La carta abierta de la periodista Rosario Guzmán –hermana de “San Jaime”– como es lógico, es una versión muy personal y colmada de emociones y sentimientos de una pariente cercana, que no logra entender por qué la Iglesia Católica ni siquiera ha abierto el proceso para su beatificación, siendo su hermano un héroe, salvador de tantas vidas humanas durante la cruel dictadura del verdugo Augusto Pinochet, y de su carnicero mano derecha, Manuel “Mamo” Contreras Sepúlveda.
Milagros se cuentan por mil para sustentar su causa, entre ellos, la “aparición” a San Pablo Longueira –inspirándolo en disputar las comunas de los “rotos” a los impíos comunachos.
La aludida carta tiene un aspecto interesante al acusar a Pinochet y a su carnicero –Contreras– de haber planificado y llevado a cabo el asesinato de Jaime Guzmán Errázuriz, bien directamente o por medio de la infiltración en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Augusto Pinochet ya no era un dictador, sino el sempiterno verdugo, cuya única misión en la vida la limitó a cortar las cabezas de los justos. En la literatura, el personaje del verdugo es fundamental: Joseph de Maistre, gran pensador reaccionario, sostiene que “sin la labor del verdugo, el caos sucedería al orden, los tronos se hundirían y la sociedad misma desaparecería…”.
En el cine, José Luis Berlanga fue autor de una película, El verdugo, cuyo argumento se centra en la negativa del personaje a cortar cabezas y cumplir con su profesión. Hoy muy pocos derechistas se atreven a defender al “verdugo”, menos aún al “carnicero”, pero en el fondo de su alma están agradecidos de estos “buenos profesionales”, pues “salvaron a la sociedad del caos marxista” –sin verdugo no hay orden.
¡Cuánta razón tenía de Maistre! Hay un detalle olvidado por el filósofo reaccionario, y es que el verdugo también es útil para cortar cabezas de reyes y reinas aristócratas.
Desde hace varios años la Unión Demócrata Independiente (UDI) se ha aprovechado de “San Jaime Guzmán”, y ahora la hermana del justo –así sea un poco tarde– condena a los líderes de este Partido como fariseos y falsos sacerdotes que no han hecho otra cosa que aprovechar las “virtudes del mártir” para presentarse como grandes defensores de los ciudadanos –injustamente ofendidos– de Las Condes, Vitacura, Lo Barnechea y Providencia.
Nadie puede discutir sobre la fe y la piedad de Jaime Guzmán, un hombre de misa diaria y que siempre tenía presente en sus oraciones a sus amigos y discípulos Longueira, Coloma y Novoa, entre otros –algo más ricachones y vivos que los rotosos de los apóstoles del Maestro de Nazaret.
Mi madre siempre repetía “no hay beato bueno”: ¿acaso el inquisidor Torquemada no era de misa diaria y, además, cada vez que entregaba al verdugo a un condenado hereje no rezaba por su alma? Al igual que Guzmán, pensaba que el fuego destruye el cuerpo pecador, pero salva el alma para la vida eterna –ambos “santos” fueron en vida partidarios de la pena de muerte.
En la actualidad, el verdugo y el carnicero chilenos están bien muertos, pero la profesión nunca va a desaparecer mientras haya defensores de la tiranía, y la plebe seguirá aplaudiendo el espectáculo cada vez que una cabeza cae el canasto.
Hay que recordar que el 40 por ciento de los chilenos votó por el SÍ en el plebiscito de 1988 y durante la transición muchos tarados votaron por la UDI, convirtiéndolo así en el primer partido del sistema político chileno, que de democrático no tiene un ápice.
“San Jaime Guzmán” un cruzado anticomunista, fue discípulo de Osvaldo Lira, admirador de Vásquez Mella, filósofo del carlismo y, posteriormente, gran admirador de Augusto Pinochet y su obra. Nadie podrá restar “méritos” a nuestro “santo” de haberse convertido en el más diabólico de los asesores del tirano, y a Guzmán le debemos la espuria Constitución de 1980 –la derecha actual se empeña en seguir defendiendo– además de la mezcla de los más reaccionarios del pensamiento católico y el neoliberalismo, cultor del dios “Mamón”, realizando la hazaña de justificar la muerte de Cristo para salvar el dinero de los millonarios saduceos y, de esta manera, convertir una religión de amor, esperanza y perdón en una sirviente de banqueros y empresarios.
A la muerte del verdugo y del carnicero y la sacada del “San Jaime” de los altares de la UDI, aún quedan sus herederos –familiares del dictador– que viven a cuerpo de rey a costa del dinero de los ciudadanos, y a la UDI le queda Jovino Novoa y “San Pablo Longueira”, “víctimas de los falsos testimonios” presentados ante la Justicia chilena.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)