Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 26 de abril de 2024


Escritorio

Día del libro

Porqué amo mi “carnet” de biblioteca

Columna de opinión por Claudia Farah
Martes 23 de abril 2019 7:00 hrs.


Compartir en

No sé a quién le alcanzará la plata en este país (porque hasta los empresarios viven llorando pobreza) pero por culpa del IVA y mi vida nómade he determinado que la mejor opción para seguir devorando libros es retomar la costumbre casi anacrónica, pero absolutamente romántica, de ser usuaria de biblioteca.

Por más que me gustaría tener el espacio y el dinero para tener una biblioteca similar a la de Dr. Higgins en My Fair Lady hay varias circunstancias que atentan contra eso.  Primero, mi presupuesto es restringido al igual que el del 99% de los chilenos. Segundo,  el maldito IVA a los libros. Tercero, me cambio de casa más o menos cada dos años porque soy una nómada irreductible. Por lo tanto, he tenido que aprender a seleccionar aquellos libros que puedo comprar y, una vez alcanzado cierto espacio, aprender otra vez a liberarlos como regalo o donación.  Además que entendamos que cuando una es lectora compulsiva no hay límite de cuántos libros leer:  en el velador hay siempre al menos 3 o 4 en espera de terminar el actual.

Los dispositivos no son opción para mi, necesito pasar la mano por las páginas y adoro las ediciones antiguas donde la imprenta aún creaba relieves al hundir las letras.  Respeto aquellos usari@s de kindle y otros, pero lo mío es sentarme a leer.  Es abrir mi libro en el metro o en la cola del banco para dar vueltas las páginas en la medida que avanza la historia.

Entonces, en esta priorización económica de tener que elegir qué, cómo y cuándo comprar, los primeros perjudicados son aquellos libros que no serán leídos por segunda vez.  Claramente no las obras completas de Lorca en papel biblia, tapa de cuero y firma de oro en la portada. Con los años, decidí que era un despropósito que aquellos libros que me parecen de lectura obligada pero no quedarán de mi consulta permanente, juntaran polvo en una repisa olvidada. Son buenos libros que otros pueden maravillarse, por lo que los regalé a amigos y doné a bibliotecas escolares los que tenía para alcanzar a la mayor cantidad de personas posibles.

Pero quedaba el problema que escuchaba hablar de tal o cual libro, que si bien no pasarían a la historia, TENÍA que leerlo, por lo que resolví romántica y fantásticamente por la opción clásica: la biblioteca.

Entonces, es fácil sacar los cálculos: leo un libro al mes con el firme propósito que sean dos, son lo que significa, como mínimo, $10.000 mensuales (tal vez un poco menos en Recoleta) totalizando $120.000 al año, mínimo.  Entenderán que es mucho más barato pagar $8.000 para hacerse socia de la Biblioteca Viva al interior de los Mall Plaza. Mejor aún, si en mi caso aproveché una promoción y pagué la mitad en el mes del libro del año pasado. Mismo espíritu tienen las Bibliometro, que sin cobrar un peso te ayudan a olvidarte del apriete del vagón con un catálogo extraordinario.

 Hasta ahora he podido leer maravillas como la trilogía Claus y Lucas de Agota Kristof y tengo en lista a La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero, además de ojear un libro de arte japonés cuando mi sobrino me acompañó a devolver alguna vez.  Porque la gracia e también que cuando uno va a buscar el libro que cree que quiere, de pasada se encuentra con otros que no sabía que necesitaba leer. Todas son ediciones de calidad, originales, con sus impuestos y derechos de autor pagados como corresponde. Todo legal, mejor que las fotocopias y más económico que en la cuneta. Para quienes son lectores digitales la DIBAM creó la Biblioteca Pública Digital.

Por eso que me declaro públicamente una feliz usuaria de biblioteca.  Si están en una situación parecida de poca plata y espacio pero muchas ganas de leer, los invito en este mes del libro a acercarse a cualquier biblioteca, llenar el formulario de inscripción y azotar el catálogo. Si bien los dispositivos sugieren libros por algoritmo, creo que no hay nada mejor que conversar con alguien que SEPA de libros como un/a bibliotecario/a. Ah: no olvide devolver el libro, eso sí. No sea barsa.

 

La autora es periodista y Magister en Filosofía, Política y Economía de la Universidad de York, Inglaterra.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.