Militares a calle y la frontera sin golpes ni guerras

  • 12-07-2019

Uno de los elementos que une la historia de los países de Latinoamérica es la relación conflictiva entre las democracias y las Fuerzas Armadas. Nuestros dolores colectivos están en buena parte asociados con asonadas golpistas militares, las que por lo general se han ensañado con los sectores populares, pues han sido en nombre de los intereses de la élite.

Ese peligro no está conjurado, más allá de que los tradicionales actores desestabilizadores, como por ejemplo, las oligarquías locales y Estados Unidos que han encontrado nuevas formas golpistas donde no se requieren las tanquetas y que en los últimos lustros, han ensayado con éxito en países como Honduras, Paraguay y Brasil. En otros lugares del continente como Chile, los escándalos financieros y desfalcos por parte de las cúpulas uniformadas son una manifestación indignante de que continúa la falta de control del poder civil-democrático por sobre las instituciones armadas. La impunidad militar del ayer en dictadura continúa hoy, pero de otra manera.

En esas circunstancias hay, por lo tanto, una postura muy fuerte y fundamentada en favor de que estas instituciones de la República se dediquen a aquello para lo cual han sido creadas y mandatadas. En el caso nuestro, de que los militares se dediquen a las tareas de la Defensa Nacional, más allá de que existe una paradoja entre la envergadura que tienen las Fuerzas Armadas en América Latina y el hecho de que ésta sea la región más pacífica del mundo, donde prácticamente no ha habido guerras en los últimos cien años.

El Gobierno de Chile, a través de un decreto, ha determinado el apoyo de las Fuerzas Armadas en las tareas de combate del narcotráfico. Una decisión que en principio no tiene mayor justificación, puesto que cualquier análisis de los expertos e incluso desde el sentido común indica que lo que debería hacerse es fortalecer el aparato de las instituciones efectivamente mandatadas para tales labores, como Carabineros y la PDI.

Llama la atención especialmente porque hace apenas algunas semanas, el ministro del Interior, Andrés Chadwick, afirmó que “nosotros lo tenemos descartado, son las policías las que tienen las competencias, la preparación y el trabajo profesional para combatir al narcotráfico”. ¿Qué pudo haber cambiado tanto en tan poco tiempo para que ahora la posición sea exactamente la contraria?

Parte del problema es que, hasta el momento, el Gobierno no ha logrado explicar con claridad qué pretende exactamente con la incorporación de las FF.AA. a las tareas del combate del narcotráfico en la frontera y de qué manera concreta estas instituciones van a complementar la labor de las policías. Ante esta falta de información prístina, han surgido análisis de carácter político, no técnico, según las cuales el Gobierno estaría girando una vez más hacia una agenda de mano dura contra la delincuencia, exacerbada como hemos dicho tantas veces por ciertos sectores partidarios y medios de comunicación, para revertir la caída sistemática que ha venido teniendo el Ejecutivo y el propio Presidente en los últimos meses.

Sin embargo, hay un peligro significativo en el combate militar al narcotráfico. Los países que lo han intentado, como México y Colombia, han conseguido remedios mucho peores que la enfermedad al desatar olas de violencia en la que han muerto miles de personas. Entre las situaciones encontradas en experiencias previas podemos describir nuevas manifestaciones de la pérdida de control del poder civil frente al militar, problemas de coordinación y ejecución entre militares y policías, renovación de la desconfianza de la ciudadanía ante las FF.AA., violaciones a los derechos humanos y corrupción en las instituciones militares, entre otras.

Ciertamente es un problema que países vecinos se encuentren entre los mayores productores de droga en el mundo, pero la otra parte del problema se encuentra en los lugares donde esa droga se demanda, que es aquí. La estrategia de combate a las drogas, que en principio es un problema de salud vinculado con la adicción, debe ser integral y tener su centralidad allí donde se origina. Todo ello está muy lejos del ámbito militar.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X