No cabe duda que esta pandemia (y estallido social) dejó al descubierto muchas carencias que afectan al sector más vulnerable de la población, el pobre. No solo pobre económicamente, también socialmente despreciado, abandonado en términos educativos y excluido de los festines políticos, que basados en mentiras descaradas expuestas en los medios de comunicación tradicionales, alimentan el odio (o amor) hacia personajes ciegos ante magna injusticia.
Pero, ¿sus ojos realmente no ven?, a simple vista se puede apreciar que en sus intervenciones ante las cámaras, medio alimentador del circo que todos y todas debemos observar por horas en esa caja, fiel amante de desayunos, almuerzos, onces y cualquier actividad que nos apetezca, se observan personas con brillantes luceros que, a diferencia de las más de 360 personas mutiladas durante las protestas comenzadas el 18 de octubre, pueden ver el país con una panorámica total, o así creemos.
Sus ojos son ciegos, aunque biológicamente esto no sea así. Ignoran la realidad que quebranta cuerpos y espíritus día a día, que luchan por tener el pan, té, mantequilla y tema de conversación, a pesar del hacinamiento, violencia, escasez de recursos (de toda índole) y otros malestares que se perpetúan en el tiempo, intentando que sus caras demuestren una señal de alegría ante su descendencia, pareja, amistades, mayores o simplemente con su persona.
Vivimos de sentimientos rotos entre deudas y despidos, esfumados entre listas de espera y sueldos bajos, enmohecidos entre torturas y mentiras y ultrajados entre pensiones deprimentes y educación al mejor postor.
Que triste es saber que los que no ven son los que nos observan y saben dónde dañarnos, empobreciendo tu día a día (literalmente).
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