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“Mi piel, tu piel”

Columna de opinión por Antonia García Castro
Jueves 6 de julio 2017 12:25 hrs.


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Esta historia ya la conté. Pero no importa. Pienso volver a contarla. Las historias no sirven. A cada rato tenemos la prueba y, sin embargo, solo tenemos historias, palabras para decir dolores, esperanzas. Fue más o menos así.

Un niño abrió la puerta del aula. Pasó la cabeza. Saludó. Traía un mensaje. Los mensajes entre profesores, en esa escuela, se mandaban con papelito. Era un honor ser distinguido por un profesor para hacer de mensajero. En su mayoría, los niños no estaban familiarizados con los honores. Estaban familiarizados con otras cosas. Vivían en un barrio de trabajadores pobres, en un momento en que la pobreza no generaba lazos de solidaridad (o no como antes, con mayor dificultad). El niño que pasó su cabeza por la puerta, esa mañana, se veía contento. Sonreía cuando el profesor le asestó esta frase de bienvenida: “¡Pero qué alumno más feo!”.

El niño era un niño y su piel era oscura. Negra. El maestro era francés. El niño también. (Hijo de inmigrantes, originarios de una ex colonia francesa). Sería el año 84. La escena fue, a su modo, una clase magistral. Decía eso: las historias no sirven, las palabras tampoco, como no sea para herir. No sirven las revoluciones, ni las declaraciones, ni los derechos.

Sucede que en ese mismo lugar, en ese mismo momento, había un tipo de personas que no se daba por vencida. No solamente se movilizaban y marchaban cada vez que les era posible contra toda forma de discriminación y de racismo, sino que además lo hacían señalándose a sí mismas de una manera especial. Es sabido que, en ciertos lugares, en determinado momento, se pintaron en las puertas o en las fachadas de algunas casas, letras para señalar que ahí vivía un tipo especial de “otro”. Un “otro” al que se denegó humanidad. Estos hombres y mujeres hacían algo parecido, pero en sentido inverso, pintaban sus propias puertas, pegaban ahí todo tipo de inscripciones y etiquetas, que los identificaba con claridad como militantes anti-racistas. Lo hacían subrayando el vínculo. A ese “otro”, que algunos pretendían expulsar, lo llamaban “mío”. “Mi amigo”, “mi yunta”. Y advertían: “no te metas con mi yunta”.

Había que tener coraje para comportarse así en esos años. Antes y después hubo crímenes en Francia. Crímenes que tuvieron como víctimas a migrantes e hijos de migrantes. Por intolerancia. Por ignorancia. Por miedo. Por estupidez. Por odio. Por maldad. Por cobardía. Por lo que fuera. Los militantes anti-racistas de Francia también ofrecieron una lección magistral. Lo que de alguna manera dio un mensaje de esperanza: la escuela, en sentido estricto, no lo es todo; la escuela, quizás para bien, no lo es todo; la escuela y la educación por la que se lucha tienen muchos escenarios.

¿Por qué nos movilizamos? ¿Por qué se moviliza la gente? ¿Qué nos hace salir? (Tarea para la casa: hagamos la lista). ¿Qué cosas, en cambio, por graves que nos parezcan, no nos mueven? ¿No nos conmueven? ¿No de la misma forma? (Lo mismo: hagamos la lista) ¿Qué tipo de situaciones hacen que uno se sienta tocado, en su propia humanidad, por una situación que no nos tiene como protagonistas? Porque esa es una de las cuestiones. Cuando nos movemos, ¿nos movemos por nosotros o por otros? ¿Cuál es la relación?
Sucede con las movilizaciones lo mismo que con las historias. No sirven para nada y sin embargo no hemos inventado nada mejor. Nada mejor para decirle a un ser humano desdichado: tu destino me importa, tu destino es mi destino. “Mi piel, tu piel. Mi corazón, tu corazón. Vivamos en paz”.

Es en esos términos que el Movimiento de Acción Migrante está llamando a reunirse el sábado 8 de julio a las 13.00 horas para dar inicio a una campaña de sensibilización ante los agravios que están padeciendo, en Chile, personas que, desde distintos lugares, han llegado al país con la esperanza de vivir y trabajar. Vivir y trabajar. VIVIR. NO MORIR de frío, como se dice que en otro siglo se dejó morir a Toussaint Louverture, tras apresarlo y desterrarlo a Francia, como castigo por haber luchado por la libertad en nuestro continente. ¿Mata el frío? ¿O la mano que no cobija? ¿Que deja hacer?

Dice el comunicado del MAM:
“EN MEDIO DE LA VIOLENCIA VEMOS EL ESFUERZO POR VIVIR EN PAZ.
La Defensoría Penal Pública expresaba en el año 2016 que el porcentaje de migrantes que estaban en calidad de víctimas de delito, se había incrementado en un 14%; nos desazona el caso de un trabajador haitiano quien fue atropellado por un conductor sin licencia de conducir y ahora está en el Hospital Sotero del Río con su cadera fracturada por lo que perderá muchos meses de trabajo, el de otro trabajador haitiano que fue apuñalado por un trabajador igual que él solo que uno había nacido en Chile.
Estos son solo ejemplos de lo que cotidianamente nuestra gente sufre ante las expresiones más crudas del racismo y la xenofobia. De la falta de garantías en sus derechos.
TODAS LAS AGRESIONES FISICAS SON MENORES FRENTE A LA SENSACION DE INJUSTICIA QUE PROVOCA LA DISCRIMINACION
Todos estos hechos son consecuencias de los lamentables discursos xenófobos y racistas de algunos líderes de opinión, que irresponsablemente ad portas a las elecciones, siembran odio, dudas y prejuicios. Hay un cierto sentido común generado en conceptos falsos de deshumanización frente a los “otros” que hace creer que la vida de los migrantes no vale nada, que somos desechables. (…) Llamamos a las personas sensibles y respetuosas de los derechos humanos, a los trabajadores, a las organizaciones sociales, movimientos culturales y autoridades a expresarse y a actuar (…)”.

No podré sumarme el sábado porque, habiendo nacido en Chile, vivo y trabajo en otro país. En Argentina, en Buenos Aires. Aquí, hace poco, me contaron un diálogo del que todos, me parece, tenemos algo que aprender. Sus protagonistas: un kiosquero y una niña. Me escribe su madre:

“Charla entre kiosquero y Frida, en ese orden, mientras kiosquero aguarda que yo encuentre la billetera:

–¡Qué rico alfajor te compró mamá! ¿Ya te vas al jardín?
–Sí.
–¿A cuál vas?
–Al de la esquina, ese de la puerta grandota y de madera.
–Ahhh, ahí estás llena de peruanos.
–Y chinos.
–Jajaja, ¡estás invadida!
–Bueno, es que no son extraterrestres. Y el mundo y las escuelas son de todas las personas. Incluso de usted. Si quiere, también puede ir al colegio”.

Le agradecemos a Frida sus palabras que demuestran que uno suele equivocarse. Sus palabras abrigan, cobijan.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.