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Una ballena en la ventana

Columna de opinión por Vivian Lavín
Domingo 23 de septiembre 2018 12:21 hrs.


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Porque “el mar que tranquilo te baña” es más un paisaje que un territorio o, propiamente dicho, un maritorio; es una postal que evoca vacaciones y abundantes recetas marinas listas para ser degustados con desenfreno y mucho vino. Quizás por lo mismo, es que lo hemos saqueado hasta el hartazgo, al punto que de las 26 pesquerías que existen en Chile, 9 de ellas están colapsadas o agotadas, 7 sobreexplotadas y 8 en plena explotación, según rezan las cifras oficiales, sin asomo alguno de remordimiento o vergüenza. Esta es la manera cómo protegemos los chilenos ese mar que con tanta fuerza defendemos frente a Tribunales Internacionales.

Como está todo cubierto de agua y la de ese tipo aun no tiene valor comercial, es que no se puede ver lo que se ha hecho con la flora y fauna de ese maritorio que, con el panorama antes dibujado debiera tener una narrativa de catástrofe nacional. Pero como vivimos en el territorio, la sensibilidad respecto de lo que allá abajo suceda ha quedado reducida a los pescadores que defienden su fuente de trabajo frente a las grandes pesqueras y lo demás, a la sensibilería propia que nace de la nostalgia de lo que poco se sabe. ¿Cómo entender entonces que la educación de los chilenos y chilenas que viven pegados a sus costas no consideren deportes náuticos ni asignaturas vinculadas con esa biodiversidad como parte de su formación integral? Se ama lo que se conoce, y al mar, los chilenos no lo conocemos ni lo amamos. Lo valoramos como espacio de divertimento pero no lo respetamos cuando nuestros propios senadores de la República han legislado para su explotación bajo las órdenes de las pesqueras. Poco o nada sabemos de la pesca de arrastre que, frente a nuestros ojos ha barrido con el lecho marino, desertificando un suelo rico y lleno de vida. El jurel o la merluza ya no debieran estar en ninguna mesa que se precie de tener algo de amor patrio debido a la sobreexplotación a la que se han visto expuestas estas especies, al punto que son recursos que en unas décadas podrían haber desaparecido del todo. Sin embargo, acá campea la desidia exigiéndolas como parte del menú diario sin considerar que ya comemos a ejemplares que ni siquiera alcanzan su madurez reproductiva… ¿qué significa eso? Pues la ignorancia total, ni asomo de conocimiento sobre pesca sustentable.

Esto es lo que sucede en el “horroroso Chile”, hasta que por la ventana vemos a una ballena. Entonces,  muchos se detienen. Los ojos se iluminan y las sonrisas se amplían. La ballena y su cría frente a una playa de la Quinta Región, una zona frente a la cual no suelen detenerse cuando van a alimentarse al sur o a procrear al Ecuador. La ballena es de la especie Franca Austral y junto a su ballenato han tomado a la playa principal de Quintay como lugar de descanso. Las fotos las retratan prácticamente en la orilla y los curiosos se alertan ante la posibilidad de que puedan varar. Pero ella está tranquila aclimatando a su cría para el largo viaje que se avecina. Por los whatsapps de los vecinos comienzan a circular videos y fotografías. Ya le han puesto nombre: La Consentida, a la madre y La Regalona, a la cría, asumiendo que se trata de una hembra. En su estadía debieron soportar que curiosos se les acercaran en sus botes y kayaks, drones las sobrevolaran, equipos de televisión las registraran, buzos deportivos las grabaran y otros profesionales decidieran pescar con arpones a escasa distancia, sin respetar los 300 metros que exige una especie de ballena de la cual quedan menos de 100 ejemplares en el Océano Pacífico. Más que todos ellos, sin embargo, fueron los cientos de personas que desde la playa las miraban con alegría, aplaudiendo incluso sus gracias.

¿Habrá sabido esa ballena que había traído a su cría a las fauces del monstruo? La misma playa donde hace 50 años los botes arrastraban hasta 30 ballenas al día para faenarlas y convertirlas en aceite y jabón.

 Se fueron las ballenas: ¿a otro mar?/ ¿Huyeron de la costa encarnizada?/ O sumergidas en el suave lodo/de la profundidad piden castigo/para los océanos chilenos?¡Y nadie defendió a las gigantescas!, decía Pablo Neruda, en el año 1969 sobre la ballenera de Quintay.

 Somos una raza de asesinos, responde Raúl Zurita, asesinos condenados a construir felicidad… esa es la esperanza que nos asiste mirando el mar desde una ventana llamada Chile.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.