El último año de gobierno de Michelle Bachelet me hace recordar nítidamente la escena de muerte de la Bubulina, en esa inolvidable joya del cine, Zorba el griego.
Cuando la Bubulina va muriendo en la película, los pobladores saquean la casa sin importarles mucho que a la dueña aún le quedara un hálito de vida, mientras ella desfallece en brazos de Zorba.
Así está Michelle Bachelet.
Desde el punto de vista del gobierno, le queda un apenas audible y visible hálito de vida y a nadie le importa, más que a unos pocos y fervientes adherentes y colaboradores, mientras que el resto, incluyendo los de su propia coalición se desesperan por acelerar su muerte política y aprovechar los despojos de una Concertada Nueva Mayoría que solo aspira a perpetuarse en el poder con la connivencia de los principales grupos económicos.
Que la derecha dura, la de Chile Vamos, trate de llevar agua a su molino haciendo leña del árbol caído es normal y natural, es parte del funcionamiento de la parodia de democracia creada por la Constitución de Pinochet, y refrendada por la firma de Lagos Escobar, ex presidente y actual pre candidato presidencial.
Pero, lo que definitivamente se ve muy mal es el hecho que muchos dirigentes políticos de su propia coalición la pateen en el suelo sin ningún pudor, sin vergüenza de ninguna especie. Esto es francamente detestable y sólo digno de personajes sin sustento ideológico movidos únicamente por sus afanes de dinero y poder y que no dudan en darle vuelta la espalda a quien sea.
Y es peor cuando se piensa que son esos mismos adalides del progreso y la democracia quienes la elevaron a la actual mandataria a la categoría de salvadora de la patria toda.
Recordemos, además, que fue primero Lagos Escobar el que la exhibe en una sublime creación de imagen, cuando la nombra Ministra de Defensa y la sube a un tanque, porque ese acto representaba la supuesta “re-unión” entre las FFAA y sus víctimas, lo que la catapulta casi instantáneamente a “presidenciable” junto con su carisma de madre de cada uno de los habitantes de esta copia feliz del Edén.
Doña Michelle en su primer mandato lo que hizo, más allá de jugar a ser la mamá del país y la doctora de los desposeídos, fue continuar y profundizar el sistema político-económico que nos rige y que es la causa de tantos males de nuestra sociedad actual y convertirse en la reina de los bonos de subsidio de todo tipo, de invierno, de verano, de frío, de calor, de cesantía, de no cesantía, mientras su Ministro de Hacienda y efectivo poder detrás del trono, Andrés Velasco, fiel y leal seguidor del FMI y del Banco Mundial, no dejaba espacios para las reformas profundas que el país necesitaba.
Por eso, nadie le cree hoy cuando rasga vestiduras contra el actual sistema de pensiones y anuncia un nuevo proyecto sobre la materia, a ser mandado al Congreso durante el segundo semestre. Es decir, lo presenta a sabiendas que no se cumplirá durante su mandato, no obstante ser una de sus promesas de Gobierno.
Después de la pasada de Piñera por el gobierno, las huestes de la élite concertacionista, se dieron cuenta que con Michelle Bachelet tenían una cierta posibilidad de volver al poder y se dedicaron en cuerpo y alma a “convencerla” que dejara su puesto en la ONU y volviera a servir al país. Basta revisar la prensa de la época para ejemplificar el enorme peregrinaje de mensajeros que le suplicaban aceptar una nueva nominación presidencial.
Para ello no trepidaron en levantar, nuevamente, la imagen de alguien progresista, maternal, convencida de cambios profundos y crearon brutales mentiras de campaña, sabiendo que el gran interés de esa élite era sólo seguir administrando y profundizando el modelo neoliberal y que todas las reformas prometidas iban a ser minimizadas, atacadas y deformadas por ellos mismo y sus adláteres en la derecha dura.
Por cierto, a lo anterior tenemos que sumarle la profunda testarudez de la propia presidente, advertida de no colocar a su hijo en puestos sensibles para el gobierno, aunque ella, empecinada a morir, lo instaló de primer “damo” en un puesto de elevado presupuesto y sin leyes para rendir tales dineros, lo que llevó a Sebastián Dávalos Bachelet y a su señora Natalia Compagnon a transformarse en ejemplo nacional de los usos y abusos de poder más escandalosos del último tiempo, dando inicio al principio del fin del Gobierno de Bachelet.
Pero la culpa no es del chancho, es del que le da el afrecho.
Así como ella sabía que su hijo estaba inmaduro para el poder y lo puso igual, el resto de la élite concertacionista sabía perfectamente que ella no era la estadista que se creó a través de una campaña de marketing, pero recurrieron a Bachelet sólo para poder seguir lucrando y aprovechándose de las ubres estatales.
Y cuando se percatan que viene en caída libre, no sólo no la apoyan con fuerza, sino que le dan vuelta la espalda y tratan de salvar su pellejo a como dé lugar.
Y eso en castellano se llama simplemente traición. Traición a la persona que prometieron apoyar, traición a la ciudadanía que creyó en sus falsos cantos de sirenas, y traición a los nombres de los partidos de la coalición cuya condición de progresistas o socialistas a estas alturas suena más a ironía y chiste malo, que a un pasado junto al pueblo.
*La Bubulina del título es sólo referencia a la película y no a la heroína de la independencia griega Laskarina Bubulina