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Frente Polisario: El alma de una nación en lucha

Columna de opinión por Mohamed Zrug
Viernes 7 de mayo 2021 15:09 hrs.


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A la memoria de sus mártires, presos y desaparecidos.
En homenaje a sus mujeres. A sus fieles militantes.
Y en eterno reconocimiento a sus líderes:
Luali Mustafa, Mohamed Abdelaziz y Brahim Gali.

Mohamed Zrug Yumani*

Evocar el saldo de 48 años de vida del Frente Polisario (10 de mayo de 1973), no es tarea fácil. Porque aun siendo pocos en la vida de un pueblo, no es menos cierto que al ser precisamente de un movimiento de liberación, el salto cualitativo y de inflexión, que ha representado el POLISARIO en la historia del pueblo saharaui, no tiene precedentes.

En especial, si partimos de las complejas circunstancias consecuentes de un siglo de sometimiento colonial, blando, pero sometimiento al fin y al cabo, que marcaron su creación; agravadas por el miope prisma de la guerra fría, que apenas hacía esfuerzos a la hora de clasificar al mundo, entre aliados y enemigos. Como nunca fuimos ni lo suficientemente “occidentales” para los paladares de los unos, ni lo exóticamente “orientales” a los ojos de los otros, no podían predecir –voluntad de los saharauis aparte- que lo que emergía, como abrumadora fuerza política sencillamente nacionalista, iba a ostentar por cerca de cinco décadas, la adhesión casi unánime del pueblo saharaui.

Como buena parte de mi generación, nacida al albor del Frente Polisario, habíamos sido expulsados de nuestras casas, antes de que nuestro pueblo se diera cuenta de la magnitud de la traición en ciernes. España, acababa de entregar en Zarzuela nuestras cabezas como ofrenda a dos regímenes expansionistas, a cambio del reconocimiento internacional al suyo. Se iniciaba, la epigrafía de lo que esperaban, fuera nuestro epitafio.

El éxodo, las cárceles secretas; los bombardeos indiscriminados de civiles; los vuelos de la muerte y las fosas comunes, emergieron como supurantes cicatrices, que surcaban el cuerpo de un pueblo noble, pero traumatizado, que entonces como ahora, se resistía a asimilar que semejante barbarie en su contra estaba en marcha, ni menos, que fuera bendecida por Madrid. Durante casi cinco décadas, aguardamos en vano un sincero mea culpa; un por qué, de la España democrática.

Esa es mi historia. La del Frente Polisario, ligada a la de mi pueblo, quien debió recoger y sanar sus mutilados supervivientes, desde la única y estrecha frontera, de la cual no nos habían marcado como diana. Y nos volvimos a levantar.

Luego, habría que ser un necio para preguntarse aún hoy a los saharauis sobre cuáles son “esas inconfesables” motivaciones de alianza con Argelia, que no fueran las que emanan de un elemental deber de justicia, al salvarnos de un exterminio. Mientras otros, sencillamente habían optado por lo que les pareció, la mejor y más práctica solución: barrernos de la faz de la tierra.

Cuando dentro de dos años, habremos cumplido medio siglo, y como fuera que la libertad no podría ser sino nuestra, son tantas las cosas de las que como saharauis estaremos eternamente orgullosos y a la vez, agradecidos a la titánica y noble obra del Frente Polisario.

La fundamental reside quizá en haber mantenido viva la permanente ilusión de todo un pueblo en su Estado propio: la RASD. Un país abierto, tolerante; progresivamente más igualitario; capaz de colmar el ansiado anhelo de emancipación. Una nación, de hombres y mujeres libres; conscientes del enorme coste que han tenido que pagar, para conservar el privilegio de seguir existiendo. Con un aporte por lo demás, sustancial y novedoso, a los procesos históricos de emancipación africanistas y latinoamericanos, en los cuales ancla su profundidad cultural y estratégica.

Es por todo ello que la inmensa mayoría de saharauis y su movimiento internacional de solidaridad identifican en el Frente Polisario al único instrumento político posible para el logro de la definitiva y genuina justicia. Y seguiría ostentando dicha exclusividad, mientras Marruecos continúa empeñado en su rechazo antidemocrático de encadenar las urnas, por evitar la consulta política de nuestro pueblo sobre su futuro.

El Frente Polisario es además, el único proyecto político de emancipación, creado por los propios saharauis, que sustentado en el tiempo, no han sido pocos aquellos quienes en defensa de sus siglas ofrendaron sus vidas. Muchísimos, recordémoslo hoy aquí, en circunstancias terroríficas.

Es ésa doble cualidad y no otra, de ser a la vez Organización genuina, popular; depositaria de continuidad y memoria; portadora de un colosal acervo de sacrificio, lo que quizá explica, muy a pesar de nuestros adversarios, el hecho de que el Frente Polisario, por encima de cualquier consideración continúa siendo, cuarenta y ocho años después, el alma de una nación.

