No voy a referirme a la contingencia, de eso ya se ha dicho mucho. Quiero referirme al fondo, sobre eso se ha dicho menos, se ha pensado menos, se ha hecho menos.
Chile es el país más centralizado de América Latina. Chile es el país más centralizado de la OCDE. Los recursos, las oportunidades y las decisiones, y por lo tanto, las personas, se concentran en la capital. Así, al mismo tiempo que el país destaca por un éxito sostenido a nivel de indicadores macroeconómicos, tenemos como contraste las grandes carencias que aún presenta a nivel local y regional.
Por algunas décadas, un grupo escaso de académicos insistió permanentemente en la necesidad de avanzar en descentralización, sin lograr permear las voluntades de los tomadores de decisiones. Luego vino Magallanes, luego vino Aysén, luego vino Chiloé…
Sólo cuando el problema del centralismo es puesto en evidencia a través de distintos movimientos sociales que desafían el orden establecido, empieza a haber algo más de eco en el mundo político, y hoy nadie niega que una de las grandes tareas pendientes en nuestro camino al desarrollo, es la descentralización y el fortalecimiento de las capacidades locales y regionales.
¿Y qué sabemos respecto a estos procesos? En base a más de 10 años de investigación científica sistemática sobre las identidades territoriales en Chile y su relación con procesos de movilización social, algo sabemos al respecto.
Sabemos por ejemplo, que a pesar de que las regiones chilenas son de reciente creación (en comparación con el país, las provincias y las ciudades), de que son denominadas con números (¿cómo alguien podría identificarse con un número?), y que salvo escasas excepciones, no tienen gentilicios (¿cómo un conjunto de personas va a constituirse como grupo si no tienen siquiera como llamarse?), es decir, a pesar de que nuestras regiones parecieran ser un ejemplo de cómo construir territorios con los que sea muy difícil identificarse, los chilenos se identifican fuertemente con ellas.
Estudios realizados en distintas regiones del país, confirman que la identificación con la propia región ocupa un lugar muy importante entre las identidades de los chilenos, y que estas identidades regionales se basarían, fundamentalmente, en una positiva valoración del paisaje, la cultura y la historia regionales.
Independiente de las características geográficas del territorio, en todas las regiones las personas consideran que su región es la más hermosa del país, y en términos de las emociones asociadas a esta identidad, mientras algunos la experimentan con orgullo, otros la viven con ambivalencia, porque a pesar de la positiva valoración que tienen de su región, identifican problemas importantes y de difícil solución.
Que la identidad regional se asocie a emociones positivas depende de dos elementos. Por una parte, la percepción de que en el resto del país esta región es valorada positivamente; y por otra, la percepción de que en la región existe una importante capacidad de autodirección producto de luchas sociales históricas y actuales.
Que la identidad regional se viva con fatalismo en cambio, depende de la inexistencia de las condiciones anteriores, lo que se expresaría en la percepción de que el país “tiene en el olvido” a la región, la percepción que los propios habitantes de la región no hacen nada para conservar y proteger sus elementos constituyentes (paisaje, historia y cultura), y la emigración de los jóvenes y quienes tienen niveles más altos de educación, lo que es percibido como un indicador de todo lo anterior. Así, si se percibe el abandono de la región por parte del resto del país y sus propios habitantes, no disminuye la fuerza de la identificación, pero ésta es vivida con resignación.
Los distintos estudios muestran también que la identidad regional permite vivir con mayor intensidad la identidad nacional, en el sentido que el país se arraiga en la identidad de las personas a través de la región, y su vez, este arraigo con la región potenciaría la identidad nacional. Esta cualidad de la identidad regional resulta trascendente para la elaboración de políticas públicas de fortalecimiento identitario, en tanto nos indica que no hay incompatibilidad o conflicto entre estas identidades. Así, este tipo de políticas cumpliría una doble función, pues permitiría fortalecer la identidad regional y al mismo tiempo reforzar la identidad nacional, como consecuencia de esta complementariedad.
Los resultados demuestran también, que existe un profundo malestar en los ciudadanos de las distintas regiones en relación con el nivel de reconocimiento e inclusión de las regiones por parte del Estado central. Los chilenos que viven fuera de la capital nacional describen la relación entre sus regiones y el Estado central como caracterizada por el abandono, el desconocimiento, la inequidad y la explotación de los recursos naturales.
A partir de los datos descritos, podemos inferir que esta situación podría llegar a tener dos importantes consecuencias:
Por una parte, podría significar un riesgo de disminución de la identificación nacional, ya que, tal como se señaló anteriormente, la región es el filtro por el que pasa la valoración del territorio nacional, lo que quiere decir que la identificación con Chile no es genérica, sino que se afianza en el territorio regional y por lo tanto, para que pueda darse realmente esta complementariedad y potenciamiento mutuo, ambos grupos (regional y nacional) debieran tener un adecuado status y reconocimiento.
Por otro lado, podría interferir en las relaciones interregionales, pues puede fomentar la percepción de preferencia del gobierno central por unas regiones en desmedro de otras. Por lo tanto, para mantener el equilibrio en las relaciones interregionales y entre la identidad regional y la nacional, es necesaria la generación de políticas públicas que consideren y potencien equitativamente a cada una de las regiones.
En el actual conflicto/crisis/movimiento de Chiloé podemos observar la concreción de todos estos procesos. Una profunda sensación de abandono por parte de sus habitantes, falta de facultades políticas y administrativas de las autoridades locales para hacer frente a las dificultades, inequitativa distribución de los recursos y una mala gestión política del conflicto por parte del Gobierno central. ¿Alguna semejanza con lo ocurrido en Magallanes o Aysén? ¿Alguna diferencia con el próximo movimiento que estallará en algún hermoso rincón de Chile?