Democracia Cristiana: Una crisis ciertamente NO ideológica

  • 26-04-2018

El senador Francisco Huenchumilla da en el clavo en su diagnóstico respecto de la Democracia Cristiana. Habla él de una pugna por el poder, por el control de la colectividad, que poco o nada tiene que ver con diferencias ideológicas, o con el hecho de que sus militantes se hayan derechizado o izquierdizado, como algunos lo sostienen.

El Partido Demócrata Cristiano nació a la vida pública como una agrupación que se proponía hacer cambios fundamentales en la vida del país y que, de hecho, impulso transformaciones tan drásticas como la Reforma Agraria y la chilenización de nuestro cobre. El gobierno de Eduardo Frei Montalva, tanto como la candidatura presidencial de Radomiro Tomic disputaron sus banderas progresistas con las de Salvador Allende, los partidos marxistas y la Unidad Popular. Unos y otros deslindados completamente de las alternativas electorales de la derecha, los intereses del gran empresariado y, finalmente, de la conspiración militar alentada por el imperialismo norteamericano. Aunque, en efecto, es indiscutible que muchos demócrata cristianos respaldaron el Golpe Militar de 1973, no porque se hubiesen derechizado, sino en el prejuicio de que el gobierno de la Unidad Popular podría conducir al país a una dictadura de izquierda, a una dictadura del proletariado, como algunos hasta lo vociferaban.

Pasado el tiempo del Régimen Militar, lo cierto es que la balanza política quedó inclinada totalmente hacia la derecha y que se revirtieron muchas reformas que habían sido impulsadas por demócrata cristianos, socialistas, comunistas y otros. Con esto, lo que queremos afirmar es que la supuesta radicalidad política de la DC poco o nada ha podido expresarse durante los gobiernos de la Concertación, los que más bien vinieron a sacralizar el modelo neoliberal del régimen castrense y la institucionalidad heredada de la Constitución pinochetista de 1980. Todavía vigente, por lo demás.

Tampoco se ha expresado en estos años el izquierdismo del cual hacían gala los partidos de la Unidad Popular y otras expresiones todavía más rebeldes dentro de nuestro espectro político.  Por algo, todos éstos y los demócrata cristianos pudieron co gobernar por casi tres décadas sin mayores contratiempos.  Ya se comprobó, asimismo, que las diferencias que prometían pronunciarse entre unos y otros quedaron totalmente descartadas durante el propio mandato de Michelle Bachelet, quien más bien hizo un gobierno de continuidad en lo económico social y en algunas materias, como en el tema de los Derechos Humanos, fue hasta regresivo. Incluso si lo comparamos con el primer gobierno del Sebastián Piñera, autor de medidas tan contundentes como la de cerrar el penal de lujo Cordillera, en que entonces cumplían pena los militares golpistas y asesinos. Así como también concretara aquella iniciativa de extender a seis meses el permiso postnatal, sin duda una demandada y postergada reforma progresista.

Lo cierto es que no ha habido espacio para la izquierdización de la Democracia Cristiana en un tiempo en que es la derechización, en realidad, la que se ha consolidado en el país, cuando son muy pocas las diferencias que han podido apreciarse entre los programas políticos de quienes han llegado a La Moneda o han compartido bancadas y curules en el Parlamento. Salvo voces muy aisladas, no ha habido expresiones en la DC y en el conjunto de los partidos que propongan, por ejemplo, recuperar la propiedad sobre nuestros yacimientos o volver a repartir las tierras entre los campesinos. Ni siquiera en cuanto a rescatar aquellas empresas arrebatadas por Pinochet al Estado para regalárselas a una serie de empresarios inescrupulosos, como a parientes y amigos. Así como tampoco hemos escuchado de la DC y los partidos de izquierda marcar distancia con la hegemonía mundial que intenta imponer de nuevo Estados Unidos, especialmente con Donald Trump.

En efecto, apenas algunas tímidas objeciones hemos comprobado en algunos demócrata cristianos y en aquellos izquierdistas del pasado respecto de la política exterior chilena y la práctica fratricida de nuestros sucesivos cancilleres en relación a nuestros países vecinos. En contraste con la solidaridad y las movilizaciones que en su época provocaron la guerra de Vietnam, la revolución cubana y el fenómeno político de la Teología de la Liberación.

Los estrictos moldes de la institucionalidad vigente, así como el permanente temor a los militares y “garantes” de la misma, ha llevado a todos los partidos otrora progresistas a conformarse con el orden establecido por el régimen castrense y los que negociaron nuestra salida política. Esto significa que se han sometido a la derechización, cuando no han terminado completamente encantados con la ideología oficial que rige la política, la economía, las relaciones laborales y el sistema previsional, entre otros.

Francisco Huenchumilla tiene toda la razón. No son las diferencias ideológicas las que explican y detonan la crisis de la Democracia Cristiana y otras colectividades. Simplemente se trata de grupos o camarillas que pugnan por el control interno, por acceder al “timbre y la campanilla” de estos partidos. Controversias y rencillas que hasta aquí fueron controladas por la práctica del cuoteo partidista en la distribución de los cargos y prebendas de quienes llegan a La Moneda y a las “reparticiones” públicas. Y que estallan ahora, cuando ya no tienen mucho qué repartirse.

De lo que se trata ahora en la DC e, insistimos, en otros partidos, es de administrar el poder para quedar bien ubicados para llegar al próximo gobierno en caso de que la derecha no logre “repetirse el plato” en La Moneda. Así como en los que ahora abandonan la Democracia Cristiana están motivados fundamentalmente, en abrirse espacio en la administración de Piñera o consolidar alianzas con la derecha para quedar mejor representados en el futuro parlamento.

No es que haya anticomunismo en relación a un partido que evidentemente ya no levanta sus banderas históricas o del marxismo leninismo. Esto se constituye solo una excusa o un pretexto para ganarse la acogida de la derecha. Así como tampoco hay tanta radicalidad en los que quieren retener la conducción de la Democracia Cristiana, sino fundamentalmente la intención de no cederle más espacio electoral al Frente Amplio y  otras expresiones más sociales que partidistas para que solo éstas funjan de izquierdistas y capitalicen el voto de los que quieren realmente en Chile los cambios y la redención de los oprimidos por la desigualdad y las discriminaciones.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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