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Año XVI, 26 de abril de 2024


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Los gobernantes de ceño fruncido

Columna de opinión por Maximiliano Salinas
Viernes 22 de mayo 2020 16:41 hrs.


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Padre nuestro que estás en el cielo

Lleno de toda clase de problemas

Con el ceño fruncido

Como si fueras un hombre vulgar y corriente

No pienses más en nosotros.

Nicanor Parra, Padre nuestro: Obra gruesa, 1969.

 

Nicanor Parra habló más de una vez del ‘ceño fruncido’. Es una imagen recurrente. En su poema Cordero pascual dice: “Y no lo comamos con el ceño fruncido”. En el poema Hace frío: “Los astrónomos yankees / Examinan el cielo con el ceño fruncido / Como si estuviese lleno de malos presagios”. En su poema Chile dice: “Da risa ver a los campesinos de Santiago de Chile / con el ceño fruncido / ir y venir por las calles del centro”. En su poema Padre nuestro: “Padre nuestro que estás en el cielo / Lleno de toda clase de problemas / Con el ceño fruncido / Como si fueras un hombre vulgar y corriente” (Obra gruesa, 1969). En su discurso de recepción a Pablo Neruda en la Universidad de Chile en 1962 dice: “La seriedad con el ceño fruncido / Es una seriedad de juez de letras / La seriedad con el ceño fruncido / Es una seriedad de cura párroco.” (Discurso de la Universidad de Chile, 1962). ¡El ceño fruncido! Es la actitud del hombre o de dios turbado por la realidad que lo circunda, cercado por un mundo que lo determina y aplasta, incapaz de desenvolverse con naturalidad, con soltura y elevación. Es la señal del hombre atrapado en su laberinto, enredado en su jaula. Es exactamente el ser humano o divino sin asomo de lucimiento ni de comunidad. Sin libertad, igualdad, ni fraternidad.

Los gobernantes de nuestro país mantienen hace rato el ‘ceño fruncido’. Desde hace siete meses, desde el 18 de octubre de 2019, no tienen otra cara que poner. En primer lugar, durante el estallido o rebelión social, se les descompuso el ceño, se les frunció el ceño. Adoptaron, acorralados, una actitud defensiva. “Sabemos que el Demonio no te deja tranquilo / Desconstruyendo lo que tú construyes” (Nicanor Parra, Obra gruesa). Dijo Sebastián Piñera: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite, incluso cuando significa pérdidas de vidas humanas, que está dispuesto a quemar nuestros hospitales, nuestras estaciones del Metro, nuestros supermercados, con el único propósito de producir el mayor daño posible a todos los chilenos […]. Ellos están en guerra contra todos los chilenos de buena voluntad que queremos vivir con libertad y en paz.” (Radio Cooperativa, 20.10.2019).

¡Pues a la guerra, a las armas! Los gobernantes emplearon todos los aparejos permitidos o no, legales y no tanto, para combatir al mismísimo Demonio desconstructor. Unidos como un solo hombre, “en esta batalla que no podemos perder”, expresaba el presidente, sitiado en La Moneda, con un cordón de vallas papales tendido por las fuerzas de orden. Con el apoyo material de los históricos reinos europeos. “En los últimos doce meses, Gran Bretaña ha vendido al gobierno de Chile aproximadamente cien millones de dólares en armamento de control de masas” (Diario de la Universidad de Chile, 16.4.2020). Los llamados a la demonización de los adversarios políticos fueron fatales y constantes. El ministro de Salud Jaime Mañalich hizo el cotidiano recuento de las víctimas, heridos, traumas oculares, de la represión policial.

A partir del mes de marzo la pandemia no hizo sino prolongar, por desgracia, sin más ni más, el reconocido talante autoritario de los gobernantes de la nación. Otra vez, con mayor consternación, ante el surgimiento de un terrible enemigo poderoso, un virus desconocido e implacable, que no respeta a nada ni a nadie, los gobernantes se tornan los protagonistas únicos de esta guerra sin cuartel. El presidente Piñera identifica no sólo una sino dos pandemias: la del virus, y la pandemia social, asociada a la recesión del sistema capitalista mundial. Dos enemigos, a falta de uno. El ministro de Salud de otrora llama esta vez a un combate desigual: “Vamos a estar pendientes e intensamente volcados a ganar la ‘batalla de Santiago’.” (24 Horas, TVN, 3.5.2020; ver el notable artículo editorial de Sergio Urzúa, La batalla de Maipú, El Mercurio, Santiago, 10.5.2020, A 3).

¿Tiene que ser necesariamente este el lenguaje de los gobernantes?

Volvamos al ‘ceño fruncido’. Para Nicanor Parra el ‘ceño fruncido’ es el gesto invariable de un tipo humano o divino encerrado en su íntimo laberinto, embarazado en su mañosa ineptitud, preso, aislado. Decir que Dios tiene el ‘ceño fruncido’ es decir que no está bien situado en ese lugar tan alto. Como que no está bien puesto en su lugar. Humberto Maturana enseña que el lenguaje de guerra, de combate, obedece a un horizonte cultural patriarcal nutrido en el miedo y la desconfianza. Ahí no queda más que vencer o ser vencido. No es el lenguaje del diálogo en común de unos y otros, del cuidado personal e interpersonal, de la cálida comunicación e intimidad matríztica, donde no hay amigos ni enemigos de la humanidad. Pues todos somos la humanidad. El lenguaje de ‘ceño fruncido’ exaspera la angostura que vivimos. Necesitamos imaginar el mundo de otro modo, a partir de las metáforas mistéricas de la vida, y de las imágenes más familiares del resguardo amoroso de la vida en común. Ningún gran desafío de la historia se enfrenta con el individualismo maltrecho y enteco de la autoridad de ‘ceño fruncido’.

Claro que es posible defender la vida de otra manera.

Es posible hacer política de otra manera.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.