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Los chilenos no queremos la guerra

Columna de opinión por Francisco Marín
Miércoles 23 de octubre 2019 13:44 hrs.


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A dos días de iniciado el estallido social más grande que conozca Chile en su historia, en medio de protestas y acciones de sabotaje que se reproducen por los más recónditos lugares del país, y que tienen en común un radical rechazo al modelo neoliberal vigente desde el golpe militar de 1973, el presidente Sebastián Piñera declaró la “guerra” al pueblo chileno. Aunque parezca increíble.

En efecto, a las 22.30 horas del domingo 20, desde la Guarnición Militar de Santiago, escoltado por militares en uniforme de combate y acompañado por el ministro de Defensa Alberto Espina, el mandatario chileno expresó: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”.

El oligarca presidente también sostuvo que este enemigo, al que definió como “delincuentes” y “vándalos”, tienen “grados de organización y logística” propios “de una organización criminal”.

Sentenció que Chile está “en lucha contra la violencia, contra la delincuencia”. Estas declaraciones no tardaron en ser comparadas con expresiones muy similares proferidas por su antecesor el dictador Augusto Pinochet.

Piñera afirmó que este supuesto enemigo “está dispuesto a que haya pérdida de vidas humanas y no le importa atacar hospitales y supermercados”, agregando que “su único propósito es provocar el mayor daño posible”.

Las palabras del presidente chileno provocaron un rechazo transversal de la sociedad chilena, la que intensificó sus protestas e insultos contra el mandatario en forma inmediata.

A tanto llegó la resistencia a sus dichos que el propio jefe de la Defensa Nacional, general Javier Iturriaga, encargado de la seguridad de Santiago, señaló a la mañana siguiente que “yo no estoy en guerra con nadie”.

No obstante, Piñera ha insistido en darle una salida militar a un problema que tiene trasfondo político y ha evitado a toda costa abrir la discusión sobre el modelo de desarrollo.

Las citadas declaraciones de Piñera fueron vertidas en medio del “estado de emergencia” por él decretado cerca de la medianoche del viernes 18, que supuso la entrega al Ejército de la seguridad de Santiago.

Entre los analistas políticos y la población no hay duda: la militarización del país encendió la llamarada iniciada represión a las protestas estudiantiles ocasionadas por el alza de la tarifa del Metro de Santiago (6 de octubre).

El general Iturriaga decretó la noche del sábado 19 el toque de queda nocturno en la Región Metropolitana. Pero esta medida, lejos de amainar los ánimos, encendió aún más la indignación, lo que se tradujo en que los caceroleos y protestas masivas, iniciadas en Santiago se expandieran por todo el país y entre todas las clases sociales, salvo la oligarquía.

Como era tanta la ira acumulada (por el alto costo de la vida, las malas pensiones y el abuso constante de la elite en todas sus prácticas) el estallido fue violento. Hubo miles y miles de actos de sabotaje en todas las grandes ciudades, los que se dirigieron preferentemente contra las instituciones que aparecían como causantes de sus males. Fueron quemados cientos de oficinas bancarias, supermercados y al menos 20 de las 138 estaciones que componen la red de transporte subterráneo de la capital chilena.

Al menos, un centenar de tiendas de la cadena Walmart han sido saqueadas (en hechos que aún no se detienen) y muchos de ellos han sido completamente quemados. Supermercados de otras cadenas han sufrido la misma suerte, por lo que en las principales ciudades ya existe un grave desabastecimiento de alimentos.

Muchos de estos incendios han sido gigantescos y quedarán en la memoria colectiva del país por muchos muchos años. Fue una catarsis colectiva.

La declaración de guerra de Piñera fue realizada cuando las protestas ya cobraban, al menos, la vida de once personas.

Son centenares los casos de personas torturadas y/o heridas con disparos. También hay reportes de personas secuestradas cuya ubicación se desconoce.

