A propósito del libro: "Carmelo. Matar dos veces a un mismo hombre"

  • 21-04-2023

A Carmelo lo asesinaron dos veces, reiteran los autores de este libro de investigación periodística a cargo de Andrés López Awad y Camilo Pérez Alveal, editado por Ceibo como parte de su colección 50 años. Una, cuando los agentes de la brigada Mulchén de la Dina lo torturaron hasta la muerte en la casa de Lo Curro que ocupaban Michael Townley y Mariana Callejas. Otra, cuando los distintos gobiernos de la Concertación se negaron a certificar de manera clara su calidad de funcionario internacional. Un detalle no menor en tanto esto último impedía que el crimen fuera amnistiado.

A estas dos muertes yo agregaría un tercer asesinato de Carmelo Soria, quien al momento del crimen estaba casado desde hacía 20 años con la doctora Laura González-Vera  Marchant, la querida Bisagra, hija del Premio Nacional de Literatura José Santos González -Vera, y era  padre de tres hijos: Laura, nacida en 1958;  Carmen, en 1960, y  Luis, en 1965.

El tercer asesinato a que me refiero es el perpetrado por una prensa cómplice de la dictadura que se hizo parte del montaje preparado por los aparatos de seguridad para hacer aparecer este brutal crimen como un accidente producto del alcohol y estado emocional de este funcionario internacional y militante de la resistencia, pues un anónimo introducido en unos de sus bolsillos daba cuenta que “sus sospechas tenían fundamento” apuntando a una infidelidad de su esposa.

Este tercer crimen fue encabezado por el decano de la prensa chilena, y consignado por la periodista María José Vilches en el libro “El diario de Agustín. Cinco estudios de casos sobre El Mercurio y los derechos humanos (1973-1990)”.Lom/Icei  2009, y nos habla del rol de algunos medios de comunicación y de un periodismo sin ética y cómplice de la barbarie.

Un periodismo que también es autor de titulares célebres como el del vespertino La Segunda, “Exterminados como ratones”, refiriéndose a 59 detenidos desaparecidos en Chile, que el montaje los hacía aparecer “cayendo en operativo militar en Argentina”.

“Carmelo.  Matar dos veces a un mismo hombre” es un libro que nos demuestra que el buen periodismo de investigación puede desplegarse con buena pluma sin perder rigor y calidad. Nos exhibe que, a 50 años del Golpe, o a 47 años de este crimen, aún falta mucho por narrar, documentar, investigar. Y que aquella máxima de que periodismo es todo aquello que alguien quiere ocultar sigue vigente más que nunca.

Estructurado en tres partes, un epílogo y los anexos, en el que se incluyen el organigrama de los servicios represivos y fotografías de Carmelo y su familia, el libro de 230 páginas cuyas fuentes son no solo los expedientes judiciales y los diarios de la época sino, además, una serie de entrevistas con la familia y con parte de los personajes que protagonizaron uno de los crímenes emblemáticos de la dictadura cívico-militar,  el texto abre con una cita de Pedro Lemebel y con un párrafo de Carmen Soria quien a modo de prólogo señala que “gobernar en la medida de los posible, costumbre instaurada en la mayoría política de este país, es perpetuar el olvido y la muerte.”

La voz de la hija del medio, de esta Carmen rebelde y valiente quien en una escena memorable plasmada en este libro la vemos a sus 13 años desafiando el día del Golpe a los vecinos que proferían insultos y lanzaban tomates al hogar de los “rojos”, y con la puerta de calle abierta, el himno  de la Unidad Popular a todo volumen, empuñando una pistola encontrada en un armario de su hogar advertía a gritos: “aquí no entrarán los weones….”.

No sé si ese día o tres años después se acabó la infancia de Carmen y la de su hermanos, cuando premunida con una varilla entregada a ella y a su hermana Laura por los agentes policiales, debía rastrear las aguas del Mapocho buscando un cuerpo…¡El de su padre!

Me detengo en Carmen Soria porque es una fuerza que recorre cada página de este libro como una suerte de conciencia ética, de pepe grillo, o de piedra en el zapato, como alguien la llamó, que dibuja sus líneas desplegando la voluntad de no rendirse, de interpelar a la justicia, al poder político, a los criminales, a toda una sociedad.

