Pese a la leve recuperación reciente de los mercados globales, la clasificadora Standard&Poor’s (S&P) ha advertido que la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) tendrá su impacto en EE.UU., aunque sus efectos serían limitados, dado el tamaño y diversificación de esa economía. Aun así, S&P rebajó su pronóstico de expansión de esa nación para 2016 desde el 2,3 por ciento, a 2 por ciento; y para 2017, desde 2,5 por ciento a 2,4 por ciento, aumentando, al mismo tiempo, hasta 25 por ciento las probabilidades que EE.UU. entre en recesión. Como resultado, S&P estima que la FED aplazará la decisión de subir nuevamente su tasa de interés para diciembre y continuaría, paulatinamente, el proceso de normalización en 2017, para alcanzar una tasa neutral recién en 2019.
En China, en tanto, el crecimiento del sector manufacturero se estancó en junio, hecho que aumentó las expectativas de que Beijing aplique nuevas medidas de estímulo para impulsar su economía. En efecto, el Índice de Gerentes de Compras (PMI) del sector manufacturero fue de 50 puntos en junio, comparado con la cifra del mes anterior de 50,1 y justo en el umbral que separa crecimiento de contracción. Y pese a que la producción subió en junio a 52,5, desde 52,3 en mayo, las órdenes de nuevas exportaciones se contrajeron, mientras las manufactureras siguieron recortando puestos de trabajo -y a un mayor ritmo- debido a que el Gobierno ha dicho que reducirá la capacidad de varias industrias para evitar sobreproducción y deflación de precios consiguiente.
Europa, por su parte, ha mantenido su cansino ritmo de recuperación, no obstante la expansiva política monetaria del Banco Central de la zona tras el Brexit. Y si bien la tasa de desempleo descendió en mayo, tanto en la zona del euro, como en el conjunto de la UE respecto al mes y año anterior, lo hizo a un ritmo muy pausado. Según la agencia comunitaria estadística, Eurostat, el desempleo bajó una décima respecto a abril en la eurozona, hasta el 10,1 por ciento, y en la UE, hasta 8,6 por ciento. En mayo pasado había 21 millones de desempleados en la UE, de los cuales, 16,2 millones eran de 19 países de la moneda única.
Es decir, a pesar de los esfuerzos de liquidez los bancos centrales y los ajustes normativos de gobiernos de las zonas económicas más potentes del orbe, la actividad no logra despegar hacia los niveles de crecimiento de los 90. Para explicar este cuadro se conjugan razones coyunturales y estructurales.
Dicho de modo simple, el límite de crecimiento de una empresa cualquiera es la barrera que impone el hecho que los costos de producción del bien o servicio que ofrece al mercado deben ser inferiores a los ingresos que la firma genera por ellos, para así conseguir el excedente o utilidad necesaria para seguir subsistiendo y/o creciendo. Si por múltiples razones (demanda, competencia, reemplazo, etc.) los costos de producción superan a sus entradas, la firma se contrae o, incluso, debe salir de la competencia, generando pérdidas para el capital y desempleo para el trabajador. Si, por el contrario, el bien o servicio se produce a costos menores que sus ingresos y la empresa puede distribuir su oferta a cada vez más personas, la firma crece, aunque, también, hasta el límite que impone un costo de producción inferior al precio de venta, lo que va unido, además, a una demanda creciente.
Para conseguir tamaño éxito, la compañía debe tener una gestión competitiva, innovadora, creativa y eficiente y estar en permanente alerta frente a la evolución de sus costos en capital, salarios, insumos e integración de nuevas tecnologías propias y las de su competencia. De allí que, en la macro lucha internacional, son pocas las que consiguen ese liderazgo y, por lo general, cuando se ubican en la cúspide de la “cadena alimenticia”, deben continuar bregando para sostener su posición dominante. En esa carrera, la mayor productividad es, pues, relevante para seguir en competencia, aunque, cuando una demanda se satura, igual la hora del cambio ha llegado, obligando a la firma a innovar, cambiar de producción o ampliar sus ámbitos de actividad.
