Confinados: qué pasa con el Tiempo

  • 28-05-2020

Agustín de Hipona, a quien conocemos como San Agustín, es uno de los padres de la Iglesia Católica. En “Confesiones”, uno de sus grandes libros, relata su vida y su conversión al cristianismo, en un camino que va desde la incredulidad de su juventud hasta la fe de su vida madura. Su relato, sin embargo, no es un simple anecdotario acerca de sus experiencias personales, sino que está lleno de reflexiones filosóficas que han sido fundamentales para el desarrollo posterior del cristianismo y de la filosofía europea. Uno de los libros más conocidos de “Confesiones” es el Libro XI, en el que reflexiona de modo acucioso acerca del Tiempo, el fragmento más célebre de ese libro, señala: “¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar luego de él? Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.”

A San Agustín le interesa preguntarse por el Tiempo porque al poner en relación al ser humano con el Dios cristiano, resalta la diferencia entre la vida temporal y finita y la eternidad. La finitud de la existencia humana está directamente relacionada con su carácter temporal: nacemos, crecemos y morimos, como todo lo que existe, pero el ser humano es el único ser que puede hacerse la pregunta por el tiempo.

Entonces, ¿qué es el Tiempo? la forma en que medimos el Tiempo nada nos dice acerca de la esencia misma del Tiempo, porque la medición del tiempo es una convención artificial y convencional. Como dice Olivier Marchon en su libro “30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo”, “la medición del tiempo es, en efecto, como un barniz tranquilizador. Cuando se rasga, el tiempo nos aparece desnudo y no podemos evitar hacernos preguntas más esenciales. Nombrar el tiempo, contarlo, brinda la ilusión de que lo controlamos y permite, tal vez, ahorrarnos la pregunta angustiante de su esencia”

Podemos decir que hasta antes del coronavirus, vivíamos en una suerte de presente hipertrofiado, bajo la permanente imposibilidad de recuperar experiencias significativas de nuestro pasado, erosionado por tanta imagen, por tanto estímulo y tanto trabajo, pues para recuperar momentos de plenitud hay que estar contemplativos; probar una y otra vez, darse el tiempo para dar con el tiempo y, la verdad, hasta antes de estar confinados, vivíamos un poco embotados al fragor de nuestras vidas, en una suerte de puro presente, sin relatos trascendentes, sin historias que tuvieran real importancia.

Hoy, en situación de pandemia y crisis sanitaria, la ruptura de la rutina diaria se hace sentir y la perspectiva del paso del tiempo se ha modificado de manera drástica. No es que el reloj se haya detenido, sino el hecho de que el tiempo no se reduce meramente a su medición objetiva se ha vuelto evidente.

Y ahora bien ¿qué podemos vislumbrar a través de esta fisura que se abre a partir de nuestra experiencia de encierro y su relación con este tiempo que parece detenido? Lo primero a considerar es que el tiempo disponible para ponernos contemplativos es un bien preciado que aparece muy mal repartido, es algo a lo que no se puede acceder universalmente, ya que requiere la previa satisfacción de una serie de necesidades materiales indispensables; lo segundo, son la serie de imposiciones de mercado de las que muchas veces, aun siendo conscientes, igual nos atrapan: nuestras vidas cotidianas siguen marcadas por la realización de trabajos productivos, domésticos, de cuidado y también por una estructura repleta de ideales y objetivos de producción y consumo.

Quedarse quieto mirando el techo, escuchar música, aventurarse a ver cosas por fuera del algoritmo. Retomar lecturas de libros olvidados, fantasear mucho, mirar por la ventana, conversar solo por el gusto de charlar, conversar en soledad y silencio con una misma, permitirse estar mal, colapsar y no rendir al cien por ciento de nuestra capacidad. Quizás sería enriquecedor permitirnos que estas actividades aparezcan en nuestros relatos de cuarentena, pues constituyen pequeñas fisuras en el modelo de producción, que, en lugar de desesperarnos, podrían impulsarnos a reflexionar sobre cómo queremos retomar nuestro Tiempo cuando salgamos de esta situación.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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