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Año XVI, 28 de marzo de 2024


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La poesía popular en Chile

Columna de opinión por Yvaín Eltit
Jueves 15 de julio 2021 12:17 hrs.


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Cuando los estudios folclóricos apenas comenzaban a concitar la atención de los especialistas, se daba en Chile una expresión clave para nuestras tradiciones, me refiero a la denominada poesía popular.

Aunque el ejercicio del verso venía de mucho antes. Podemos encontrar sus inicios en plena España en la edad media cuando en la corte del rey Alfonso X, el Sabio (1221-1284) existían dos géneros orales con gran fuerza, por un lado la poesía épica, la cual era más vasta, asociada a las grandes epopeyas que daban gloria a ese pasado remoto, pero solo acogida por una audiencia atenta y paciente, mientras que el otro género, el más popular, cuyo propósito trascendía en relatos y bañaba de tenues sonidos a quien la escuchara para seducir con la sola acción de recitar, esta era la lírica. En palabras del escritor y periodista Diego Muñoz Espinoza (1903-1990): “la lírica derramaba la imagen de bellísimas doncellas, idilios amorosos, hazañas de moros y cristianos, tentaciones, embustes, picardía”[1].

Será la misma fórmula para retratar con la palabra lo cotidiano, aquellas vivencias van modelando el paso del tiempo. Más tarde a nuestra patria llegaron de la mano de los propios hispanos que nos colonizaron, el romancero (aquel género relativo al romance, consistente en una combinación métrica homónima, esto es octosílabos rimados en asonantes, en los versos pares), y la juglaría (forma de recitar historias en verso).

El primer gran exponente por estos lares será el mítico poeta y soldado Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1594), el que convierte al pueblo mapuche en leyenda con su gran poema épico “La Araucana” (1569), en palabras de Diego Muñoz: “brotaron los primeros trigales, dieron su mosto los primeros viñedos y fue amasándose un pueblo nuevo”[2].

Ya entrado el 1800, con un país que iniciaba el complejo proceso de construir su identificación proseguía viva la técnica, esto se hacía mediante la “décima espinela”, así como la décima es una poesía en estrofa constituida por diez versos octosílabos; mientras “la espinela” tomará su nombre del poeta y religioso español Vicente Gómez Martínez Espinel, más conocido como Vicente Espinel (1550-1624), el que diera forma a fijar la estructura de las rimas en abbaaccddc. Esta metodología pionera en la composición de versos se recoge en su libro “Diversas rimas” (1591).

En aquel Santiago en gestación, serían dos zonas, las que congregaron a los poetas populares provenientes del norte y sur, “El camino de cintura” y “La Cañadilla”. Asomaron nombres emblemáticos como Daniel Meneses (1855-1909), Rosa Araneda (c.1850-c.1894), Juan Bautista Peralta (1875-1933), y Juan Rafael Allende Astorga (1848-1909), éste último padre del compositor Pedro Humberto Allende Sarón (1885-1959), de hecho le dedicaría un poema sinfónico titulado “La voz de las calles”, estrenado en 1920.

En 1954 Diego Muñoz organizará junto a su esposa, la señora Inés Valenzuela Arancibia (1925), el I Congreso Nacional de Poetas y Cantores Populares con los auspicios de la Universidad de Chile y el Periódico El Siglo. Esta iniciativa marcará un precedente en los estudios de la poesía popular chilena, ya que es un evento que aspiraba a revitalizar la forma de crear, la idea utópica de generar una entidad que pudiera aglutinar y proyectar los versos lo mejor posible.

Por años Diego sería quien llevaría adelante la misión de publicar biografías y las creaciones de más de 300 poetas populares en El Siglo, renovando un oficio que para muchos en la época parecía extinto.

En nuestros días algunos refundacionalistas señalan que la poesía popular, es una especie de arte independiente de nuestro folclor, como si se tratara de un nuevo género. Es francamente imposible que la creación escape al folclor, más difuso se torna el panorama cuando los “nuevos folcloristas” no son capaces de tomar un solo libro para ahondar en quienes fueron los primeros que actuaron en el pasado.

En 1950 Oreste Plath (1907-1996) nos señala con total lucidez: “el folklore circunscribe su acción a un pueblo o a un grupo de pueblos afines entre sí, estudiando todas las manifestaciones de la vida colectiva”[3].

Se hace patente recordar que la poesía popular es coloquial, narra lo que somos y quiénes somos. Sabemos que las universidades casi en su totalidad ven con distancia y desprecio a nuestro folclor, pues esa otra poesía más de libros se contrapone al ejercicio espontáneo y refrescante del pueblo. Pero la poesía popular misma se deforma cuando se le introducen elementos politiqueros, se contamina y se transforma en cualquier cosa, menos en lo que Rosa Araneda, Juan Rafael Allende o el mismo Alonso de Ercilla pregonaron a viva voz.

Y con esto no pretendo ser puritano ni mucho menos ortodoxo, pero creo que todo debe situarse en su justa medida, un claro ejemplo de cómo juventud y vanguardia hablan desde los versos que hemos analizados, son los del cantautor valdiviano Camilo Eque (1992), y no delirantes que por tocar una guitarra y un pandero casándose con ideologías se autodeterminan como portadores de esta noble tradición.

Yvaín Eltit
Presidente Sociedad de Folclor Chileno

[1] Muñoz Espinoza. Diego (1968) Lira popular: una joya bibliográfica. München: F. Bruckmann KG Verlag, p. 5.

[2]  Muñoz Espinoza. Diego (1968) Lira popular: una joya bibliográfica. München: F. Bruckmann KG Verlag, p. 6.

 

[3] SIGNIFICACIÓN DEL FOLKLORE. Por Oreste Plath. Revista en Viaje, Santiago, Nº 202, primera parte, agosto 1950, pp. 32-33.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.