El balance que nos hace el Servicio Electoral es certero. Hasta aquí, por cada chileno que se reinscribe en los partidos políticos unos diecisiete borran su nombre de los registros de las distintas colectividades. De seguir esta tendencia, posiblemente a la altísima abstención electoral se sume este precario interés de los ciudadanos por adscribirse a lo que algunos piensan que es uno de los principales soportes de la democracia: los partidos políticos. Llama la atención, en todo caso la cantidad de expresiones políticas que existen y se siguen creando, cuando en la mayoría de las repúblicas del mundo son apenas tres o cuatro las que gravitan realmente en la política y logran conseguir legitimidad política. Habitualmente, consignando un porcentaje determinado de sufragios o eligiendo a un número de representantes dentro del Parlamento.
Lo increíble de este fenómeno es la dificultad que tienen los chilenos comunes y corrientes de descubrir cuáles podrían ser las diferencias ideológicas o programáticas de los partidos, salvo lo que es común denominar como “sensibilidades” distintas dentro de los distintos conglomerados o en los mismos partidos. Es obvio que todos los partidos tradicionales ya no encarnan los idearios de sus fundadores, como en aquel tiempo en que eran perfectamente nítidas las diferencias entre derechista, demócratacristianos, socialistas o comunistas, por ejemplo. Cuando en política se hablaba de los tres tercios que componían nuestro electorado.
Incluso un partido como la UDI difícilmente se hace cargo de representar a ese pinochetismo que sus líderes proclamaron tan vehementemente durante la Dictadura, así como en partidos y grupos de izquierda cuesta encontrar esa encendida adhesión de entonces a procesos como la Revolución Cubana, la nicaragüense y otras. Tal parece que la consolidación en el mundo de las ideas neoliberales y socialdemócratas terminó imponiéndole una matriz distinta a los actores políticos nacionales, toda vez que surgieron referentes meramente electorales y, por lo mismo, más dispuestos a ser de caja de resonancia de algunos caudillos y dirigentes que pensar a Chile y formular nuevas alternativas.
La corrupción que se ha entronizado en toda la actividad pública ha contribuido también mucho a desperfilar ideológicamente a los partidos y movimientos, cuando lo que ha triunfado es el exitismo personal, la necesidad de acceder o retener el poder a cualquier costo. A actuar también “en la medida de lo posible”, expresión presidencial tan lamentable y que terminara relativizando la posición de nuestras distintas expresiones incluso en materia económica, como en relación al compromiso con los Derechos Humanos, la protección del medio ambiente, la justicia distributiva y la hermandad latinoamericana.
Se trata, sin duda, de un fenómeno que también ha afectado a los grandes referentes intelectuales y morales. A esa propia Iglesia Católica que en un momento consintió con la Reforma Agraria, la educacional y otras otros cambios sociales, cuando ahora sus pastores aluden tan poco a la Doctrina Social y a las encíclicas de sus pontífices. Un proceso de descomposición que afectara, asimismo, a instituciones como la Masonería, cuando ésta se desgarrara después del Golpe Militar de 1973.
Tampoco es dable percibir convicciones sólidas entre los miembros afiliados a la CUT y otros referentes sociales, cuando ahora sus dirigentes se muestran tan propicios a convenirlo todo con las autoridades de turno, cuando en todos estos años un despropósito como el Plan Laboral de la Dictadura sigue plenamente vigente y exultante, así haya entrado en completa contradicción con las disposiciones de la Organización del Trabajo y la jurisprudencia internacional. Cómo negar el desmoronamiento de referentes sociales que fueron valiosos en la lucha por restaurar la democracia, salvo constatar la débil existencia aún de aquellas agrupaciones de quienes fueran víctimas de la represión y de sus familiares. De los detenidos desaparecidos, de los presos políticos y otros que, curiosamente, han sucumbido algunos por sus reyertas internas, por la hegemonía que se disputan al interior de ellas partidos y dirigentes que debieran mantener plena identidad de propósitos. Y, muchas veces, lo peor: disputarse los recursos económicos que se pueden agenciarse.
Ya hemos comentado algunas veces el triste desenlace de dirigentes estudiantiles que en un momento se proyectaban como una enorme falange juvenil que, más que luchar por la educación libre gratuita y de calidad, llegaron a ser promisorios en la renovación de la política y en la consolidación de un ariete que se propusiera imponer los cambios estructurales que necesita nuestro país y que explican el habernos convertido en uno delos países más desiguales de la Tierra. Líderes que terminaron cooptados por los partidos, incorporándose a los vicios cupulares y preocupados fundamentalmente, ahora, de retener o aumentar sus cargos parlamentarios o de gobierno.
Dirigentes que fueron aclamados en Chile y en el mundo y que hoy difícilmente pueden participar, sin riesgo de ser insultados, escupidos y expulsados de las tupidas movilizaciones sociales que espontáneamente surgen a lo largo de todo Chile para oponerse, entre otros, al imperio de las AFPs y de las isapres. Ponerle freno a los abusos contra los consumidores y a los escándalos que a diario golpean la política y nos amenazan ciertamente con un nuevo quiebre institucional.