstante lo anterior, es mi impresión que también el trabajo en equipo se ha deteriorado. Cada miembro del equipo se siente con un nivel de autonomía que le permitiría actuar solo en muchísimos casos, si no fuera porque las leyes no se lo permiten. Entonces, con frecuencia el equipo no es tal, porque cada miembro del mismo siente que los demás están de más.

Finalmente, los cambios experimentados por los médicos cirujanos, que vienen desde su origen, formación y campo laboral, todo ello inserto en este nuevo Chile neoliberal. Son médicos que desean una buena calidad de vida y aspiran al éxito (ya definido), para lo cual necesitan tener ingresos económicos suficientes. Para alcanzar lo anterior es fundamental acceder a niveles crecientes de especialización profesional, lo que supone muchos años de estudios, la mayoría de las veces auto financiados.

En consecuencia, la etapa productiva empieza tarde (normalmente después de los 30 años de edad) y con un alto nivel de endeudamiento. Sienten que no le deben nada  a nadie, que alcanzar los títulos de especialistas les costó sangre, sudor y lágrimas y que los dejó endeudados. Se auto perciben con todo el derecho del mundo a exigir retribuciones económicas proporcionales al esfuerzo y tiempo dedicado, lo que en el contexto actual significa realizar muchas acciones médicas, lo que amenaza su calidad de vida… y también la calidad de sus prestaciones.

Lo anterior, agravado por el contexto de práctica profesional médica judicializada y de relación médico–cliente, los hace pedir numerosos exámenes de respaldo a sus acciones profesionales y probablemente evitar involucramientos mayores con sus pacientes. Es decir, concentran su actividad en la enfermedad más que en el enfermo, lo que cierra un círculo vicioso de deterioro en la imagen con que los pacientes y la sociedad los ve.

Muchos pacientes “añosos” me han manifestado su desazón ante el hecho que los médicos actuales no miran, escuchan ni explican como los “médicos de antes”.

Para terminar, estimo que si las instancias correspondientes confirman mi percepción que la sociedad chilena ve con desconfianza técnica (medicucho) y moral (diostor) a los médicos, significaría que nuestra sociedad no tiene a quien recurrir ante una enfermedad… y esa es una sociedad enferma, por lo que deberíamos actuar en todos los frentes identificados, para devolver a la relación médico–paciente–sociedad un carácter de confianza y respeto recíprocos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.