Ley de aborto: otra experiencia

  • 18-03-2016

En estos días quizás valga la pena recordar algunas situaciones históricas. Una en particular sin perjuicio de las demás. La ley de despenalización del aborto en Francia, promulgada el 17 de enero de 1975, llamada “ley Veil” en referencia a quien fuera su principal responsable y defensora: Simone Veil que, en ese momento, se desempeñaba como Ministra de la Salud del gobierno de Valery Giscard d’Estaing (1974-1981). Léase: un gobierno de derecha.

Paréntesis uno. Un gobierno de derecha que no fue especialmente considerado como progresista y que a nuestros pueblos latinoamericanos no hizo ningún bien como se sabe hoy, y siempre es oportuno recordarlo (sobre el particular se recomienda ver la película: “Escuadrones de la muerte: la escuela francesa” de Marie-Monique Robin, película ya antigua pero insuficientemente conocida).

Paréntesis dos. Años atrás, en la década del 90’, en el marco de un acuerdo de intercambio que hubo entre el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po Paris) y el Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica, los estudiantes chilenos pudieron beneficiar de una clase específica dedicada a estudiar cómo se había elaborado y argumentado dicha ley en Francia: estaba en el programa y era un tema considerado importante por el profesor francés que entonces impartía clases en Santiago. En Francia, no se trata de algo excepcional, el estudio de esa ley es materia obligada en más de una carrera universitaria.

Sobre el debate francés, algunos datos. Previo a la ley hubo distintos episodios significativos. Significativos en términos de toma de conciencia y de amplitud del debate en distintos sectores de la sociedad francesa. Uno de esos episodios fue el “Appel des 343”, manifiesto firmado en 1971 por 343 mujeres –entre las cuales, personalidades del mundo de la cultura, del pensamiento, de las letras– que se acusan a sí mismas de haber abortado, difundido por la revista Le Nouvel Observateur. Luego, en 1972, se produjo un caso judicial que tuvo gran impacto: fue el juicio realizado contra una adolescente por un aborto realizado tras una violación; no hubo finalmente condena hacia la joven (pero sí hacia la madre que facilitó el aborto), la defensa llevada a cabo por Gisèle Halimi (fundadora de la asociación “Choisir”, Elegir) quedó registrada en Francia como un momento central de la lucha a favor de la despenalización del aborto en Francia.

Cuando Simone Veil, en el año 1974, presenta su proyecto, ya había habido un precedente y había fracasado. Entre los adversarios, la extrema derecha y la derecha a secas. Los argumentos esgrimidos por los detractores no son fundamentalmente diferentes de los que se presentan en nuestro país. Uno de los diputados será capaz de decir: “Usted está instalando un nuevo derecho, el derecho a la eutanasia legal”. Y otro le responderá: “¡Cómo se atreve a hablarle de eutanasia a la Sra. Veil!”.

Y ése fue quizás un punto clave. En trasfondo. No en la Asamblea, no en el debate tal como se llevó a cabo. Pero aunque no era la figura conocida que es hoy, nadie podía ignorar que Simone Veil era Simone Veil: una persona que además de tener una serie de calificaciones profesionales tenía una historia personal marcada por la tragedia de haber sido sobreviviente de los campos nazis donde murió su familia. Así, la mujer que defendió el aborto legal en Francia sabía todo sobre la muerte y todo sobre la vida. Y la argumentación que dio fue a favor de la vida. A favor de la vida de la principal involucrada: la mujer.

(¿Y por qué es la principal involucrada? No solamente por una cuestión física inmediata. No solamente porque hay unión de los cuerpos y que esa unión puede significar, en determinadas circunstancias, un peligro para la vida de la madre. Sino también porque esa unión perdura en el tiempo y porque, en nuestras sociedades, es la mujer la que culturalmente se hace cargo de los hijos y es responsable de ellos en un tiempo largo. Por lo mismo, la situación de peligro no sólo afecta a la madre y no se limita al momento de dar a luz. En otras palabras, además de los debates sobre dónde y cuándo empieza la vida, habría que poder plantear abiertamente estas cuestiones en relación con otras: situación de abandono, maltrato de menores, desprotección de la infancia, por ejemplo. O sea, lograr una mirada integral no limitada a la gestación y al nacimiento sino capaz de considerar el devenir de las personas).

Volviendo a Simone Veil. Ella inició el debate a su manera… francesa, quizás: “Quisiera compartir con ustedes una convicción de mujer. Pido disculpas porque lo voy a hacer frente a una Asamblea constituida casi exclusivamente por hombres: sepan que ninguna mujer recurre al aborto con alegría, basta con escuchar a las mujeres, es siempre un drama y seguirá siendo un drama”.

La argumentación siguió en consecuencia. Uno de los elementos centrales estaba dado por una situación de hecho: había en ese momento una ley en Francia que penalizaba el aborto y no estaba siendo respetada. Ese no respeto de la ley ponía en peligro la vida de las mujeres que abortaban a pesar de todo.

La ley que defendía Simone Veil comprendía dos casos: previo a la décima semana de embarazo, en un marco muy debatido en su momento por la imprecisión de su formulación (“détresse”: peligro sin riesgo de vida), a iniciativa de la mujer; posteriormente a ese plazo se trataba de casos excepcionales (grave peligro físico o psíquico / malformación del feto). La ley fue presentada pocos años después de que fuera legalizada la contracepción en Francia. Con lo cual los dos debates se dieron prácticamente al mismo tiempo y se complementaron. Una de las preocupaciones era que el aborto cumpliera el rol de contracepción y la respuesta de Simone Veil fue simple: “pues esperemos que no”; pero a la legalización de la contracepción “hay que darle tiempo” para adentrarse en las costumbres. Les “moeurs”: los hábitos y las maneras de pensar.

Otro elemento clave de la argumentación fue la desigualdad en términos sociales:

“Si tantas mujeres han tomado el riesgo de una condena judicial, si tantos médicos han asumido también semejante desafío a la ley y han dado públicamente sus razones, es –no podemos dudar– porque la opinión ha tomado la medida de la inequidad de una legislación que no ha alcanzado el objetivo que buscaba, es decir, impedir los abortos. Pero para cambiar esta legislación hay muchos otros motivos además de esta ineficacia, motivos graves (…). El primer motivo, es la insoportable desigualdad de las mujeres frente a un embarazo no deseado. Esta desigualdad aparece no solamente en las estadísticas judiciales, son siempre las mujeres de los sectores más modestos las que se ven afectadas, y eso es algo que hoy cualquiera puede constatar. Para las que pueden disponer de una suma suficiente, la angustia y la soledad son mucho menos inquietantes, y este sufrimiento –porque siempre es un sufrimiento para cualquier mujer– se ve amenguado en una clínica en Francia o en el extranjero”.

El debate fue arduo (la ley se adoptó con 284 votos a favor, 189 en contra), las conquistas lentas, ya que efectivamente hace falta tiempo para que un pueblo acepte rever sus costumbres y, sobre todo, sus prejuicios y sus creencias. Prejuicios y creencias que suelen ser funcionales a un tipo de dominación que, en este caso, no pasa exclusivamente por el eje hombres/mujeres. Que también tiene otros puntos de quiebre, reveladores de las relaciones de poder y de las hipocresías en que se fundamentan.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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