En las sociedades de menor desarrollo relativo, la cláusula de ajuste habitual en dicha competencia suele ser el factor trabajo (sueldos y puestos), hecho que, extendido, importa afectar la demanda interna, más aún si debido a una bonanza previa, la capacidad de pago de las remuneraciones se ve restringidas por altas deudas contraída durante las “vacas gordas” por los trabajadores. También incide en mejores o peores excedentes la integración de tecnologías, corrientemente importadas, lo cual implica costos adicionales, aun cuando sea por un período.
Entonces, cuando los sueldos llegan al citado límite estructural -es decir, cuando su incremento por productividad, políticas gubernamentales o presiones laborales, amenaza seriamente las utilidades de la compañía- y las remuneraciones se estancan, haciendo que la demanda caiga, si bien nuevas tecnologías pudieran reducir los costos y revitalizar los excedentes de la empresa, se genera aún mayor competitividad que tiende a dejar fuera a las firmas incapaces de equiparar sus precios a los del líder, por lo que deben contraerse, fusionarse, o desaparecer. O bien, coludirse, para evitar el mutuo desastre, lo que nos vuelve a mostrar la frontera después de la cual -para el capital- resulta imposible seguir, pues nadie invierte para perder.
La enorme liquidez lanzada por los centrales del mundo desarrollado para enfrentar la crisis de 2008 y en adelante, con el propósito de evitar la quiebra del sistema financiero global, dado que los recursos mal prestados por la banca internacional correspondían fundamentalmente a ahorros de millones de personas que confiaron en su gestión y, por consiguiente, eran inocentes víctimas de sus audacias, suponía un rápido remedio a los problemas de confianza que dichas malas prácticas suscitaron. Después de todo, los Estados volvían a poner a disposición de los ahorrantes su dinero cuando lo requirieran, cumpliendo así su función de proteger el principal símbolo de confianza en la autoridad: el dinero fiduciario, marcado con el rostro del poder de dicho Estado.
Pero ni siquiera los eventuales bajos costos financieros y hasta las tasas de interés negativas que sugieren la emisión de moneda sin respaldo para incentivar artificialmente la demanda, parecen ya otorgar ventajas. En efecto, la enorme deuda nacional, corporativa y familiar, producto del masivo apalancamiento bancario observado hasta 2008, el costo de inversiones en infraestructura soft y dura aún en proceso de instalación y la persistente incertidumbre sobre el futuro económico, han recomendado a los decisores de inversión esquivar riesgos de créditos o nuevos proyectos, obligando al conjunto de los sistemas de producción, distribución y financiamiento a ajustarse a las condiciones contractivas. Se han reducido así puestos de trabajo, atrasado nuevas inversiones y negocios, mientras la escuálida demanda proveniente de las remuneraciones (no más del 52 por ciento del PIB mundial) se concentra en los bienes indispensables, ante la amenaza de perder el empleo. Y quienes tenían ahorros, han seguido postergando decisiones de gasto a la espera de menores precios, ralentizando la actividad económica internacional, a pesar del dinero barato.
A mayor abundamiento, la concentración del ingreso, producto del éxito de ciertas compañías, ha llevado a cada vez menos manos la decisión sobre dónde invertir y/o que negocios realizar, razón por la que -siguiendo la lógica de límite estructural del capital que exige reproducirse- el destino de dichos excedentes previsiblemente ha ido donde se reproduce en mayor cantidad, liquidez y más rápidamente. De esa forma, el negocio financiero ha pasado a ocupar el centro de la actividad, estimulando, además, centenares de cierres, compras y fusiones de bancos y entidades financieras. Las empresas -con menos demanda- buscan su éxito no solo en menores costos de producción, sino en la revalorización financiera de su negocio real, transformándolo en acciones que se transan en las bolsas de valores, hecho que permite recoger recursos frescos del público, disminuir la exposición al riesgo de los controladores y que las utilidades de las propias compañías presionen al alza el precio de su patrimonio, generando burbujas de valor y concentrando aún más la tenencia y disposición de los capitales.
