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Harakiri chilensis


Martes 9 de enero 2018 6:34 hrs.


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Somos buenos para copiar, pero a veces -muchas veces- ni nos acercamos al original. Por eso no es de extrañar que lo que se anunciaba como un harakiri político en la llamada centro izquierda, se esté desarrollando como un simple rasgar vestiduras…y no de las recién compradas. Muy lejos de la culminación de la ceremonia del seppuku, ese corte que se auto inflige en el abdomen quien ha decidido terminar con su vida para salvar el honor. Por lo tanto, tampoco hemos tenido oportunidad de observar, aterrados, ningún tsiufuku o aibara, como llaman los japoneses al harakiri de quienes seguían en esta práctica a sus amos.

Simplemente, los Partidos de la Nueva Mayoría han optado por palabras de buena crianza, esgrimiendo la humildad como bandera de lucha. Han aceptado, incluso, que la derrota en la última elección presidencial fue “una gran derrota”. Pero conociendo la usanza política, esta humildad suena más a justificación barata que a reconocimiento de males profundos.

En la actualidad siguen las discusiones internas. Pero se conoce poco de los debates ideológicos, si es que los hay. Más bien se lanzan aseveraciones generales o las páginas políticas se llenan con las tensiones internas o con las acusaciones contra aliados. El más requerido, en este sentido, es el Partido Comunista.  Es el que la lleva. Democratacristianos que se fueron de la colectividad, y también algunos de los que se quedaron, reconocen que no tienen nada que ver con el ideario del PC.  Es un reconocimiento tardío, por decir lo menos. Otros, poniéndose el parche antes de la herida, advierten que con el Frente Amplio no hay nada que hablar. Según ellos, la centro izquierda debe quedarse en el centro…Y si usted pregunta por el apellido, ahí vienen algunas explicaciones curiosas.

Otra cosa que se ve son las caras de los salvadores. En el Partido por la Democracia (PPD) ha aparecido con frecuencia el actual canciller, Heraldo Muñoz. Los rumores lo señalan como el próximo líder de la colectividad. Una situación  que, de ser cierta, sería sorprendente.  Muñoz no se ha caracterizado por ser un adalid político. Se le conoce como funcionario internacional. Pero quienes lo han convencido para que salve a su Partido, recurren a la buena calificación que constantemente le ha dado la ciudadanía como ministro de Relaciones Exteriores. Tal vez desconocen que desde que Chile retornó a la democracia, las encuestas siempre han distinguido con la mejor evaluación a los cancilleres. Y, en algunos casos, como en el de Muñoz, no por ser, precisamente, avezados políticos, en el buen sentido de este término.

La búsqueda del PPD se justifica ampliamente.  En la última elección perdió 8 diputados, obteniendo 7,34% menos de votos que en 2013. Sin embargo, todo parece indicar que el problema no está sólo en la imagen de sus dirigentes. Es el contenido del mensaje el que aporta las mayores dificultades. Pero en ese terreno o no se ha querido entrar o no se sabe cómo hacerlo. Todo indica que ambas circunstancias están presentes.  La primera, porque no se desea perder poder dentro del Partido y, en cuanto a la segunda, los cambios que están ocurriendo en torno a las instituciones y a la política, a nivel mundial, tiene a todos fuera de lugar.

No es necesario resaltar que en las colectividades de la Nueva Mayoría lo que abunda no es la alegría. Pero en las caras largas hay matices. Los radicales tenían poco que perder y parecen satisfechos con el porcentaje que alcanzaron. Les sirvió para estar presentes en la Cámara de Diputados con 8 de sus militantes. Sin embargo, siguen lejos de la hegemonía que les gustaría ejercer.

Hoy, las miradas parecen estar vueltas hacia el futuro.  Y mientras en la derecha hay sonrisas de confianza, en los partidos de la coalición del gobierno actual las dudas son abrumadoras. Una de las más recurrentes es si la coalición se amplía hacia los nuevos representantes de la izquierda, el Frente Amplio. A decir verdad, éstos no han buscado tal alianza. Sienten que la frescura de la renovación los acompaña. A diferencia de lo que ocurre con las colectividades de la Nueva Mayoría, que antes fueron la Concertación de Partidos por la Democracia.

Y en medio de este ambiente, los Partidos que apoyaron a la administración Bachelet tratan de buscar alternativas.  Una que se ha escuchado es que debe privilegiarse a las agrupaciones reformistas. Ello, porque son las únicas que en el mundo han logrado cambios reales.  Para reafirmar tales aseveraciones, muestran la realidad de los países nórdicos.  Y van más allá, como los hace el sociólogo Ernesto Ottone, quien afirma que ninguna revolución ha llegado a buen fin.  Sólo los reformistas han triunfado.  Ottone olvida que las instituciones en que se cobija la actual democracia surgieron, precisamente, de una revolución: la francesa El movimiento político y social que se inició en 1789 puso fin al feudalismo. Y la burguesía, a veces acompañada por el pueblo, tomó el control del poder, desde donde desplazó a la aristocracia.

Las críticas de Ottone apuntaban a reafirmar los postulados de uno de sus líderes, Ricardo Lagos. Un socialista que, con el paso del tiempo, fue morigerando su posición y se transformó en un reformista, muy identificado con los cambios que experimentaba la socialdemocracia europea. Y esa debería ser la postura que adoptara esta centro izquierda chilena. Lo que hoy aparece muy de actualidad.  Sobre todo si se teme que la aparición del Frente Amplio signifique un reflote de la izquierda.

Pero, tal vez, todas estas son miradas ancladas en el pasado. Miradas incapaces de visualizar la nueva realidad.  Una realidad que, por otra parte, no se puede ocultar con poco sinceras autocríticas.