Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 29 de marzo de 2024


Escritorio

¿A qué llamamos “noticias”?

Columna de opinión por Natalia Fernández
Lunes 17 de abril 2017 8:54 hrs.


Compartir en

El lenguaje ha degradado algunos conceptos, tal vez porque las propias ideas han bajado muchos enteros en nuestra vida o porque el propio lenguaje ha ido degradándose…a fuerza de usuarios que tampoco dejan de degradarse. Todo este largo exordio para señalar que eso que entendíamos por “noticias” también ha sufrido una transformación radical. Una noticia se supone un hecho, acontecimiento o suceso de interés público. Y se relata en función de atender a dicho interés, por su prioridad frente a otras posibles historias noticiables y por lo que aportan. Eso sin contar con otros detalles no menores: un contexto adecuado, unas fuentes fiables que hayan permitido una información contrastada y un equilibrio que solo se logra dando voz a todas las partes implicadas.

El mundo virtual ha propiciado o perpetuado otros vicios que dañan el proceso de creación de la noticia. Por ejemplo, ya no se suele respetar aquellas claves que fueron la base de un periodismo respetuoso con la construcción de la realidad, lo que se llamó en inglés las cinco dobles “uves”: what, who, where, why and when. Ahora lees una noticia que no sabes dónde sucedió exactamente (o si lo sabes, es en sentido amplio: “el suceso tuvo lugar en China”…como si China fuera el barrio de Las Condes), ni cuándo (lo que ha permitido que más de una vez me sorprendiera encontrar la misma noticia seis meses más tarde, con lo cual no sabes en qué momento te han colado el gol… ¿cuánta antigüedad puede tener esa historia? ¿Por qué la exhuman, en un momento dado, del cementerio de las noticias ya fenecidas?), ni quién (en España hay una obsesión por poner iniciales y abrumar al lector con “presuntos”, “presunciones” y cosas que se hacen “presuntamente”, con lo que una noticia puede resultar tan jocosa como “la víctima apareció enterrada en una zona boscosa, presuntamente asesinada”… ¡Presuntamente asesinada! No conozco a nadie que se haya suicidado degollándose a sí mismo dos metros bajo tierra…).

En la guerra de Siria, si lo recuerdan bien, hace unos cuatro años -mucho antes de que el “problema” de los refugiados llegara a las puertas de Europa poniendo el dedo en la llaga- las noticias que emitían los telediarios venían nutridas de imágenes de procedencia absolutamente desconocida, de fuentes sin nombre, en general tomadas desde teléfonos móviles, cabe suponer que de gente ajena a la profesión de informar. Imágenes borrosas, confusas, de bombardeos o niños llorando. Y una voz en off que nos explicaba las maldades del régimen. Es decir, había una interpretación de unos hechos que, en el fondo, no estaban probando nada. Más aún: no había ni hechos. ¡Ojo! No dudo de que el régimen se haya hartado de cometer tropelías; solo indico que no hemos tenido un periodismo que refrendara esos hechos o, más exactamente, que consintiera que los hechos dejaran de ser meras vaguedades e hipótesis. Y el periodismo tiene la obligación de que no se produzca esa nebulosa entre la realidad, sus imágenes y las interpretaciones que les solapamos.

Me sigue perturbando que en las noticias sobre redadas masivas de pederastas el informador se conforme con decirnos su profesión y sus iniciales. ¡No basta! Si se informa, se informa de todo. Si la policía le requisó filmaciones con niños “en poses obscenas” (ese es un latiguillo recurrente en esos relatos) deja de haber presunción y es bueno que sepamos si esas personas son nuestros vecinos. Porque la información se supone que es un bien social. Si no, ¿qué sentido tiene? Lo que ocurre es que la corrección política es tan asfixiante que al final los medios informan, sin informar, temerosos de las consecuencias judiciales, con lo que aparecen noticias descabezadas de protagonistas (el famoso “who” en inglés), sin contexto de tiempo o lugar (así pueden ser reutilizadas en otro momento que se considere oportuno) y donde nunca se indaga sobre las causas y los motivos. La corrección política va de la mano de otras esclavitudes: es difícil que salga una noticia negativa sobre el patrocinador directo de un medio.

El otro día salía una noticia en que dos catedráticos de bioquímica se habían lucrado, desde sus puestos de profesores e investigadores en la Universidad de las Islas Baleares, España, vendiendo medicamentos falsos a pacientes de cáncer que llegaron a pagar la friolera de casi 30.000 dólares por el producto. Solo una noticia sacó sus nombres a las horas de haber salido la primera información. Al día siguiente, por no se sabe bien qué razones, había desaparecido todo rastro de esa noticia, que quedaba remplazada por otra sobre el auge de las “páginas web fraudulentas” que ofrecen pseudomedicamentos a gente desesperada y desahuciada. Pero, entretanto, los dos catedráticos se habían volatilizado del horizonte informativo. Y yo quisiera que se aplicaran las cinco doble uves y me lo contaran todo: cómo lo han hecho, qué consecuencias va a tener (si es que las va a tener), dónde está la voz de los afectados…Nada. El silencio informativo es el más helador de todos. Siempre tiene el olor nauseabundo de aquello que el dinero ha comprado.

Y sin embargo, se siguen llenando páginas con noticias tipo “se cae una vecina de un balcón cuando intentaba regar unas plantas”.¿De verdad eso es de interés público, cuando la madre de todas las bombas amenaza con proyectar algo más que una sombra alargada sobre nuestras vidas? ¿Qué le ha pasado a la información, y sobre todo a los informadores, para que se hayan olvidado de que informar también es un gesto ético?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.