Otros imaginarios sobre la migración

  • 30-03-2023

El sentimiento anti-inmigración que se apodera de Chile, tal como de otros lugares del mundo donde llegan otros grupos de personas, tiene al menos tres elementos en común: la deshumanización, la culpabilización por los problemas de la sociedad nuevos y antiguos y la generalización (todos son iguales). Así, los inmigrantes se convierten en la suma de todos los males, en quienes que echaron a perder un país que era maravilloso antes.

Pero no todos los migrantes son delincuentes ni todos los delincuentes son migrantes. Nos concentramos en ver a aquella minoría que se enrola en el crimen organizado y en otras actividades ilegales, lo cual está bien, pero aquello no debería ocurrir a costa de invisibilizar a esa gran mayoría que desde distintos lugares rema con el resto de la comunidad para las distintas tareas de la vida cotidiana. Se nos olvida, por ejemplo, que durante los atemorizantes tiempos de la pandemia quienes sacaban la basura de las casas y quienes llevaban la comida a las casas eran extranjeros. Por necesidad, cumplieron con arriesgadas tareas sin las cuales el confinamiento -a quienes pudieron hacerlo- hubiera resultado imposible.

Según Naciones Unidas, el número de migrantes internacionales (personas que residen en un país distinto al de nacimiento) alcanzó en 2020 casi los 272 millones en todo el mundo, de los cuales 164 millones son trabajadores migrantes. Dice la Agencia de la ONU para Refugiados, ACNUR, que uno de cada tres migrantes en el mundo lo hace obligadamente, mientras otra cantidad indeterminada no se movería de su lugar de origen si tuviera mejores condiciones para su vida cotidiana. En resumen, lo que ocurre en Chile no es distinto a lo que ocurre en el resto del mundo y quienes se desplazan suelen no hacerlo por gusto, sino por obligación.

Durante el fin de semana, tuvimos la oportunidad de ver el muy interesante y conmovedor documental Human Flow (Marea Humana), del famoso artista y activista chino Ai Weiwei (por de pronto está en MUBI). Es distinto pensar en los migrantes en general, con los imaginarios instalados que ya conocemos, que ver a madres con sus hijos ateridos llegando a la costa ateridas, o hacinadas en carpas en la frontera porque el país del frente no los deja pasar. Esta apelación humanitaria nos exige una respuesta, que la propia ONU reconoce que no es sencilla, pero que por ningún motivo puede traducirse en la indiferencia. Ser refractarios a la migración o negarse a colaborar con países vecinos, como parece ser en la actualidad la posición del gobierno boliviano, no es una manera a la altura de los tiempos de enfrentar el problema.

Tratándose la migración de un fenómeno mundial y de un fenómeno de nuestra época, la institucionalidad debe adaptarse para responder adecuadamente a una situación que llegó para quedarse. La institucionalidad migratoria en Chile es evidentemente insuficiente y precaria, requiere fortalecimiento, pero desde una perspectiva integral que debe incorporar por supuesto la dimensión policial y de seguridad pública, pero no puede ser la única. En resumen, estas líneas son una invitación a incorporar otras variables al debate migratorio, fenómeno que hace 50 años hizo desplazarse a cientos de miles de chilenos y que, no escupamos al cielo, por las razones que sean no estamos libres de que nos afecte mañana.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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