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AnálisisNacional

Nunca más sin Chile, la política es la gente

Columna de opinión por Karina Oliva Pérez
Jueves 16 de abril 2020 16:15 hrs.


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Mucho se ha hablado de la desafección de la ciudadanía con la política, como uno de los males que cruza la sociedad ante la falta de confianza en las instituciones. Pero, ¿será realmente la ciudadanía la que ha abandonado la política? Hay hechos que a veces hacen pensar que no.

Primero, el poder es una fuente inagotable de disputa y conflictos, eso no lo hace bueno o malo, el poder es en sí conflicto y disputa, sea por intereses particulares o colectivos, económicos, sociales o culturales; el poder por una parte construye sentidos comunes y, por otra, busca representar sentidos comunes, persuadiendo o bien imponiendo. También es preciso señalar que el poder no sólo está en las instituciones del Estado, las supranacionales o partidos políticos, está en todos los espacios de las relaciones humanas, tal como lo decía Aristóteles: “la ciudad es una de las cosas más naturales, y que el hombre, por su naturaleza, es animal político o civil”.

Por otra parte, la política hace posible la disputa por el poder, establece los bemoles, lo hace práctico y tangible, de una u otra manera le pone rostro al poder, sean sus instituciones o liderazgos, en la construcción de ideas y por ser una forma manifiesta del poder se vuelve trascendental, puede cambiar en formas, mecanismos, momentos, dimensiones, pero jamás se agota, jamás deja de existir.

La ciudadanía tiene una relación permanente y directa con el poder y la política, desde la individualidad y en la agrupación de colectividades, al mismo tiempo, puede actuar de manera subordinada por imposición o convicción, también puede actuar en insubordinación, desde la interpelación e impugnación cuando quiere que las lógicas y relaciones del poder y la política cambien el eje de rotación.

Desde la caída de los socialismos reales a finales del siglo pasado y en nuestro país desde el retorno de la democracia, el relato político estuvo centrado por tres décadas en la política de los consensos y la medida de lo posible, como si la democracia tuviera un finito y si la disputa política ya hubiese llegado a su fin. Esto significó que las conducciones políticas mandaron a la ciudadanía literalmente “para la casa”, básicamente porque ya se había logrado el fin último: la democracia. Como si la democracia tuviera límites en sí mismas. Lo que, a la clase dirigente de entonces se le olvidó es que las limitaciones no eran de la democracia, sino de sus propias decisiones políticas. Parafraseando a Bauman, el liberalismo se ha vuelto sólo es una disculpa de sus propias limitaciones.

Los conflictos, luego de erradicar la posibilidad de disputar proyectos, redujo a la política como un simple sinónimo de convencimiento de que cada cual se ocupa de sus asuntos individuales, las identidades quedaron en los recuerdos del siglo XX y un real “da lo mismo quién gobierne, para qué y para quién”, logró que las instituciones empezaran a carecer de legitimidad, el vínculo entre Estado y ciudadanía comenzó a extinguirse, el malestar ciudadano aumentó y el rechazo a la clase dirigente creció sin control. Los argumentos siempre estuvieron en que la gente se desafectó de la política, de las decisiones de lo público, en cada elección cae la participación electoral y las y los dirigentes políticos se excusan en que la gente, como en acto de irresponsabilidad el no asistir a elegir sus representantes, por tanto, la responsabilidad de un mal gobierno o gestión pública es de la gente. Erradamente, los análisis sobre democracia buscan explicar la desafección de la ciudadanía con la política como forma de enfrentar los conflictos sociales, políticos, culturales y de todo tipo.

Sin embargo, tras el 18 de octubre quedó en evidencia que la ciudadanía sí demanda política y exige política, lo que no comparte es la forma en que se ha llevado estos 30 años, no tolera que la enajenen de una acción y espacio que sabe que le pertenece, el espacio de lo público. La demanda feminista es evidencia de ello, el nunca más sin nosotras, es la demanda clara y concreta de retomar y demandar la política de lo público. Desde octubre del 2019 la ciudadanía se volcó a las plazas a debatir el devenir del país, se cuestionó las desigualdades, se hizo cargo de las injusticias y ha exigido un nuevo Chile, una nueva constitución. Entonces, ¿podemos seguir diciendo que la ciudadanía está desafectada de la política? Evidentemente que no. La ciudadanía siempre ha sido un activo político significativo en el país, lo que ha ocurrido, es que se le ha marginado del espacio público y del debate público. ¿Por qué? Porque la concentración del poder significa infinitos privilegios para quien o quienes lo controlan, privilegios de toda índole.

Entonces, ¿cuál ha sido el problema? El problema ha estado en la clase dirigente de la política, que se ha desafectado de la ciudadanía y la ha querido confinar solo al espacio de lo privado. Hay que reconocer que el sentido común desde octubre pasado lo ha construido la gente, el pueblo de Chile, y la clase dirigente aún no comprende que ese espacio ya no le pertenece, porque la ciudadanía se volcó al espacio público, incluso, la crisis por el COVID-19 ha reforzado aún más el sentido común del espacio público, de los bienes comunes, pero la clase dirigente y política solo debate en su minúsculo microclima. Por eso, esa intensa exigencia para que el debate político esté centrado en lo público, en las urgencias de la ausencia de los derechos, de la salud pública y bienes comunes, es decir, la ciudadanía se ha hecho más política que los “políticos”. Es ese pueblo en proceso de construcción el que exige y debate sobre un proyecto de país y el rol que el Estado debe tener. Es la política sin “los políticos” lo que comienza a delinear este nuevo pueblo.

Es evidente que desde octubre ha sido la ciudadanía, como pueblo, la que ha comprendido y ha ejercido el rol de lo público, plasmó nuevas dicotomías y comienza a construir las nuevas fronteras. Es un pueblo que nos convoca a construir nuevos debates y nuevos paradigmas sin el temor y miedo a confrontarse que tiene “la clase política”.  Este pueblo está construyendo “otra política” porque, a diferencia de la clase dirigente, teme a que todo siga igual.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.