Sebastián Piñera, o la escasez del tiempo

  • 01-09-2020

En la entrevista televisiva realizada por Cristian Warnken una y otra vez el presidente de la República se vio apremiado por la falta de tiempo. “Pensé que íbamos a tener más tiempo”. “Perdón, un segundo”. “Lo voy a decir en dos segundos”. “Si usted me da treinta segundos”. “Espérese un momento”. La escasez del tiempo. Acostumbrado probablemente a disponer del tiempo, a controlar los tiempos, a su regalado gusto, esta vez el presidente se vio desprovisto de tiempo. Lo lamentable es que no alcanzó a desarrollar en profundidad alguna idea en particular. Todas fueron quedando a medio camino. Una tras otra. Sucesión de tiempos cortos, cortados. Contrariado por el entrevistador, como si fuera una competencia intelectual o deportiva cualquiera, llegó a decirle: “Me la ganó de nuevo, déjeme pasar una”. La entrevista se fue volviendo un maremágnum de esbozos, indicios, asomos, preanuncios. No tuvo tiempo el presidente ni de hablar ni de exponer ni de proponer latamente sus ideas. De corrido, sí, recitó, la rima LIII de Bécquer ‘Volverán las oscuras golondrinas’, y ‘Piececitos de niño’ de Gabriela Mistral. No era lo que pensábamos oír. Tampoco lo esperaba sin duda el entrevistador, profesor de literatura. Llamaron la atención sus referencias, breves, a la cultura francesa. Citó a Pascal, a Descartes, a Antoine de Saint-Exúpery. Los políticos más próximos, fueron Georges Clemenceau y Philippe Pétain, del tiempo francés de las guerras mundiales. No faltaron las alusiones breves a Shakespeare, y a Winston Churchill, con su expresión de sangre, sudor y lágrimas. Cultura general. Tampoco escasearon las reconocidas alusiones a su familia, sus lazos de sangre, las particulares y opuestas personalidades de su madre y de su padre. Las tertulias con los padres fundadores de la DC. Un tiempo perdido. Confesó sí pasarlo muy bien con sus nietos. Ahí el tiempo era una panacea. Aunque confesó su amor por la historia, casi confunde a Ramón Freire con Joaquín Prieto. Tendió a decir que entre 1860 y 1960 habíamos avanzado en la democracia, aunque reconoció que la guerra civil de 1891 fue una dificultad no menor al respecto. Pasó de Balmaceda. También de Allende, a pesar de la pregunta acuciosa del entrevistador. Al fin, no dejó de aludir entusiasta, de paso, de pasadita, al nuevo premio nacional de Historia con su obra sobre Andrés Bello, y su pasión por el orden.

El presidente reconoció su principal defecto, la impaciencia. Al fin, un problema con el tiempo. No respetar el ritmo del tiempo. Sentir la implacable escasez del tiempo. “El que apurado vive, apurado muere”. “No por mucho madrugar amanece más temprano”. La sabiduría popular aplaca a los impacientes, sobre todo a los poderosos de este mundo, los que quieren ganar tiempo, como si el tiempo fuera su propiedad. “No me gusta perder”, confesó. Perder el tiempo, probablemente sea para él un agravio. Por eso su voluntad por estar en todo tiempo y lugar. El caso es que el tiempo pasa, y a lo mejor, o a lo peor para él, no a su favor. El tiempo neoliberal se agota. Por doquier. Al fin el presidente ha contagiado su impaciencia, su afán por disponer del tiempo. Hasta el entrevistador se tornó impaciente, como nunca. Como que el tiempo se había fugado hacia otro lugar.

El tiempo fugaz, la fuga del tiempo. La entrevista que comentamos reveló en suma una conmovedora pérdida del tiempo. Echamos de menos el tiempo pausado, lleno, inspirador, creador. Un tiempo jugado y conjugado con la emocionada historia del pueblo de Chile. Un presidente impaciente, un entrevistador impaciente. Al fin, el presidente le agradece al entrevistador el regalo de un libro de Gabriela Mistral. “Yo pensé que me lo había regalado a mí no más”, dice el entrevistado, como un semi reproche, como semi ofendido. Como fuere no se habló del libro ni de Gabriela. Más allá de los trajinados “Piececitos”. No hubo tiempo. A lo mejor hasta el tiempo de entender a la Mistral. En los años 40, pocos años antes que naciera Sebastián Piñera, le escribió Gabriela a Eduardo Frei: “Pasó mi tiempo, Eduardo Frei, y yo no tengo nada grato ni aquiescente que decir a los santiaguinos. Ir allá a decirles mi verdad 100 % sería sólo hacer un escándalo. […]. Yo no hablo su lengua. Parece que nunca la hablé, por otra parte. Pero sólo ahora veo eso en claro.” (Gabriela Mistral a Eduardo Frei, ¿1943?, ¿1944?).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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