Aunque en un principio el toque de queda estaba circunscrito a Santiago, con el paso de los días se ha ido extendiendo por casi todo el país. Y, en vista que la población sigue sublevándose, el mando militar a dispuesto que la restricción de circulación se haga cada vez a horas más tempranas.

Este lunes en Santiago el toque de queda empezó a las 20 horas. En Valparaíso y Concepción (Región del Bío Bío) partió a las 18.

Pero hay algo importante de consignar: como ya nadie parece respetar la autoridad de Piñera como Presidente de Chile, la población no hace caso del toque de queda. Incluso se mantiene en las calles cuando les persiguen.

Este fenómeno, que se repite por todas partes, es un buen indicador del nivel de malestar existente entre chilenos, muchos de los cuales están dispuestos a arriesgar sus vidas a permanecer en la esclavitud a la que el sistema vigente los ha arrastrado.

Nótese que en Chile no había toque de queda por circunstancias de protestas sociales desde 1987, cuando gobernaba el dictador Augusto Pinochet.

Sin miedo

Todo parece indicar que las protestas -que son autoconvocadas y no tienen un liderazgo político- seguirán creciendo. Expresión de esto es el hecho que los sindicatos afiliados a la Unión Portuaria de Chile se declararon -este lunes 21- en huelga la que se cumplió férreamente en los principales terminales portuarios del país.

Este mismo día, las dos principales organizaciones mapuches (Coordinadora Arauco Malleco y Consejo de Todas las Tierras) anunciaron que se plegaban a las movilizaciones del pueblo chileno contra el modelo neoliberal.

Tan transversal se ha vuelto la movilización, que este mismo día se verificó una marcha de centenares de niños y adolescentes de exclusivos colegios del barrio alto de la capital.

En la sureña y fluvial ciudad de Valdivia, esta misma jornada un centenar de niñas, de no más de ocho años, realizaron en su colegio una protesta en que con fuerza manifestaron: “¡Fuera Piñera! ¡Fuera Piñera!”

Este domingo 20 y lunes 21 la población respondió a la guerra de Piñera copando las principales plazas y avenidas de casi todas las ciudades del país, realizando concentraciones de alcances históricos.

A diferencia de lo ocurrido el viernes y sábado, las manifestaciones de estas últimas jornadas se han desarrollado -preferentemente- de manera pacífica, por una población que se ha preocupado de aislar a los violentos y saqueadores. Este proceder supone un mentís a la versión del Gobierno y de los principales medios que se han dedicado sólo a criminalizar la protesta social y no han querido reconocer ni mostrar su trasfondo, en que se pide un cambio global del sistema económico y político.

Este clamor quedó en evidencia con el hecho que, pese a que el Gobierno echó pie atrás -el sábado 19- al incremento de los pasajes del Metro, esto en nada redujo las protestas.

Este lunes 21 se congregaron unas 55 mil personas en Plaza Italia. Con alegría y esperanza, los allí reunidos cantaban: “ohhh, Chile despertó, despertó, despertó, Chile despertó”. Y gritaron el infaltable: “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”. También elevaron con fuerza la frase: “¡Piñera, escucha, ándate a … (muy lejos)”.

Pero, como ha sido la tónica en el proceso pre-revolucionario que vive Chile, sin mediar provocación alguna, carabineros comenzó a disparar una inmensa cantidad de bombas de gases lacrimógenos sobre los protestantes.

En Plaza Ñuñoa se congregaron este domingo 50 mil personas y una cifra similar este lunes. Frente a la Escuela Militar, donde se forman los oficiales del Ejército, se reunieron este lunes otros millares de personas. Y el martes la marcha pacífica también alcanzó dimensiones multitudinarias.

Pese a la civilidad con que se desarrollaban la protesta, el Ejército dispuso el despliegue de tanques que avanzaron por avenida Apoquindo acompañados de numerosa infantería con fusiles con los que se apuntaba a los civiles, en una escena que recordaba las generadas en la matanza de Tiananmen.

Pero toda esta parafernálica maniobra quedó en ridículo al no conseguir -por varias horas- que la reunión se disipara.

 

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.