Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 30 de abril de 2024


Escritorio

Caso Frei: Entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad

Columna de opinión por Carmen Pinto
Miércoles 13 de febrero 2019 10:30 hrs.


Compartir en

 Aunque pueda parecer pretencioso, hay ocasiones en que la teoría es imprescindible para la comprensión de la praxis, por lo tanto, nos parece pertinente recurrir a  Max Weber, quien en 1919, enunció su célebre distinción entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, como las dos máximas de conducta bajo las cuales los hombres pueden actuar en política. Según este autor, hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, es decir, con fundamento esencial en los principios y valores o según la ética de la responsabilidad, que ordena tomar en cuenta las consecuencias previsibles de cada acción.

El caso Frei Montalva viene a demostrar una vez más que durante la dictadura militar, los defensores de la democracia pagaron un alto precio, fueron tomados prisioneros, secuestrados, deportados, exterminados, hechos desaparecer. Aún  permanecen 1.200 detenidos desaparecidos y es la gran herida abierta que arrastramos como sociedad, 2.116 personas fueron ejecutados, 1.132 lugares identificados como centros de detención y tortura y extermino. Hoy, hay quienes afirman estar en contra de las violaciones de los derechos humanos pero sin embargo reconocen que la acción de los militares condujo al éxito económico; en consecuencia, vinculan las acciones y la ética de la responsabilidad con el supuesto éxito, pero nadie de manera racional debiera pensar que una política es exitosa cuando, como en el caso chileno, se produjo un quiebre de sociedad tan brutal  del cual aún no nos reponemos y hace que sigamos atados a un pasado que no pasa.

Los hechos así lo demuestran. El fallo judicial sobre el caso del ex presidente Eduardo Frei después de 19 años de investigación, concluye en que se trató de un magnicidio. Lo esperable entonces, sería un reconocimiento unánime de la clase política de lo que fue en realidad la dictadura. Al menos, debiera complicar y hacer reflexionar a quienes han negado nuestra historia reciente, o justifican hechos tan irracionales abandonando todo sentido de responsabilidad y algunos, según la esfera pública donde se sitúan, también sus convicciones.

Efectivamente, descubrimos ya sea mediante discursos como por los silencios culposos, un punto de convergencia entre tendencias opositoras y ese punto y es su falta de ética. Recordemos que para Weber una y otra ética no se excluyen, en efecto, conducirse según las convicciones no es equivalente a una falta de responsabilidad, y al revés, actuar responsablemente no significa claudicar de los principios en los que se cree, sino que dependiendo del lugar que alguien ocupa en la esfera pública, debe prevalecer la una sobre la otra, en razón de las consecuencias que provoquen sus actos.

El presente escenario político es tan serio que necesita un momento ético. El fallo sobre el ex presidente Frei Montalva, no puede ser tratado como simple noticia, y aunque suene reiterativo, merece un análisis profundo de lo que fue el período dictatorial y también de lo que ha sido el proceso transicional en términos de verdad y justicia. Debiera generarse un amplio debate que permita en especial a las nuevas generaciones no quedarse sólo con la noticia del personaje que estimuló el quiebre democrático, sino con el hecho de que la dictadura fue capaz de acallar y hasta asesinar a toda aquella persona que pudiese con su discurso y/o su acciones, entorpecer su misión perversa.

Entendemos que la ética de la responsabilidad exige negociación, cuidar el discurso, cuidar el país; sin embargo, esta máxima  repetitiva nos ha convertido en ciudadanos permisivos con la clase política que ha tenido en sus manos el poder durante todo el proceso post dictatorial, descuidando los principios éticos (o valóricos) de verdad y justicia. Esto se ve tanto en el ámbito privado como en el público, al interior de las familias como en la sociedad y sus instituciones.

Se necesita un momento ético, porque es imperioso caracterizar a la dictadura como lo que realmente fue, más allá de testimonios de víctimas plasmados en los informes de Verdad y Justicia y sobre  Prisión Política y Tortura (Rettig y Valech), la creación de un Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Un momento ético es necesario también para descorrer el velo de la impunidad;  la dictadura tuvo un modo de operar desde el día uno, que siguió por diecisiete años y dejó enclaves que siguen operando hasta hoy.

