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Año XVI, 26 de abril de 2024


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Viejo continente, viejas enfermedades


Lunes 23 de mayo 2016 9:41 hrs.


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Europa padece un insomnio crónico: el que perturba las noches de los viejos desahuciados, que lo han visto todo, pero que no han movido un dedo para algo que no fuera salvar su propio pellejo. Y ahora, de ese pellejo queda poco. Hay mucho más hueso que otra cosa: los restos que presagian lo que tal vez fue, pero ya no será. Porque al malestar de la edad se suma la hondura infranqueable de la herida narcisista. Y así como para el insomnio hay una serie de medicamentos y hasta hierbas que lo alivien, para la llaga histórica del narcisismo no se ha inventado ungüento alguno que no sirva más que para cronificar sus cada vez más abundantes supuraciones.

Los europeos se mecen al compás de “refugiados sí”/”refugiados no”, con ese filigrana del minueto y esa tendencia extrema y pendular que ha hecho de nosotros un pueblo -unos pueblos- tradicionalmente fratricidas. Ningún bando tiene razón, ni siquiera a pequeña escala: a los buenistas del sí porque se les olvida que la solidaridad, más allá de las proclamas y el discurso, exige un esfuerzo de adaptación que no es lineal y que ninguna sociedad puede asumir sin un costo que a veces lleva implícita su propia quiebra como proyecto de convivencia. No se puede introducir un elemento extraño sin amenazar un ecosistema, aunque ese ecosistema no sea más que la comodidad pura y dura a la que estamos acostumbrados los occidentales. Sí, esa visión del ecosistema es biológica, casi zoológica. Pero es innegable que somos animales. Animales de costumbres. De malas costumbres.

A los del “no” les pierde la ceguera del inmovilismo, la literal convicción de que la historia está de su parte y que les ha ungido con una verdad que ellos ven como valor supremo…que en el fondo, y en la forma, es tan de cartón piedra que no resiste ni una lluvia de verano. Les falta empatía y les sobra soberbia.

Es muy manido decir que urge un debate. Pero es que urge un debate y algo más. Europa ha levantado murallas en tiempos recientes, como ha hecho durante siglos. El objetivo primordial era mantener fuera al enemigo, que no accediera a sus feudos. Ahora esa alambrada se ha vuelto una trampa mortal en la que Europa apenas puede respirar. Pero no. No es Europa la que no respira, sino nosotros, los que nos quedamos atrapados en su asfixiante pecera, incapaces de comunicar nada que no sea cansancio y un brutal ensimismamiento. ¿Crisis? Ojalà fuera crisis; las crisis alojan en sus entrañas una parte de su resolución. Y a nosotros solo nos habita la derrota.

*Lingüista, traductora, profesora.