La participación secundaria

  • 12-11-2020

Desde hace ya muchos años se evidenciaban, en Chile, los síntomas de una fuerte crisis social, expresada en diferentes aspectos como el medioambiente, género, pueblos originarios y el ámbito educativo, junto a muchos otros. Si bien todos estos llevan a la explosión social de la revuelta de octubre, no han sido estos encausados por los conductos tradicionales de la política chilena, actualmente tan deslegitimada, sino que por diversos movimientos, tales como las organizaciones territoriales (cabildos y asambleas) y el movimiento secundario.

Los secundarios hemos sido los sujetos políticos gatillantes de muchos procesos de gran envergadura en nuestra historia, incluso antes del 18 de octubre. Desde la “Revolución de la chaucha” en el ‘49, cuando estudiantes secundarios y universitarios lograron derogar el alza al pasaje del transporte público, hecho que indirectamente permitiría la creación de la CUT ante la necesidad de mayor organización, pasando por las Federaciones de Estudiantes Secundarios de Santiago (Feses) durante los 80’s, quienes lucharon desde los inicios contra la dictadura. Así también pasó con los movimientos de 2006 y 2011, que instalaron por primera vez desde la vuelta a la democracia el concepto de garantizar una educación pública, gratuita y de calidad en respuesta a las malas condiciones del sector estatal que, municipalizado, había llevado incluso a la aparición del “liceo acuático” A-45 Carlos Cousiño de Lota; y especialmente durante el estallido social, cuando la organización estudiantil autoconvocada, ajena a los partidos políticos, organizó las primeras movilizaciones, llamando a protestas y evasiones que generaron el nexo que la gente necesitaba para actuar y entender que “no son 30 pesos, son 30 años”.

Capacidad de agencia

Llega a ser curioso ver cómo comenzó la revuelta: durante la semana previa al 18 de octubre, mientras la gente seguía viviendo normalmente sus vidas, estudiantes secundarios hacen el llamado vía redes sociales a manifestarse contra el alza del metro en Santiago. No fue desde los partidos políticos, sino desde grupos sociales que se difundió y entre frases como el “Cabros esto no prendió” del Ex-Presidente del Directorio de Metro de Santiago, y los “No es la forma” que se seguían escuchando, más y más gente se sumó a las manifestaciones. Probablemente quienes pregonaban esos discursos nunca pensaron que se llegaría a un proceso constituyente como el que estamos viviendo hoy.

La evasión masiva al Metro de Santiago fue el inicio de la revuelta y demostró que los secundarios querían hacer cambios. Su capacidad de agencia, es decir la aptitud que tiene un grupo de personas para transformar su realidad, se hizo notar inmediatamente. Gatillaron un cambio de narrativa, ya no un “en la medida de lo posible”, sino que “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Si bien puede pasar como irrelevante, cabe hacerse la pregunta de por qué posterior a la vuelta a la democracia los estudiantes secundarios siguieron siendo parte de esta “punta de lanza” social. Por una lado, la vivencia material de las magras condiciones que ven en sus cercanos: el hecho de que más del 50% de las personas perciben ingresos no mucho mayores al sueldo mínimo, la marginalidad urbana, considerando la existencia de más de 45.000 viviendas en campamentos, de las cuales el 52% son familias nucleares con hijos[1], también las bajas pensiones que muestran el futuro que podría existir, cuando incluso con cotizar entre 25 y 35 años las cifras de pensiones, según el último informe de la superintendencia de pensiones, fluctúa tan solo entre los 200 y 300 mil pesos[2].

Además, la facilidad que las redes sociales entregan para organizarse rápidamente, como fue el caso de la marcha del 25 de octubre, que congregó más de 1 millón de personas y, por sobre todo, las ansias de ver las cosas cambiar, no solo para ellos, sino que para nuestras familias. Son esas duras condiciones de vida y la frase “¿Qué tenemos que perder?” lo que permite la generación de un actor social con fuertes ansias de cambio y sin ningún riesgo de daño a sus queridos, garantizando una libertad de acción, “con todo sino pa’ que”.

