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El humor de la cintura para abajo

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Sábado 25 de febrero 2017 18:46 hrs.


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La ola de críticas surgidas por la actuación de la humorista nacional Chiqui Aguayo en el Festival de Viña invitan a surfear por la risa del chileno y su sentido del humor en ese escenario. No es difícil hacer un poco de historia y recordar que la inmensa mayoría de las rutinas humorísticas que se han visto pasar por la concha acústica, han recurrido al lenguaje soez, a las múltiples conjugaciones de nuestro consabido “huevón” y al doble sentido para obtener la risa fácil del monstruo. Tampoco debemos olvidar que ahí se ha ofendido repetidamente a las mujeres, homosexuales, cojos, discapacitados y gordos con el mismo objetivo. De modo que no se trata de un lugar sacrosanto al que esta artista ha llegado a ultrajar. No es la Quinta Vergara, precisamente, un ejemplo de buen hablar y de una cultura musical de la que nos podamos enorgullecer, sino que un Festival de la Canción que ofrece “pan y circo” a un pueblo cuya educación está por los suelos.

Chiqui Aguayo no hizo nada que antes no se hubiera hecho en ese escenario. Hizo reír hablando de la cintura para abajo pero reflejando lo que sucede del cuello para arriba. Pero también hizo referencia a los temores, vergüenzas, complejos y compañerismo entre mujeres como asimismo de la vida en pareja. Una rutina para adultos, hilarante y destapada, como muchísimas otras de la larga historia del Festival y que, por lo mismo, no debió haber sido seleccionada por el Comité organizador, si es que se trata de un espectáculo familiar y que ostenta el título de ser nuestra “vitrina cultural” hacia Latinoamérica. Con un guión visado por los organizadores ella fue a hacer para lo que fue contratada, lo que en el campo chileno se ilustra cuando se dice que “la culpa no es del chancho, sino de quien le da el afrecho”. Si hay que dirigir, entonces los dedos acusadores para castigar a quienes permitieron que se realizara una rutina que ofendía al decoro y a las buenas costumbres, hay que hacerlo hacia los verdaderos responsables de lo que ha sucedido con el humor y con la calidad de ese certamen: los canales de TV que históricamente lo han organizado y al Municipio de Viña del Mar. Frívolos, superficiales e indolentes todos que creen que por tener apenas un momento a Isabel Parra en el escenario y recordar la figura de su madre, la gran Violeta, en uno de los puntos altos de su programa, hacen de él un espectáculo “cultural”. Un Festival que tiene como grandes hitos a una alfombra roja y un piscinazo, momentos sagrados de una liturgia grosera en la ostentación y ofensiva con la figura femenina. Repugnante en la impostura de quienes la sostienen, desde el mundo del espectáculo y del periodismo, que insisten hablar en serio de algo que no pasa de ser “pura chacota” y “pelambre”, y que tiene como excepciones a ciertos números artísticos nacionales y extranjeros como ganchos de la gran bacanal veraniega.

No sé si alguna vez el Festival fue lo que debiera ser. Lo que sí creo es que es una vergüenza la friolera de millones que se destinan para su realización en un país con las precariedades como las nuestras. De manera extraordinaria, debió suspender esta vez el chapotazo en la piscina del Hotel O’Higgins porque un grupo de pobladores tuvo el mal gusto de ir a representarle a la alcaldesa el no haberles construido las casas comprometidas. 900 familias del Campamento Felipe Camiroaga que a pesar del nombre de quien ya parece santo nacional, no tienen luz, agua ni alcantarillado y que, cansados del show, decidieron ir a mostrar su deprivación en la narices de la verdadera ordinariez, como es el rito en que el periodismo chileno se moviliza para ver cómo una mujer se tira a la piscina a mostrar lo que a Chiqui Aguayo le reprueban mencionar.

El cinismo y el cambalache de los valores nacionales en el país que ostenta la mayor cantidad de metros cuadrados de mall por habitante de la región, que nos sitúa en las grandes ligas del consumismo irrefrenable, no se cuestiona. Porque lo que importa y se aplaude son esas 40 millones de personas que visitan cada año los 93 centros comerciales en Chile, cuando apenas 2 millones de ellas, se asoman a los 52 Museos nacionales. Y esto no escandaliza a nadie, ni siquiera para hacer un mal chiste.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.