En cierto colegio de Santiago de Chile, durante el año 2011, un grupo de alumnos llamaban martes feliz al día en el que un grupo de ellos no debía tomar la pastilla para la concentración. Los adolescentes tenían una pesada carga curricular y el martes era el único día en que convergían los ramos artísticos, lo que les permitía estar más relajados y espontáneos. Entonces, quienes habían sido diagnosticados con el Síndrome de Déficit Atencional (SDA) prescindían del medicamento que les permitía estar más atentos y subir sus notas. Paradojalmente, lo que escondía ese martes feliz era la enorme frustración de aquellos adolescentes que sabían que sin esa píldora mágica las cosas se ponían difíciles. Los dolores de cabeza, el insomnio o el retraimiento eran para ellos un precio menor, con tal de no lidiar con el castigo de sus padres y profesores por el bajo rendimiento escolar.
Muchos de los alumnos que disfrutaban del martes feliz, años después, siguieron recurriendo a ese comprimido para los exámenes de la Universidad y después para momentos de alta exigencia laboral. Una suerte de S.O.S. que hasta hoy les da la confianza para enfrentar la realidad, una realidad marcada por el exitismo y la consecución de ciertos logros a como dé lugar.
En la Universidad de Yale, una de las más prestigiosas del mundo, el 52 por ciento de sus alumnos confiesa que se siente a veces desesperado, y casi un 40 por ciento de ellos sufre episodios de depresión. Impensable cuando se trata de jóvenes privilegiados que por el solo hecho de estar en una de las mejores universidades del mundo ya debieran sentirse dichosos.
Hasta que un curso llamado La Psicología y la Buena Vida despertó la mayor expectación. Se trata del curso que más matriculados registra en la historia de esa Casa de Estudios: más de 1200 cada cuatro meses. La responsable es la académica y psicóloga Laurie Santos, quien ante la alta demanda lo dicta también en internet, donde ya cuenta con casi 100 mil inscritos. El curso virtual es gratuito (www.coursera.org) pero quienes deseen el diploma de la certificación deben cancelar unos 35 mil pesos chilenos. Así es cómo, millares de personas de todo el mundo, no sólo los privilegiados de la Universidad de Yale, están tomando las lecciones que en 10 semanas les harán un poquito más felices.
Desde el punto de vista científico, la doctora en Psicología y Biología establece que “el 40 por ciento de nuestra felicidad no depende de la genética, ni de nuestro nivel de vida, sino que de nosotros. Ser feliz requiere esfuerzo y ciertas rutinas”. Excesivamente simples resultan algunos de los ejercicios, como dormir 8 horas cada noche, meditar o compartir más con la familia y amigos cara a cara y no a través de las redes sociales. Lo importante es que todo esto se haga de manera sistemática de modo de integrar el hábito, como el de la lista de gratitud, esto es, escribir cada fin de día todas las cosas gracias a las cuales nos sentimos felices. Asegura que en pocos días el ánimo y los rostros ya empiezan a cambiar.
La pregunta es cómo algo tan pedestre y obvio puede conseguir tan buenos resultados. Y la respuesta viene desde la misma biología, cuando la investigadora dice que nuestro error como seres humanos ha sido poner nuestra felicidad en las manos equivocadas ¿Cuáles? Pues el córtex prefrontal, una zona de nuestro cerebro que por millones de años ha evolucionado como el mejor simulador de experiencias. Sin embargo, el mismo mecanismo que nos alerta del peligro de manera muy eficaz, fracasa a la hora de mostrarnos el mejor camino a la plenitud. Dice Laurie Santos que esta suerte de “App predictiva del lóbulo frontal” se confunde con la felicidad, haciéndonos creer que ser más delgados o bellos, tener una casa o un auto más grande, nos hará más felices.
De modo que se trata de una reeducación de la felicidad, como si todo el tiempo hubiésemos estado buscándola al final de un arcoíris visible a los ojos, pero inexistente, al fin y al cabo.
¡Cuánta falta hace este curso no solo en Yale sino que en todas las aulas del mundo! Para que desde pequeños, los seres humanos nos reformateásemos y entendiéramos que la felicidad es una decisión, no una suerte de milagro que alcanza solo para unos cuantos privilegiados. Un curso que debieran tomar sobre todo, los profesores de nuestros niños y jóvenes, y también sus padres, para que entiendan que la felicidad no viene en frascos.
No extraña que esta misma investigadora que imparte el secreto de la felicidad humana sea además, especialista en comportamiento canino, esos amigos fieles cuya sola presencia nos alegran el alma, lo importante es consignar también ese pequeño milagro diario en esa listita de gratitudes.