Hasta ahora, el tradicional retorno a la realidad de estas situaciones ha sido la recesión. Los stocks de producción acumulados, vencimientos de deudas y caída de actividad productiva financiera y real, terminan por vencer la resistencia de las empresas, empujando los precios hasta por debajo de sus costos de producción, haciendo perder valor a las firmas comprometidas y menos eficientes. Su capital se ajusta, reducen personal y caen inversiones y producto. Entonces, quienes han mantenido liquidez financiera, retornan a los mercados a comprar patrimonios devaluados y el proceso se vuelve a repetir, aunque guiado ahora por otras manos y estrategias. Aun así, con la recuperación y vuelta a la actividad, el algoritmo del capital volverá a reanudar el ciclo para nuevamente llegar a un nuevo límite de su capacidad reproductiva, es decir, su cualidad de generar excedentes.
Así, España, presenta hoy la segunda mayor tasa de desempleo de la UE (19,8 por ciento), solo por detrás de Grecia (24,1 por ciento). Austria subió del 5,9 por ciento en mayo de 2015 al 6,1 por ciento en mayo pasado. Chipre bajó del 15,3 por ciento al 12 por ciento; Bulgaria del 10 por ciento al 7,3 por ciento, mientras EE.UU. bajó del 5 por ciento a 4,7 por ciento en mayo. Entre los países miembros de la UE, el desempleo más bajo en mayo se registró en la República Checa (4 por ciento), Malta (4,1 por ciento) y Alemania (4,2 por ciento).
China, después que su expansión económica disminuyera a un mínimo en 25 años el año pasado, impulsó una ampliación récord del crédito en el primer trimestre de 2016, intentando estimular la demanda. Dicha medida, junto con la fortaleza del mercado inmobiliario y un repunte de los precios de las materias primas, ayudó a estabilizar la actividad en marzo y abril. Pero los datos de mayo muestran nuevamente una pérdida de impulso y los analistas temen que, si los funcionarios se abstienen de aplicar nuevas medidas de estímulo, esa economía se desacelerará aún más en la segunda mitad de este año, volviendo a afectar las tímidas alzas que ha mostrado el precio del cobre en las últimas semanas, así como el de otros commodities.
Es cierto que la actividad del sector de servicios de China se expandió a un ritmo mayor, luego que el PMI oficial subió levemente de 53,1 en mayo a 53,7 en junio. La construcción, por su parte, creció debido a que el Gobierno ha elevado su gasto en infraestructura, aun cuando, como se sabe, muchas de aquellas inversiones deberán esperar décadas para generar utilidad, mostrando así la inutilidad de gestionar el capital con motivos ajenos a su lógica estructural, pues dichas soluciones “políticas” ralentizan aún más la circulación de los recursos, al ocuparlos en proyectos que rentan menos y en mayor tiempo.
Las autoridades comunistas esperan que el sector de servicios compense la debilidad del sector manufacturero, mientras el país avanza en las transformaciones de su economía para depender menos de las exportaciones y su industria pesada. Pero, como se ve, esos mercados han seguido estancados merced a la caída a nivel global de la demanda agregada y la incertidumbre provocada por la amenaza de deflación, desocupación y endeudamiento familiar.
De allí que no habrá repunte notable mientras los límites estructurales que impone a las empresas la consecución de excedentes, dados los actuales usos del capital, tecnología y demanda, así como la desigual distribución del ingreso, no se readecuen a los nuevos niveles de equilibrio entre oferta y demanda, en una economía mundial aún hiper apalancada y que, no obstante mostrar liquidez extraordinaria, sigue fuertemente endeudada corporativa y familiarmente,
La tarea de los mega poderes políticos y económicos es, pues, reestablecer las confianzas perdidas en su gestión, estimulando -más que con mayor liquidez- una integración masiva de las nuevas tecnologías a los actuales circuitos productivos, posibilitando así mejoras de productividad que rompan los presentes límites de los excedentes empresariales en retroceso, de manera de permitir que la consiguiente mayor oferta y a menores precios -que sin embargo asegure renta al capital- otorguen a una demanda culturalmente renovada un amplio acceso a más y mejores bienes y servicios, a la altura del siglo XXI.