Pretender militar por la libertad, la autodeterminación, la justicia y hasta por la democracia en el Sahara Occidental y no ejercerlo, por o en simpatía de lo que representa el Polisario, en un horizonte de negación absoluta a los más elementales derechos del pueblo saharaui, es sencillamente un burdo intento de falsificación de la historia, cuando no, de arriesgado ejercicio de cinismo por perpetuar el futuro padecimiento del pueblo saharaui.

En el desafío de Gdaim Izik y el grito de rebeldía del Gargarat, de noviembre de 2010 y noviembre de 2020 respectivamente, convergen suficientes lecciones que infieren a concluir que la renovación del compromiso saharaui con su movimiento de liberación, lejos de ser un patrón cíclico, es una determinación permanente y en creciente auge.

Evidentemente, son también muchos los desaciertos; algunos lamentables y tantos otros, los desafíos por encarar, que requerirán de valentía, generosidad y determinación. Ninguno que la Organización no haya asumido no obstante como lección o contribución, a su propia capacidad de compaginar la obligada regeneración, que sirva al espíritu de sacrificio, responda a la cohesión, democratización y sistematización de ideas; tan necesarias para seguir siendo, un movimiento popular, integrador e incluyente; cuyo objetivo reside únicamente en liderar la lucha de una nación, hacia la independencia; dentro de un contexto internacional huelga decirlo, complejo, fluctuante e interdependiente; donde no ha lugar a la debilidad, la blandenguería ni menos, a la perfidia.

En consecuencia, y esta es la segunda conclusión, no habrá solución justamente imaginable, ni posiblemente justa en el horizonte para la ineludible descolonización del Sahara Occidental, sin el Polisario.

Pretender insistir en aventurismos y aproximaciones contrarias, como las airadas en las últimas tres décadas, solo conducen a la situación sobradamente conocida por todos. Frustrados todos los alientos e intentos de una paz con justicia, las actuales generaciones del Frente Polisario están convencidas de una indefectible y a la vez, desconsolante deducción: La resistencia armada, continúa siendo el único lenguaje disuasivo probado, al que Rabat suele prestar sus enteros sentidos.

Partimos de un fiasco de 30 años de amañado proceso político, que lejos de encauzar la natural descolonización del Sahara occidental, había conducido al sostenimiento de un hecho colonial consumado que derivó en una sangrante situación de impunidad. Tentar con profusa desidia tantas veces la dignidad de los saharauis, echó el resto.

Lo anterior, es preciso evocarlo para contextualizar el momento sumamente complejo y a la vez impostergable de lucha, en el que se encuentra inmerso el proyecto de liberación saharaui, a favor del cual, ha conquistado por lo pronto y para siempre, la batalla por el reconocimiento internacional a la inalienabilidad de su autodeterminación.

He aquí, donde también estriba otro riesgo no calculado del recalcítrante Mohamed VI, del que debieron advertir no pocos de sus más forofos amigos, en especial, por las graves consecuencias de inestabilidad para la región. De cómo en medio de una crisis política y económica galopante, un monarca exánime y seriamente contestado, tras perder la bonanzas de un largo remanso de paz, decide tirar por la borda su menguado capital político y esperar salir inmune.

Las opciones ciertamente para su joven sociedad y frágil trono, ante una guerra de desgaste que se presenta como mínimo encarnizada y de imprevisible desenlace, son más bien escasas para no decir, nada halagüeñas. Porque encarar el océano intentando esquivar la arrolladora miseria que pisa los talones a los millones de jóvenes marroquíes es una cosa. Pero morir por un rey en jaque; en una guerra que no es la suya y de la que no saldrán, ni menos pobres, ni más libres, es una cruz bien distinta.

No en balde, su padre que había sido igualmente sádico, pero muchísimo menos obtuso, supo pactar a tiempo, cuando ya longevo, a punto estuvo de poner en riesgo la continuidad del trono, por culpa de una guerra inútil, costosa e internacionalmente repulsiva. Nada presagia en cambio, que el vástago menor de edad pudiera correr mejor suerte.

La historia más reciente ilustra el sin fin de ejemplos, del ocaso y posterior caída en desgracia, de cuantos regímenes han pretendido erigir su imperio de miedo, sobre la dignidad de los pueblos y de cómo finalmente han sucumbido, ante la implacable indignación de sus víctimas.

De ello son plenamente conscientes en Paris y en Washington. También en Madrid. Porque llegado el momento, de por quién doblan las campanas, quizá no haya soberano a quien salvar.

Solo estarán los pueblos. Los únicos soberanos y aunque tantas veces ahogadas sus voces, son los últimos depositarios de su propia voluntad; dueños y artífices de su destino.

Como la historia no suele dar excepciones a su regla, la del pueblo saharaui tampoco. Liderado por su único y legítimo representante, continúa persiguiendo su derecho a la ineludible libertad, al cumplirse cuarenta y ocho años de experiencia, sabiduría, sacrificio y mayor determinación del Frente Polisario.

*Mohamed Zrug es un diplomático saharaui. Ex representante del Frente Polisario en Chile y Brasil.
Este artículo fue originalmente publicado en el periódico  La Voz Saharaui en España.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.