Probablemente estos tres puntos sean compartidos a través de las décadas, donde los secundarios hemos demostrado nuestra capacidad de agencia, pero un último punto, no menos importante, tiene relación con que los secundarios nacidos post dictadura no vivimos el trauma de las experiencias de nuestros padres y abuelos frente a este periodo con miedo, sino que las luchas que se dieron y la falta de justicia vigentes las sentimos propias. Uno podría decir que se genera una consciencia internalizada de la narrativa del “Aún queda mucho por hacer”. Lo anterior, reforzado por las detenciones y el abuso policial que se vive durante las protestas por parte de las fuerzas de orden, permite ver cómo las cosas se han mantenido, en esencia, iguales.

Estos factores han logrado crear una masa crítica que, entendiendo su contexto, busca cambiar la narrativa tradicional de la economía social de mercado chilena, no enfocándose solo en propuestas parche al sistema, sino que apuntalando estas reformas con el objetivo claro de acabar con el neoliberalismo y la falta de democracia efectiva en el país. Ha sido tan notoria esta causa común que, durante los meses del estallido social en 2019, diversos grupos secundarios del país nos conformamos con una base de ideas similares, siendo estas la horizontalidad y el rechazo al sistema imperante, incluyendo sus aristas de representatividad política y el modelo económico.

Y han sido las organizaciones territoriales, nacidas del estallido, las que han conferido las mayores instancias de diálogo vinculante con los secundarios, abandonando el adultocentrismo tan presente en los años anteriores, llevando a cabo relaciones en terreno de iguales, incluso en instancias de organización como las Coordinadoras de cabildos, tanto en Providencia como Ñuñoa, apoyando colectas, manifestaciones y organizando eventos.

Punto clave de la integración participativa es la que se espera que ocurra para la primaria de “Alcaldía Constituyente” en Santiago Centro, colectivo que aglomera organizaciones territoriales y partidos de la comuna que buscan una nueva dirección municipal. Este bloque presentó la idea que personas pudiesen votar de manera vinculante desde los 16 años en sus primarias. Todas estas acciones hablan de un reconocimiento efectivo de la capacidad de razonamiento y análisis crítico de la sociedad que poseemos los secundarios quienes, tanto en 2006 como 2011, se nos reconoció como contrapartes legítimas, por ejemplo en la mesa de diálogo con el ex ministro de educación, en 2011, en la cual estuvieron presentes miembros de colegios técnicos, y representantes de las dos coordinadoras secundarias de la época.

Proceso constituyente / participación democrática

Finalmente, han sido estas bases de participación directa y mejoría de las condiciones de vida presentes, las que han permitido plantear una narrativa distinta a los procesos tradicionales. De más está destacar la desconfianza por parte de un sector mayoritario de secundarios organizados ante el proceso constituyente, en el cual si bien triunfó la opción “Apruebo”, la modalidad de “Convención Constituyente” sigue siendo altamente cerrada, especialmente si se compara con otros procesos de cambio constitucional en el mundo, como el de Islandia, donde la participación vinculante con la ciudadanía estuvo presente en cada paso de la redacción del texto fundamental, por medio de sesiones abiertas para que la gente opinase y la posibilidad de demostrar cada postura a través de redes sociales.

Asimismo, aún queda pendiente la creación de mecanismos para la participación efectiva y vinculante de secundarios, quienes desde hace tiempo ya sugerimos que se rebaje la edad de votación a 16 años. Esto partiendo del supuesto que para tener una democracia verdaderamente universal se debe partir de un supuesto maximalista; es decir, restringir la votación justificadamente y no al contrario, garantizando el derecho a voto sólo a quienes se considere justificable dárselo. Es importante mencionar que esto ya es un hecho a nivel internacional, tanto en Austria, donde la edad mínima para votar es 16 años, como en algunas municipalidades de Alemania.

A los estudiantes se nos dice que somos el futuro, que debemos ser los líderes del mañana. Ese futuro ya llegó, somos el presente. Y por sobre todo, es que no hay tiempo que perder si queremos un futuro distinto, reparar los errores del pasado, comprendiendo la narrativa de nuestro país, no se logrará “pateando la pelota al córner”. Debemos ser nosotros los que sembremos las bases de este ideal hoy, no mañana, y mucho menos en la “medida de lo posible” que se entendió como el “mínimo posible”. Las condiciones hoy son claves para un cambio real, y todos deben ser parte de este si es que se quiere un futuro en dignidad.

[1] Catastro Nacional de Campamentos, Minvu, 2019

[2]https://www.spensiones.cl/apps/centroEstadisticas/paginaCuadrosCCEE.php?menu=sci&menuN1=pensypape&menuN2=penspag

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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