Esa voluntad que los autores recogen con acierto como si se tratara de una energía que los guía en esta larga búsqueda de la verdad, esa voluntad, y la de Laura González-Vera , que resiste y se opone al silencio, es la que logra también, y vaya la hazaña, que en 1998 el dictador fuera apresado en Londres.

Retorno a estas páginas para destacar la fluidez narrativa de sus autores, la versatilidad de una escritura capaz de describir la brutalidad del horror y el compromiso amoroso de toda una familia, para dar cuenta de los contextos y atmósfera de un tiempo de canallas, para transmitir y documentar la maldad, la complicidad criminal y finalmente la impunidad.

Y es que Andrés López Awad y Camilo Pérez Alvear no son meros transmisores o portadores de datos. No es un informe aséptico el que tenemos aquí, no es ese periodismo de investigación que copia y pega los documentos judiciales y se parapeta tras las fuentes para no involucrarse. Aquí hay un compromiso, una narración, un punto de vista, una posición detrás de los autores. Un compromiso con los DDHH, con la verdad, la justicia, la democracia…. Todos elementos que están en los cimientos de la formación ética de un periodista y que no pasan de moda, aunque a muchos se les olvide.

Apunto a esto porque este libro se inscribe en una sólida tradición de periodismo de investigación con títulos que han hecho historia. Y no me referiré a las generaciones mayores, con exponentes de la calidad de Patricia Verdugo con “Los Zarpazos del Puma”, acompañada por María Olivia Monckeberg, Ascanio Cavallo, Mónica González, Manuel Salazar  o de nombres más recientes como  Juan Cristóbal Peña con “ Los Fusileros”, Alejandra Matus y su “Libro Negro de la Justicia Chilena”, etcétera. .  Sino a las nuevas generaciones, con figuras como Javier Rebolledo, Óscar Contardo o más jóvenes como Rodrigo Fluxá…

En esa escuela, en esa tradición entran estos jóvenes autores que no le temen a la memoria y que, con este libro, “Carmelo. Matar dos veces al mismo hombre”, se hacen parte de una tradición y a la vez nos ratifica que aún hay un país por narrar.

A mediados de los años noventa conversé largamente con Laura González-Vera, Bisagra, como le decían sus padres porque desde niña le chirriaban los huesos. Admiré su temple y coraje y escribí un texto sobre ella y Carmelo publicado en el desparecido Diario La Época.

Busco en mis archivos y no lo encuentro y, entonces, acudo a mi memoria y veo a Bisagra evocando esa voz profunda y asturiana de este hombre de su tiempo, escuchando la voz de Carmelo en los versos de Miguel Hernández, y me detengo en el recuerdo del episodio de la amiga que en una fiesta en la que estaban ambos le leyó a Carmelo las líneas de las manos y le dijo que su muerte estaría relacionada con algo que ocurriría con su cuello, como asfixia, o ahorcado….

La adivina no estuvo lejos, Carmelo luego de ser secuestrado y de sufrir torturas, fue destustuzado por el oficial del ejército Guillermo Salinas, miembro de la Brigada Mulchén, de la Dina y al cierre de este libro gozando de libertad.

“Pobre Chile”, fueron las últimas palabras de Caramelo musitadas en medio de su tortura. Son las únicas que pudieron sacarle porque nadie del equipo que con él hacía la revista clandestina “Dulce Patria”, fue detenido.

Carmelo Soria, español militante antifranquista, junto a su hermano Arturo Soria impulsores de la editorial Cruz del Sur, amigo de Neruda y La Hormiguita, asiduo junto a su familia de la casa en la quinta Michoacán; y protagonista del mundo intelectual y libertario del Chile republicano de la década de los sesenta fue asesinado un día de julio de 1976. Este libro reconstruye esa historia, ese crimen, así como el espíritu inclaudicable de una familia en su lucha por la justicia y la verdad.

Gracias a los autores por este rescate riguroso, feroz, de una memoria que a 50 años del Golpe nos sigue interpelando como sociedad.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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