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Cuidado cuicos: ¡no busquen el odio a los rotos!

Columna de opinión por Manuel Cabieses
Miércoles 27 de noviembre 2019 19:41 hrs.


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Lo que ocurrió en el mall de Lo Barnechea, donde los cuicos insultaron y expulsaron a los rotos, puede presagiar un giro dramático -clase contra clase- en el conflicto político y social que vive Chile.

Lo Barnechea es una comuna de Santiago en los faldeos de la cordillera. Montañas, glaciares y el nacimiento del río Mapocho constituyen su entorno geográfico. Pero lo distintivo de esta comuna es que en ella “convive” la clase más adinerada del país con pobladores de ingresos medios bajos y muy bajos. Estos últimos son descendientes de los fundadores del pueblo: campesinos y pastores de fundos cordilleranos, mineros de La Disputada Las Condes y herederos de tomas de terrenos. Algunos palacetes de los cuicos están separados solo por una calle de las poblaciones de los rotos. Las mansiones más lujosas han trepado los cerros y desde lo alto son testigos de una “convivencia” que se ha quebrado.

Hasta el 18 de octubre la dominación de los cuicos -como en el resto del país- era indiscutible en Lo Barnechea.

El alcalde, por supuesto, es de derecha y también casi todos los diputados del Distrito. Pero este dique político no fue capaz de contener el alud insurreccional que sacude al país.

Los rotos tomaron conciencia del poder que tienen porque son la mayoría. Sobre el dominio de los cuicos vislumbraron lo que escribió Albert Camus: “Ellos mandan hoy, porque tu obedeces”.

El símbolo del poder en la comuna es el Portal La Dehesa, un centro comercial de lujo donde los ricos hacen sus compras y los pobres vitrinean cuando sus exhaustas tarjetas de crédito les impiden participar en el festival del consumismo. El mall pertenece a la cadena Cencosud, del empresario alemán Horst Paulmann Kemna, hijo de un oficial de las SS nazis. La cadena incluye los malls Alto Las Condes, Costanera Center y Florida Center. Son los deslumbrantes espigones que abastecen lo que hace años el economista y periodista Aníbal Pinto Santa Cruz llamó “consumo conspicuo”.

Al calor reconfortante de la protesta social, los pobres de Lo Barnechea marcharon, tocaron cacerolas y gritaron que se las pelaban, alterando la paz bucólica del pueblo. Además, se les ocurrió manifestarse en el Portal La Dehesa y allí ardió Troya. Los ricos, encaramados en el segundo piso, los insultaron con gritos de “fuera rotos concha de tu madre”, “váyanse a sus poblaciones de mierda”, “atorrantes hijos de puta”, etc. Como los rotos eran pocos, los cuicos los agredieron y expulsaron del mall. Un cuico borracho, que portaba dos revólveres, disparó a unos muchachos, sin herir a ninguno.

La protesta en el Portal La Dehesa se ha repetido y los golpes -ahora más parejos- están dejando huellas morales en ambos bandos.

Los ricos que “rotean” a los pobres, no tienen idea de la chichita con que se están curando. Los rotos son protagonistas de la historia de Chile. La élite los elogia cuando le conviene. En la Plaza Yungay levantaron un monumento al roto chileno, carne de cañón de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1839). Pero los mismos cuicos se dedicaron luego a “palomear rotos” huelguistas en la pampa salitrera. El ejército de los ricos masacró miles de rotos (y rotas) en la Escuela Santa María de Iquique (1907) y en las matanzas que siguieron en el siglo pasado.

La palabra “roto” tiene valor ambivalente. Puede ser un elogio en discursos patrioteros o un insulto en el lenguaje diario. Marca la división entre las buenas maneras -el guante de seda en un puño de hierro- y las costumbres incultas y groseras de “hombrecitos” y “mujercitas” que se encargan de las tareas más pesadas y desagradables.

La palabra “roto” también tiene connotación racial. El chileno medio clasifica como roto si su aspecto físico se encuentra más cercano al mestizaje predominante en la sociedad chilena.

En estos días insurreccionales estamos en presencia de la rebelión de los rotos. Se han puesto de pie otra vez para reclamar sus derechos. De este levantamiento se aprovechan bandas criminales y narcotraficantes, hijos putativos del sistema en crisis, para cometer sus delitos. Pero rotos y rotas, que son los trabajadores, jubilados, pobladores, estudiantes y mapuches, constituyen el eje fundamental de esta lucha. Contra ellos apunta la feroz represión de Carabineros y contra ellos se prepara una masacre “legal” mediante un entramado de leyes que se tejen con complicidad del Congreso.

Los sectores más belicosos de la elite -como los cuicos de Lo Barnechea-, hacen una apuesta muy peligrosa al provocar la ira de los rotos. La indignación de los de abajo pretende terminar con el sistema humillante que arrebató sus derechos. La meta superior de esta insurrección es una democrática Asamblea Constituyente. Pero si los cuicos les buscan el odio, los rotos se verán obligados a hacerse respetar. Tienen la razón y la justicia de su parte.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.