Hace unos meses se viene implementando un nuevo sistema de cobro en algunos peajes del país. La operación es automática, por lo que los automovilistas que cuentan con la tecnología ya no se exponen a la distracción de manejar con una mano y, con la otra, contar las monedas para efectuar el pago. Así, en unos pocos días, las personas apostadas en las casetas vieron amenazada su fuente laboral.
De eso se trata la revolución de las máquinas, una de las principales razones que plantea el desafío, durante los próximos años, de pensar en una política que se comenzó a implementar en Finlandia este 2017. En pocas palabras, se trata de un programa que reparte una renta básica superior a los 411 mil pesos chilenos mensuales para un total de 2.000 desempleados. Éstos, por su parte, no tienen ninguna exigencia a la hora de su uso.
Lo que pareciera ser modo de raigambre en la izquierda económica fue un modelo que contó con el beneplácito de economistas como Milton Friedman. Si se observa el modelo finlandés, de hecho, el primer dato que llama la atención es la militancia del actual presidente, Sauli Niinistö, que en 2012 sepultó la mala racha de los partidos conservadores a la hora de ocupar ese cargo en la nación –el último representante había sido electo en 1956.
La renta básica –próxima a experimentarse en Oakland, EE UU; y Ultrech, Holanda– más allá de parecer un regalo, se piensa como una forma de poner en marcha el consumo dentro de la propia economía. Es decir, una manera de activarla cuando se encuentra en momentos depresivos.
El economista Patricio Guzmán afirma que este tipo de programa, todavía en modalidad de piloto en Finlandia, está pensado para la ciudadanía que regularmente no puede consumir.
“Esto rompe con toda la mentalidad de los últimos dos o tres siglos. Aquí, gente sin trabajar va a recibir dinero, y eso se piensa que sería positivo para la sociedad y para los que sí trabajan. Muchos investigadores han anunciado que se viene un verdadero tsunami de destrucción de puestos de trabajo por lo que se ha llamado la cuarta revolución tecnológico-industrial”, dice.
En cuanto a su aplicabilidad en Chile, el economista explica que no debiera haber problema para llevarse a cabo. Eso en un primer nivel. “Lo que pasa es que con la lógica neoliberal que tenemos, y con tanta gente viviendo con empleos precarios, no veo voluntad política de las autoridades ni de la elite para optar a algo así”, agrega.
Patricio Guzmán explica en sus palabras lo que dificultaría una política de estas características en un país gobernado por conservadores chilenos y no escandinavos: “nuestra derecha es bastante más arcaica. Muchas de las iniciativas sociales que aquí parecen de la extrema izquierda, fueron adoptadas por gobiernos de derecha en su momento. Los primeros que llevaron a cabo la demanda de seguridad social en Prusia e Inglaterra, por ejemplo, fueron gobiernos conservadores”.
Una política momentánea
Roberto Meza, analista económico, coincide en la positiva aplicabilidad que tendría este modelo en Chile, a pesar de que desde escuelas como las de Chicago se evite cualquier tipo de fijación que no sea impuesta por el propio mercado. La política, entonces, respondería a una manera neo keynesiana, o capitalista “ligada al humanismo”.
“En determinadas circunstancias tú puedes darle un shock de liquidez a la economía para despertarla. Pero a condición de que se sepa que es un shock, y que en algún minuto, cuando ya esté restablecida y se haya subida la producción, se debe volver a poner mano dura y achicar la demanda y volver al estado natural de relación entre lo que se produce y lo que se consume”, dice.
Respecto de la pérdida de empleos por una vorágine tecnológica, Roberto Meza declara que, más que aumentar la tasa de desempleo, lo que ocurrirá es que algunos de éstos van a desaparecer. Como el ejemplo de las casetas en el peaje: “van desapareciendo sectores que son poco productivos y obligan al surgimiento de personas que son más productivas”.
Por último, el analista insiste en la atmósfera transitoria que debe tener una renta básica y así no pasar a una lógica de subsidio eterno. “Darlo como una cosa segura y eterna, y que te asegure que tú no vas a tener problemas en toda tu vida, me da la impresión que la gente preferiría vivir así. Finalmente, si te llega plata del Estado, y haciendo un par de cosas más tienes la plata para vivir, me parece que no hay ningún estímulo para que la persona salga de esa relación de subsidio”, termina.