La muerte del ex Presidente Patricio Aylwin y los tres días de duelo nacional han permitido revivir ciertas tradiciones republicanas olvidadas. Pocos chilenos sabían lo que significaba que la administración pública tuviera sus banderas a media asta, permitiendo a otros ciudadanos hacer lo mismo en sus hogares. La ignorancia respecto de ritos propios de un Estado de Derecho estaban tan olvidados, cuando Aylwin es el primer presidente que fallece en la Transición, que algunos interpretaron que esto significaba prácticamente la paralización del país, al punto de considerar a la marcha estudiantil del jueves 21 de abril, en medio del duelo, como una falta de respeto. Una exageración producto de tantos años de dictadura y de falta de cultura republicana durante la Transición que confunden detrás de cualquier expresión popular, un acto reprochable y fuera de contexto. El mismo tipo de argumentos que desde siempre ha venido expresando la oligarquía respecto de la presencia del pueblo chileno en espacios en que les molesta su representación.
La falta de respeto, de prudencia o de buen gusto son el típico argumento inmovilizador de parte de los sectores más reaccionarios de nuestro país que se esgrimen como una manera de mantener el control sobre las situaciones. Es lo que vemos en la página editorial de El Mercurio de este viernes 22 de abril, bajo el título Actas del Consejo de Seguridad Nacional cuando considera una “imprudencia” la decisión del Consejo para la Transparencia la orden de entregar las actas del COSENA a quien denomina “la requirente”. Olvidando de paso, el decano de la prensa chilena, que quien ha hecho este requerimiento es una periodista, quien lo hace en su calidad de ciudadana pero sobre todo, porque se trata de una profesional consciente de la falta de información respecto de cuestiones que deben conocer los habitantes de esta República.
La petición de la periodista Catalina Gaete ante el órgano que garantiza la transparencia de nuestra institucionalidad, en orden a conocer “las actas de todas las sesiones del Consejo de Seguridad Nacional, desarrolladas entre 1989 y 2012, y los documentos inmediatamente emanados de acuerdos o resoluciones adquiridas en casa una de las sesiones” es una solicitud que no debiera inquietar a nadie… a nadie que no desee ocultar cierta información. Como lo ha expresado la profesional, desea saber particularmente, qué es lo que este Consejo asesor presidencial discutió en materias de seguridad nacional cuando, por ejemplo, Pinochet estaba prisionero en Londres y qué posición debía asumir el Estado de Chile. El Consejo para la Transparencia fue claro y señaló que las discusiones que toquen aspectos sensibles para nuestra seguridad nacional debían mantenerse en secreto. Pero eso es solo una parte de las conversaciones. El COSENA se ha reunido para muchas otras y, en dos de ellas, como lo ha establecido el Consejo, no dejó actas que permitan saber siquiera las materas tratadas…cuestiones que solo en tiempos de guerra se pueden entender.
Los sectores más retardatarios de nuestro país buscan proteger el secretismo. Peor aún, cuando quien aboga por el ocultamiento de la información es un medio de comunicación, que aunque tenga un dueño con un historial ligado al golpismo de ese fatídico 11de septiembre y al gobierno de facto que lo sucedió, debiera proteger la libertad de expresión de un país que ya no requiere de tutelas ni de estados de excepción.
Sin embargo, y he aquí la demostración más clara, que quienes siguen detentando el poder en las sombras, ese poder de manejar la política desde los escritorios de las empresas, no se conforman con que una ciudadana y profesional de las comunicaciones ose meter su nariz en materias que desde siempre han sido de unos pocos. Impresiona que sujetos formados en la doctrina de la seguridad nacional estadounidense no acepten la desclasificación de documentos de alta sensibilidad política, una costumbre habitual en ese país. Eso habla de la falta de civismo y de la escasez de densidad democrática de parte de estos señores que se benefician de estos vacíos. ¿Cómo? Por último, como una manera de manejar la información, que desde hace tiempo tiene otro nombre: poder.