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Año XVI, 26 de abril de 2024


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Ritos mortuorios en tiempos de pandemia

Columna de opinión por Denisse Parra Giordano
Jueves 30 de julio 2020 7:33 hrs.


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A pesar de que la única certeza que tenemos desde que nacemos es que en algún momento vamos a morir, en Chile es un tema tabú que escasamente se habla. ¿Por qué nos complica tanto expresar nuestras opiniones al respecto?, ¿es el miedo de lo incontrolable, a lo desconocido, el dolor que nos dejó alguien que partió inesperadamente o solo el pavor de reconocer que todo tiene un tiempo definido?; hasta nuestra propia existencia?.

En el contexto actual de crisis sanitaria se ha afectado fuertemente el hecho que las personas en agonía no puedan despedirse de sus familiares, muriendo aisladas, llegando incluso a la supresión de rituales tradicionales como el velorio. No obstante, ¿han conversado con su familia si prefirieran no tener un velorio?, es decir, como es una tradición damos por hecho que debe realizarse, pero ¿le preguntaron a la persona antes de fallecer que deseaba?; o finalmente ¿los deseos del fallecido quedan olvidados por sobre la necesidad de cerrar ciclos de los familiares pudiendo ellos decidir todo el proceso restante desde su lado de la vereda?

Para esto es importante recordar lo ancestralmente importante en nuestra tierra americana, para los mapuches, yaganes, alacalufes y otros pueblos originarios, la muerte no es tema prohibido y menos una situación de tristeza. Por el contrario, se conversa claramente los deseos de cada integrante en la comunidad, y aunque la partida de un ser querido ocasiona pesadumbre, se entiende que es un momento de paz y descanso para el muerto; así, se despliega el “descanso” como una ceremonia en torno a la partida, que permite la separación entre lo espiritual y lo material.

Entonces, ¿de dónde viene este sentimiento de infelicidad con la muerte?. Dentro de las variadas tradiciones llegadas desde Europa, viene el hábito de velar a una persona, debido a que en la edad media no se tenía la certeza de la muerte o catalepsia del muerto; de este modo, el presunto fallecido quedaba sobre la mesa de la casa y los integrantes de la familia continuaban con las actividades cotidianas a la espera que este despertara o se concretizara su muerte por descomposición.

Pues bien, en el contexto de crisis humanitaria actual es entonces cuando nos cuestionamos la necesidad de un ataúd costoso y un cortejo lujoso que demuestre la opulencia en vida del fallecido. Entonces el problema no es fallecer en pandemia, es morir en un modelo capitalista que empuja a tener cada día más, al consumismo incluso en un acto tan natural como la muerte. Pues siendo objetivos ¿acaso el muerto descansará mejor en el más allá si el ataúd es de oro como hemos tenido casos en Chile, o menos si es sólo de madera terciada o de roble?. Sin duda estas desiciones no tienen sustento si pensamos que en tradiciones como las ghanesas los ataúdes representan el trabajo realizado en vida del difunto.

Se entiende que cada persona vive sus procesos individualmente, y quizás precisa de ciertos ritos mortuorios para su conciliación de la relación con el fallecido. Sin embargo, se debe tener presente los reales deseos de la persona muerta, pues es su muerte y partida. Le preguntamos a los menores que desean hacer para su cumpleaños, a los adultos a quienes quieren invitar a una fiesta en su celebración; empero, ¿respetamos los deseos de cada persona en la última reunión que damos en su honor?

La inquietud es clara, pues existe un marco legal en el cual nos movemos actualmente por el contexto, entonces ¿que hacemos con el despliegue de banderas, entonación de himnos, lanzamiento de pétalos u otros ritos que consideramos actos imprescindibles para la resolución de este proceso de morir y apoyo en el duelo a sus personas cercanas?

La invitación es a conversar sobre la muerte, tanto de como llegamos a ella con el uso de medidas extraordinarias o se prefiere atención compasiva, y si deseamos la donación de órganos o nos negamos rotundamente. Se comprende que pueden existir diferencias al interior de una familia, esentonces que son temas que deben ser conocidos, discutidos y acordados conforme a las tradiciones propias, en el contexto religioso y legal en que se desarrollen; facilitando el proceso a la persona que queda a cargo con todo el peso de los acontecimientos, su propio dolor y resolución con esta muerte.

Dedico estas palabras a mi padre, quien murió y vivió conforme a sus convicciones en tiempos de pandemia.

La autora es Profesora Asociada Departamento de Enfermería Universidad de Chile.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.