Aunque usted no lo crea, en pleno siglo XXI, más de 25 años después de la desaparición de la Unión Soviética y cuando en todas partes se ha anunciado que la entronización de Trump en Estados Unidos y de Bolsonaro en Brasil, significaban algo parecido al “fin de la historia” al concretarse la hipótesis formulada por Francis Fukuyama en la penúltima década del siglo pasado, el debate entre socialismo y capitalismo se ha vuelto a poner de relieve y lo ha hecho en escenarios inusitados: con epicentros en el Gran Palacio del Pueblo, en Beijing, capital de China, el 18 de octubre de 2017 y respuesta en la Casa Blanca de Washington a comienzos de este mes de noviembre de 2018.
Por supuesto el contexto viene dado por la necesidad que tiene hoy Estados Unidos de darle marco ideológico a la guerra comercial que ha emprendido contra China y que algunos catalogan como un retorno a la guerra fría. En el fondo, lo que trasluce es la decadencia de Estados Unidos como primera potencia económica mundial y la emergencia de China que pronto se ubicará en ese pináculo. Así mismo, se pondrá en el tapete de la discusión la posibilidad de ejercer un liderazgo mundial distinto del que se ha aplicado a través de la historia, es decir uno que no esté basado en la hegemonía militar, ni en la imposición, tampoco en la amenaza, el chantaje o el fantasma de la invasión.
El año pasado, en el marco de su informe al XIX Congreso del Partido Comunista de China, el Secretario General de ese partido y presidente de la República Popular China, Xi Jinping, hizo –en su discurso- una acendrada defensa del socialismo. De hecho confirmó la propuesta china de construcción integral de una sociedad modestamente acomodada en un periodo en que el socialismo con peculiaridades chinas está entrando en una nueva época.
El Congreso del Partido Comunista Chino se planteó -entre otros aspectos- enarbolar la gran bandera del socialismo con peculiaridades chinas, lograr el triunfo definitivo en la culminación de la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada y conquistar la gran victoria de dicho socialismo en la nueva época.
Xi ha impulsado un importante progreso en la construcción ideológica y cultural, fortaleciendo la dirección del Partido sobre el trabajo ideológico, impulsando la innovación teórica en todos los aspectos y dando mayor relevancia a la posición rectora del marxismo en el terreno ideológico para hacer que el socialismo con peculiaridades chinas y el sueño chino penetren hondamente en la conciencia del pueblo, inculcándole a éste los valores socialistas esenciales y la cultura tradicional.
En esta encomienda, una de las principales batallas ha sido la del enfrentamiento a la pobreza que ha permitido que en los últimos cinco años se liberen a más de 60 millones de personas, descendiendo el índice de ese flagelo del 10,2% a menos del 4%, lo cual ha sido reconocido por el propio Secretario General de la Organización de Naciones Unidas, Antonio Guterres quien en su última visita a China entregó un reconocimiento al gobierno por el logro obtenido. Vale decir que al cerrar 2017, según cifras oficiales del gobierno de Estados Unidos en ese país había a la fecha 41 millones de ciudadanos viviendo en condiciones de pobreza, lo que representa un 12,6% de los habitantes del país. Es decir, en términos absolutos y en términos relativos hoy, en China hay menos pobres que en Estados Unidos.
Sin embargo, según refería Xi, “tras un largo tiempo de esfuerzos, el socialismo con peculiaridades chinas ha entrado en otra época, lo que comporta una nueva posición histórica del desarrollo de nuestro país”. Esto significa que después de largos años de calamidades, la nación china ha logrado dar un paso gigantesco en la conquista de un futuro mejor, construyendo una “modesta prosperidad”, y una “naciente fortaleza” que permite visualizar su revitalización. Ello parte de la potente vitalidad del socialismo científico como tao, es decir como camino, pero también como teoría, sistema y cultura que sostendrá el socialismo con peculiaridades chinas, mostrando al mundo que es posible salir del subdesarrollo y avanzar hacia la modernización por vía socialista.
Hoy, la meta del pueblo chino -dando continuidad a la lucha de los predecesores- es perseverar en el camino decidido a fin de obtener nuevas victorias para la causa del socialismo hasta lograr “el triunfo definitivo en la culminación de la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada” y en la que se dará paso a la edificación de un “poderoso país socialista moderno”.
Pero el presidente chino no se llama a engaños, alertó que se debe comprender que el cambio de la contradicción principal de la sociedad no ha modificado la apreciación acerca de la etapa histórica en la que se encuentra el socialismo en China, pues no se ha modificado la situación básica del país, por lo que éste “aún se halla y permanecerá largo tiempo en la etapa primaria del socialismo”, siendo aún un país en vías de desarrollo, lo cual obliga a entender esa realidad y no “echar a volar las campanas”, sino, seguir luchando para hacer de China “un país poderoso socialista moderno, próspero, democrático, civilizado, armonioso y bello”.
Para lograr este objetivo se debe perseverar en muchos aspectos, entre ellos en el fortalecimiento del sistema de valores socialistas esenciales, estar convencidos que la cultura del pueblo chino constituye la fuerza fundamental, profunda y duradera para el desarrollo del país y la nación. Ella se manifiesta en el terreno ideológico como impulsora de la creatividad y la innovación, como forjadora de un espíritu nuevo y como guía del pueblo. Así mismo, se debe persistir en el estudio del marxismo y “tener sólidamente arraigados el sublime ideal del comunismo y el ideal común del socialismo con peculiaridades chinas”.
