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Educación

La formación docente en contextos de incertidumbre

Columna de opinión por Claudio Sanhueza M.
Martes 21 de julio 2020 20:56 hrs.


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Señor Director:

Si algo sabemos los profesores es que todo momento es una oportunidad de aprendizaje y que todo espacio es un lugar de enseñanza. Sabemos que las crisis son nuestro hábitat natural, vivimos en la duda, en el claroscuro de las intenciones y los resultados. Sabemos que lo que nos sirvió un año no necesariamente nos servirá el próximo, que no todos aprenden de la misma manera. Lo incierto es nuestro mapa. Como ahora, que un virus mandó a todos los estudiantes para la casa. Miramos por la ventana y la escuela que conocíamos ya no estaba ahí.

¿Qué hacer cuando la escuela ya no está, cuando la sala está vacía? ¿Nos vamos también para la casa? ¿Detenemos el reloj?

Cuando empezamos las clases online en el colegio, durante las primeras semanas inundamos a los niños con tareas, con vídeos de apoyo, con guías de matemáticas. Pronto entendimos que no podíamos seguir así. Tuvimos que repensar y ordenarnos para que cada familia pudiera organizarse según sus propios tiempos. Las tareas ahora serían desafíos con elementos caseros. Asumimos que cada niño tiene un contexto y disponibilidad tecnológica diferente. Comprendimos que eran tiempos de contención, de juegos, de acompañamiento, de invención.

Las instituciones de educación superior, entre ellas las de formación docente, también se han ido adaptando al contexto online, se han flexibilizado los formatos de clases y las evaluaciones. Pero en los cursos de práctica se vive una tensión diferente, se cuestiona su validez porque no hay “terreno”, se escuchan voces que hablan sobre un año perdido o de esperar que volvamos a la normalidad para que los estudiantes hagan su observación o intervención en aula. Estamos como en una pausa de aprendizaje.

Sin embargo, la escuela sigue funcionando, los niños están ahí. ¿No es éste un momento histórico inigualable para promover en nuestros futuros profesores el aprendizaje situado? ¿De mostrarles la escuela real que se mueve, muta y adapta? En algunos casos son experiencias por Zoom, en otros se plantean actividades por WhatsApp, se comunican por radios comunitarias, en otros se sigue porfiando con la pedagogía de la acumulación, de la guía semanal o quincenal. Todas ellas son experiencias que nuestros docentes en formación deben vivenciar, analizar, criticar, evaluar. Esa también debe ser su práctica en terreno.

Edgar Morin nos señalaba hace ya 20 años que uno de los conocimientos de la nueva educación es asumir y comprender el principio de incertidumbre. La identidad profesional docente no es estática, no es reciclable como nuestros programas, “no se forja en el vacío sino en contextos concretos de experiencia y relación: se fragua, en definitiva, en el juego de unas transacciones sociales y biográficas que están sometidas a cambio y evolución” (Altarejos et al., 1998, p. 80).

No podemos detener el reloj en la formación docente de nuestros estudiantes. No podemos hacer una pausa esperando volver a la normalidad de la sala de clases. La escuela nunca se fue, su esencia no es el Power Point ni la pizarra, su fundamento no está en sus ventanas y patios, sino en la pregunta, en el diseño de experiencias situadas, en el seguimiento del aprendizaje de niños reales. Como señala el mismo Morin: “aunque conservemos y descubramos nuevos archipiélagos de certidumbre, debemos saber que navegamos en un océano de incertidumbre” (2006, p. 76). Y nuestros futuros docentes deben navegar ese océano también.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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