Está la muerte de Pablo Neruda, un Premio Nobel, un valor universal que todos los países en general honran y respetan; están los casos de Bernardo Leighton,  Orlando Letelier, el General Carlos Prats, del sindicalista Tucapel Jiménez, por nombrar a los más emblemáticos. También todos los anónimos que murieron en supuestos enfrentamientos y montajes o cada vez que en Chile hubo protestas, los 38.256 sobrevivientes torturados que tendrán que vivir por siempre con sus secuelas, los huérfanos que no tuvieron la oportunidad de crecer con uno o sus dos padres, que no conocieron a sus abuelos, los niños que nacieron en prisión y de los cuales no sabemos absolutamente nada, de los centenares de abortos provocados por la tortura, la inclusión de animales para violar a hombres y mujeres.

Están las clínicas de exterminio, los lugares secretos donde se secuestró a tanta gente para luego hacerlas desaparecer, las fosas de Pisagua, los hornos de Lonquén, los cuerpos lanzados al mar atados a rieles.  Con todo esto y más  ¿hay que continuar cuidando el discurso por un sentido de responsabilidad política que abandonó toda convicción?

Lamentablemente “cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza a un  otro, al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que lo quiso así.”  En Chile, desde el retorno a la democracia se ha culpado al contexto político, y claro que hubo un contexto complicado pero porque la convicción y no la responsabilidad (no puede haber responsabilidad cuando no se toma en consideración la voz soberana del pueblo) fue la de negociar una transición y pactar nada menos que con el mismo componente que propició el golpe militar,  pero los acuerdos de este tipo nunca son gratis a futuro, tienen sus consecuencias. De ahí nace entre otras, la tan conocida frase  “justicia en la medida de lo posible”, lo terrible es que esa medida de lo posible en justicia, ha permitido también lo inimaginable en torno a la verdad, tergiversada y/o negada mil veces.

Cuando no hay convergencia entre convicción y responsabilidad, se abren compuertas infinitas, permitiendo que cualquier persona con poder mediático, económico, académico, político,  transgreda toda la historia reciente, justificando, anulando, banalizando y negando hechos, anulando al ser humano que fue víctima, a cambio de un eventual crecimiento económico de cuyos frutos nunca son beneficiados las grandes masas de postergados por el actual modelo.

Desde hace algún tiempo, pero principalmente desde la llegada del actual gobierno en su segundo período y la irrupción de un referente de ultra derecha encabezado por José Antonio Kast, los militantes del negacionismo en Chile se han estado mostrando de cuerpo entero, se les invita a diferentes foros, se les corteja, se les protege. Al mismo tiempo, de la vereda de la izquierda, o que se pretende de izquierda, los negacionistas, o relativistas, tampoco están ausentes, se benefician de figuras intelectuales y/o políticas y de una base bastante extendida, principalmente de los medios de comunicación, que proclama en su defensa la libertad de expresión, o el anticomunismo. Es así como el negacionismo se convierte en el eje o la centralidad alrededor de la cual se articula la síntesis neo fascista entre elementos emergentes, podríamos afirmar, de una parte importante del espectro político.

Necesitamos un momento de ética en términos políticos como sociedad y preguntarnos ¿Por qué un militante o simpatizante de izquierda, con sus propias convicciones, votó por  alguien al que siempre repudió, denunció y con el que siempre estuvo enfrentado ideológicamente? o ¿Por qué tomó la opción de simplemente no votar y ser indiferente al destino del país?

Una vez más aparece la diferencia entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. También es cierto que en política no todo es estrategia,  en Chile debido al cambio cultural heredado de la dictadura, quedamos permeados por un sistema donde entran en juego cuestiones personales, psicológicas, identitarias del cual nadie escapa. El posicionamiento de un sujeto dentro de un movimiento político está atravesado por el egoísmo consciente y a veces inconsciente, y aunque el ejercicio de la política suponga el compromiso con el resto de la sociedad, es decir, sea una acción social, también tiene su buena cuota individualista y psicológica.

 

Weber lo explica de esta manera: “se puede explicar elocuentemente a un sindicalista que las consecuencias de sus acciones serán las de aumentar las posibilidades de reacción, incrementar la opresión de su clase y dificultar su ascenso; si ese sindicalista está firme en su ética de la convicción, no lograran hacerle mella”. Personalmente, creo que Weber tenía razón.

 

La autora es  integrante del Directorio de la  Comisión Chilena de Derechos Humanos

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.