Xi finalizaba diciendo que el gran territorio de China, su cultura de 5.000 años y la fuerza de casi 1.400 millones de ciudadanos unidos en torno al Partido Comunista permitirá avanzar por el camino del socialismo con peculiaridades chinas, luchando por cumplir las tres tareas históricas: el impulso de la modernización, la culminación de la reunificación de la patria y la salvaguardia de la paz mundial y la promoción del desarrollo conjunto- hasta lograr “el triunfo definitivo en la culminación de la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada, conquistar la gran victoria del socialismo con peculiaridades chinas de la nueva época, materializar el sueño chino de la gran revitalización de la nación y hacer realidad la aspiración del pueblo a una vida mejor”.
Es evidente que no hay regreso al capitalismo en China como se anuncia desde los centros de poder de Occidente y también desde el punto de vista de la izquierda dogmática que no comprende que la transformación de la sociedad es un proceso de largo aliento en el que se hace imprescindible desarrollar las fuerzas productivas y establecer las relaciones de producción del socialismo, lo cual es una tarea titánica cuando la economía mundial todavía está bajo control del gran capital, mucho más, en tiempos de neoliberalismo y de un proceso de extrema concentración de la riqueza.
La respuesta al discurso de Xi –aunque tardío- vino como se dijo antes, desde la Casa Blanca. Indudablemente influido por la incapacidad de hacer retroceder a China, mucho menos rendirla, tras la severa imposición de altos aranceles a sus exportaciones hacia Estados Unidos y ante la irreversible facultad de su economía de resistir los furiosos embates de Trump, que intenta solventar los daños estructurales causados a Estados Unidos por el proceso globalizador que ellos mismos inventaron, viene este ataque ideológico que pretende minar las bases ideológicas de la sociedad y el Estado chino.
Intranquilo por las repercusiones que esta situación pueda tener internamente en Estados Unidos, perturbado por las evidencias que la influencia de las ideas socialistas están teniendo en su país, y sabedor que las medidas económicas y el aumento de aranceles contra China, más temprano que tarde se devolverán para afectar a la propia economía estadounidense, la cual comenzará a mostrar una gradual elevación de los índices inflacionarios a finales del próximo año, muy probablemente acompañada de una recesión que podría estallar en 2020, amenazando los empeños reeleccionistas de Trump, éste ordenó a su Consejo de Asesores Económicos que elaborara un extraño informe denominado “Costos de oportunidad del socialismo” en el que llama la atención sobre la posibilidad de su regreso..
Aunque las elecciones del 6 de noviembre le vinieron a dar la razón, dados los avances de los sectores liberales y de la izquierda del partido demócrata, en realidad el verdadero temor de Trump y el poder imperial es que estas conquistas puedan tener repercusiones en las elecciones presidenciales y se transformen en apoyo creciente hacia Bernie Sanders quien acaba de ser reelegido de manera aplastante como senador en su distrito electoral del estado de Vermont.
Utilizando fuentes provenientes de centros de investigación del establishment del país, el informe de 72 páginas plantea que: “Coincidiendo con el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, el socialismo está viviendo un regreso al discurso político del país. Propuestas políticas autodenominadas socialistas están ganando apoyo en el Congreso y buena parte del electorado”. No obstante el economista británico Michael Roberts señala que “…no hay que ser demasiado duro con los investigadores de la Casa Blanca: no tienen cómo saber lo que es el socialismo; y su definición (la que consiguieron del diccionario, al parecer) es probablemente la opinión de la mayoría de la gente”.
Sin embargo, más allá de la dinámica interna el informe señala al socialismo con una definición bastante indeterminada que incorpora a la China de la época de Mao Zedong, pero no a la actual; también a la Unión Soviética, Cuba, Venezuela y los estados ‘social demócratas`” escandinavos.
En realidad, en Washington tratan de comparar la economía nacional planificada con la economía nacional de mercado dominada por el capitalismo y establecen una dicotomía en su aplicación, desconociendo que ya en diciembre de 1990, Deng Xiaoping había afirmado que:” En lo teórico debemos llegar a comprender que la diferencia entre capitalismo y socialismo no reside en problemas como la disyuntiva planificación o mercado. En el socialismo también hay economía de mercado, igual que existe control planificado en el capitalismo. ¿Acaso en las condiciones del capitalismo ya no hay control alguno y uno puede portarse a su libre voluntad? ¡El trato de nación más favorecida no es otra cosa que control! No se crea que practicar cierta economía de mercado es seguir el camino capitalista. ¡Nada de eso! Tanto la planificación como el mercado son necesarios. Sin desarrollar el mercado, uno no tiene acceso ni siquiera a la información mundial, lo que significa resignarse a quedarse a la zaga”.
Empero, para tratar de convencer, la Casa Blanca afirma que tanto en China como en la Unión Soviética de mediados del siglo XX “sus gobiernos no democráticos tomaron el control de la agricultura, con la promesa de hacer la comida más abundante. El resultado fue sustancialmente una menor producción de alimentos y decenas de millones de muertes por hambre”. Con lo cual concluyen que el socialismo es una catástrofe para los pueblos. El informe concluye afirmando que: “La evidencia histórica sugiere que un programa socialista aplicado a Estados Unidos provocaría la escasez, o de otro modo degradaría la calidad, de cualquier producto o servicio sometido a un monopolio público. El ritmo de innovación sería lento, y el nivel de vida, en general, sería menor. Estos son los costos de oportunidad del socialismo desde una perspectiva moderna estadounidense”.
Sin embargo, no es eso lo que muestra el socialismo en China. Aquí, habría que aplicar aquella reflexión del Quijote cuando le dijera a su fiel escudero: “Ladran Sancho, señal de que estamos vivos”.