Comienzo a escribir este artículo pocas horas después de la detención del ex presidente brasileño Luis Ignacio Lula Da Silva cuando no hay ninguna prueba de que él, o la presidenta Dilma Rouseff estén relacionados con delito alguno. Pero, eso no importa para los poderes fácticos de Brasil que después de haber perdido por cuarta vez las elecciones, recurren –tal como están haciendo los sectores más conservadores de la sociedad en otros países de América Latina- a la mentira, la calumnia, los falsos testimonios sin importar cual vía utilizar para regresar al gobierno.
Los grandes medios de comunicación de Brasil, de la región y del mundo se apresuraron a transmitir la noticia del expresidente detenido por la policía federal, un órgano –que junto al Poder Judicial que emitió la orden de captura- tiene paupérrimos niveles de reconocimiento y reputación en su país. Lula fue detenido por “conducción coercitiva”, una figura que señala una alta peligrosidad y la posibilidad de una fuga del prisionero. Por supuesto, todo estaba coordinado con la prensa para quien era importante mostrar al ex presidente como un sujeto pendenciero que necesitaba estar rodeado de policías en uniforme de combate mientras era llevado a la justicia. La imagen dio la vuelta al mundo, sin embargo, poco informaron cuando tres horas después, Lula regresó a su hogar sin ningún tipo de cargo. El mal ya estaba hecho, necesitaban mostrarlo como un delincuente potencial y seguramente, en alguna medida, lo lograron. Ahora se aferrarán a su cuello como alimañas sedientas de sangre y deseos de venganza hasta verlo humillado en su condición humana, destruido en su capacidad de liderazgo y caído en sus posibilidades de regresar a la presidencia tal como lo anunció hace pocas semanas. Finalmente, ese es el objetivo que quieren impedir, les da temor enfrentarse a él en el propio terreno que inventaron y que dicen defender: el de la democracia.
Confieso que no era éste el tema sobre el que quería escribir esta semana, pero es inevitable no dejar pasar por alto este nuevo paso de las fuerzas de la derecha latinoamericana, (hoy auto denominadas “de cambio”) para retrotraer la historia, como si esto pudiera ser posible.
Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos recientes en la región me llevan a recordar algunos elementos referidos a una investigación en curso en la que intento mostrar la necesidad de observar y construir una realidad al margen de los conceptos estereotipados y de los mitos, leyendas y fábulas creadas a través del tiempo para fijar opiniones desde el poder, utilizando viejas fórmulas establecidas a partir de una visión totalizante y universalizada por la práctica de períodos muy largos y abarcadores de la historia, en los que se han instalado puntos de vista, parámetros de investigación y paradigmas que responden a una idea hegemónica respecto del desarrollo de una historia concebida desde la imposición, (casi siempre por la fuerza) de modelos de economía y sociedad, establecidos sobre la base de una larga tradición que se sustenta en principios, costumbres y en la cultura de poderes reales o fácticos incubados en las centros de dominio global.
En este sentido, hablar de hegemonía tiene que ver con el aparato que la soporta, el cual es completado por la estructura ideológica de dominación clase. Esto nos lleva a recordar la opinión de Christine Buci-Glucksmann cuando planteó que “El aparato de hegemonía califica y precisa el concepto de hegemonía, entendido como hegemonía política y cultural de las clases dominantes. Conjunto complejo de instituciones, de ideologías, de prácticas y de agentes (entre los que contamos a los “intelectuales”), el aparato de hegemonía no encuentra su unificación, sino en una expansión de clase. Una hegemonía no unifica solamente como aparato, por referencia a la clase que se constituye en y por la mediación de múltiples subsistemas: aparato escolar (de la escuela a la universidad), aparato cultural (de los museos a las bibliotecas), organización de la información, del marco de vida, del urbanismo, sin olvidar el peso específico de aquellos aparatos eventualmente heredados de un modo de producción anterior (del tipo Iglesia y sus intelectuales)”.
Desde este punto de vista, es importante hacer énfasis en el rol que juega el Estado en la imposición de un “consenso” alcanzado a través de la coerción física (o de la amenaza de su utilización), para lo cual el aparato ideológico juega un rol relevante en la creación de “ideas consensuadas” a través de la educación, la justicia, los medios de comunicación, la cultura y el entretenimiento Así, se fijan opiniones que no necesariamente coinciden con la realidad, pero que habilitan la integración de creencias, valores, tradiciones culturales y mitos que funcionan en la masa con el objetivo de perpetuar el orden existente a través de la creación de una idea única y universal. Según Carl Boggs es necesario conocer “las sutiles, pero penetrantes formas de control ideológico y de la manipulación que servían para perpetuar todas las estructuras represivas” Por ello se hace importante diferenciar dos tipos fundamentales de control político, los de “dominación” (coerción física directa) de los de la “hegemonía” o “dirección” que supone consentimiento y control ideológico.
Esos aparatos hegemónicos de “consentimiento y control ideológico” que no pudieron ser removidos por los gobiernos democráticos que se instalaron en América Latina en los últimos 15 años, hoy vuelven por sus fueros. Atacaron brutalmente al presidente Evo Morales para evitar que pudiera obtener la victoria en un referéndum donde se optaba por una reforma constitucional que le permitiera ampliar a través de la reelección su estadía en la máxima magistratura de su país, y hoy repiten la dosis en Brasil.
En Argentina, hace pocos días se anunció con bombos y platillos el supuesto involucramiento de la ex presidenta Cristina Fernández en la muerte del fiscal Alberto Nisman. Bajo grandes titulares se informó que el ex agente de inteligencia Horacio Antonio Stiuso, ex director de Operaciones del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), refugiado y protegido por Estados Unidos, iba a regresar al país y daría información que implicaría a la ex mandataria. Sin embargo, cuando su abogado Santiago Blanco Bermúdez afirmó que su cliente no tenía “pruebas directas” que relacionaran la muerte de Nisman con la ex presidenta y que sólo podía dar a la justicia “…una interpretación de los hechos precedentes a las confusas circunstancias que rodearon a la muerte” (de Nisman), la noticia no tuvo mayor relevancia. Igual que ahora, en el caso de Lula, el daño ya estaba hecho.
Poco a poco, la hegemonía cultural, ideológica y mediática va taladrando la cabeza de los ciudadanos, hasta construir imaginarios de redención y “cambio” que vendrían de las propias fuerzas que han marginado y excluido a las mayorías por doscientos años.
De ahí se deduce que la confrontación hoy es política, es ideológica y es mediática, suponer que se puede avanzar llegando al gobierno y desde ahí hacer obra pública que mejore las condiciones de vida de la población, como forma de transformación estructural de la sociedad, es solo una quimera. El muy manoseado comandante Ernesto Che Guevara, visualizó hace más de cinco décadas que el cambio estaba en la creación de un Hombre Nuevo que actuara en la vida a partir no solo a partir de estímulos materiales (de consumo diríamos hoy) sino que también –y sobre todo- desde los estímulos morales y espirituales que entrañaban valores de solidaridad, comportamiento colectivo y realización en la medida del aporte a la sociedad. Eso solo puede provenir de niveles de conciencia que surjan de la creación de un aparato hegemónico político, ideológico y cultural que resista los embates de la oligarquía conservadora y sea portador de lo nuevo, sobre todo cuando en la actualidad, solo nos medimos en términos cuantitativos en elecciones en el marco de sistemas de democracia representativa que también fueron creados por esa misma oligarquía.