Parece propio de los tiempos que vivimos. Al menos el reconocimiento explícito, porque esto ha estado siempre presente. Ahora se dijo en forma clara, contundente, sin vergüenza, con desfachatez. El último que lo hizo fue Jair Bolsonaro. El presidente brasileño cerró, con un breve discurso, las celebraciones del 211 Aniversario del Cuerpo de Fusileros Navales, en Río de Janeiro. Es un ambiente en el que el ex capitán de Ejército se desenvuelve con soltura. Pero esta vez fue más allá de las convenciones militares que, a veces, los civiles no logran entender. Hablando de su gobierno y del compromiso que asumió cuando logró el triunfo en las elecciones, dijo: “La misión será cumplida al lado de las personas de bien de nuestro Brasil. De aquellos que aman a la patria, de aquellos que respetan la familia, de aquellos que quieren una aproximación con países con ideología semejante a la nuestra, de aquellos que aman la libertad y la democracia. Eso, libertad y democracia, sólo existen cuando sus respectivas Fuerzas Armadas, los militares, así lo quieren”.
Obviamente, estos juicios desataron un debate que aún no se apaga. Pese a las explicaciones oficiales que recurrieron al tan manido argumento de que las palabras de Bolsonaro fueron mal interpretadas por los periodistas, el ambiente político quedó convulsionado. Muchos recordaron que la Constitución del país, promulgada en 1988, hace especial hincapié en que los militares no pueden intervenir en política. Una aclaración muy necesaria luego de la experiencia que había vivido Brasil entre 1964 y 1985, con los militares en el poder. Hoy, 31 años después, aquellos esfuerzos constitucionales por evitar que volviera a ocurrir una realidad tan brutal, han sido borrados por una ominosa realidad que trajo el presidente Bolsonaro. Al conocerse sus declaraciones, a muchos le rememoraron escenas de la película “El planeta de los simios”.
Pero, en realidad, nada de lo que lo que pueda decir el mandatario debería llamar la atención. He aquí un compendio limitado de algunas de sus frases: “Estoy a favor de la tortura. Y el pueblo está a favor también” (1999, en entrevista en TV). “No emplearía (hombres y mujeres) con el mismo salario. Pero hay muchas mujeres competentes” (2016, en entrevista en TV). “Sería incapaz de amar un hijo homosexual. No voy a ser hipócrita aquí. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí” (2011, entrevista con una revista).
Sin embargo, si se analiza la actualidad política de nuestra región y de diversas partes del mundo, se llega a la conclusión de que el mandatario brasileño solo explicitó algo que se da por descontado. Pese a ello, se sigue insistiendo en que las FF.AA son las garantes de la democracia y de la seguridad del país, siempre bajo el control civil. Aunque, a menudo, eso último se olvida. Y ante algún conflicto político, aparece el ruego explícito, del bando que no tiene el poder, porque los militares actúen. Y los que lo manejan se apresuran a exigir a aquellos que formulen declaraciones de sumisión al poder constituido.
Generalmente se atribuye al sector conservador el ruego de la intervención militar. En Chile es difícil olvidar cómo, durante el gobierno democrático de Salvador Allende, en las afueras de unidades de las FFAA era habitual ver a grupos pidiendo la realización de un golpe que terminara con el régimen legalmente constituido. Los ruegos de los sectores conservadores, apoyados por Washington -hoy se sabe gracias a documentos desclasificados-, finalmente tuvieron acogida el 11 de septiembre de 1973.
Ahora, en Venezuela, el panorama es similar. Juan Guaidó, Presidente de la Asamblea Nacional y autodenominado Presidente Encargado de la República, pide constantemente el apoyo de las FFAA venezolanas. Su intención, sacar de la presidencia a Nicolás Maduro. Hasta ahora tales llamados no han surtido efecto. Pero él insiste. Su último intento apunta a que el levantamiento militar coincida con una serie de manifestaciones que la oposición prepara al interior de Venezuela. Juan Guaidó, masón y católico formado en la enseñanza jesuita, cuenta con el apoyo de diez países latinoamericanos, entre ellos Chile, y de Estados Unidos, Canadá e Israel. La Unión Europea aún no asume una postura definitiva.
Pero no se puede atribuir solo a los políticos de orientación conservadora la tendencia a apoyarse en las FFAA para manejar el quehacer democrático. También lo hacen políticos de otras orientaciones. El propio Nicolás Maduro cae en ello habitualmente.
Y aunque la presencia de los militares es justificada por la necesidad de defender al país frente a agresiones externas, tal justificación adolece de una serie de inconsistencias. ¿Acaso los principios democráticos y el respeto por el género humano, no son comunes? O, más claro: ¿La democracia es incompatible con la agresividad humana cuando se trata de lograr el poder? Por lo tanto ¿el profundo sentido que acompaña a la democracia está más allá de la capacidad que tenemos para vivir en concordia?
Lo concreto es que en las naciones coexisten estas contradicciones fundamentales. Entre otras cosas, porque los militares, tal vez por el poder de fuego que les ha entregado la sociedad, se creen diferentes y superiores a los civiles. Y la sumisión al poder manejado por estos últimos puede parecerles inconcebible. Aunque estas circunstancias no lleven necesariamente a la instauración de una dictadura, si pueden afectar la credibilidad y confianza ciudadana, Hoy, por ejemplo, cerca del 80% de los chilenos no tienen confianza en sus instituciones. Y la justificación de parte importante de tal postura se debe a los millonarios desfalcos y manejo sin control de dinero fiscal descubierto en las FFAA y de Orden.