Y la reivindicación de Pinochet por la Concertación fue aún mayor en el ámbito económico. Es decir, en la aceptación que hicieron sus gobiernos de las estructuras económicas y sociales heredadas de la dictadura que respondían a un neoliberalismo extremo y a los intereses de los grandes grupos económicos nacionales y transnacionales. Así, legitimaron y consolidaron las privatizaciones; el Plan Laboral; las AFP; las Isapres; la ley minera; la LOCE-LGE; las universidades privadas con fines de lucro; el sistema tributario que permite la “elusión” de los más ricos; los subsidios a las empresas forestales; la irrelevancia de los sindicatos, juntas de vecinos, cooperativas y de los colegios profesionales y técnicos; etc.
Pero incluso fueron mucho más allá en esa dirección: Condonaron las privatizaciones hechas con total infracción a la probidad efectuadas en la fase final de la dictadura y que la Concertación se había comprometido a revisar; profundizaron el proceso de privatizaciones de empresas del Estado y de privatizaciones o concesiones de servicios públicos a grandes grupos económicos; exterminaron virtualmente el conjunto de diarios y revistas de centro-izquierda que se habían creado con muchas dificultades bajo la dictadura; “neutralizaron” TVN a través de una ley que la colocó bajo un consejo directivo que le otorgó a la derecha un virtual derecho a veto; se negaron a devolver los bienes del diario “Clarín” a su dueño, -Víctor Pey- quien se había comprometido a relanzarlo; provocaron concretamente la privatización de más del 70% de la gran minería del cobre; insertaron solitaria y subordinadamente la economía chilena al mercado mundial a través de tratados bilaterales de libre comercio con países industrializados mucho más poderosos; etc.
El ideólogo concertacionista, Edgardo Boeninger, reconoció el carácter derechista de la evolución del liderazgo de la Concertación, ocurrido a fines de los 80, y que fundamentó los procesos anteriores: “Las propuestas del programa (de la Concertación, en 1989) comprometieron un marco para el orden económico que, sin perjuicio de sus evidentes propósitos electorales, tuvo el sentido más profundo de reducir el temor y la desconfianza del empresariado y de la clase media propietaria, condición necesaria para sostener, en democracia, el crecimiento sostenido de la economía logrado a partir de 1985 (…) La incorporación de concepciones económicas más liberales a las propuestas de la Concertación se vio facilitada por la naturaleza del proceso político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes (…) Al mismo tiempo, por primera vez en muchas décadas, la derecha se sintió portadora de un proyecto político-económico ganador –la economía de libre mercado abierta al exterior-, que debía darle opción de triunfo –si no en 1989- en elecciones futuras. Los militares, por su parte, y en especial Pinochet, sentían que el modelo económico preservado por ellos, pese a los difíciles años de crisis, constituía un legado histórico perdurable que por sí solo justificaba su prolongada permanencia en el poder” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997; pp. 368-70 y 375).
Diversos líderes de la Concertación continuaron alabando el modelo económico de la dictadura, y algunos ¡a Pinochet mismo! por haberlo establecido. Así ya en 1993 el entonces presidente Aylwin declaraba que “la apertura de la economía chilena, la cual llevó a un rápido desarrollo –el proceso de privatización y el cambio de orientación desde una estrategia de importación a una de exportación- fue por supuesto algo que inició el gobierno militar. Nosotros continuamos y aceleramos este aspecto de las políticas previas” (El Mercurio; 21-8-1993).
Por su parte, en 1999 el destacado intelectual del mundo PS-PPD y director de Comunicaciones durante el gobierno de Aylwin, Eugenio Tironi, escribía: “La sociedad de individuos donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías. Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido (…) Las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte liberalizador de los años 70 y 80 (…) Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo” (La irrupción de las masas y el malestar de las elites. Chile en el cambio de siglo; Edit. Grijalbo, Santiago; pp. 36, 60 y 162).
Y quien fue ministro de Hacienda de Aylwin, senador, presidente del PDC y canciller de Bachelet, Alejandro Foxley, en una entrevista en 2000, dijo: “Pinochet realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países del mundo. Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró en ese gobierno el año 73, con Sergio de Castro a la cabeza, en forma modesta y en cargos secundarios, pero que fueron capaces de persuadir a un gobierno militar –que creía en la planificación, en el control estatal y en la verticalidad de las decisiones- de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc.
Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos de algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar. Su drama personal es que, por las crueldades que se cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000).
Esta apología de Pinochet y de su obra contrastan completamente con las palabras que el mismo Foxley pronunció en 1984 como líder del PDC en el ámbito económico, en el seminario que congregó a centenares de profesionales y técnicos “humanistas cristianos” entre el 12 al 15 de enero de 1984, luego de un trabajo de casi tres años efectuados por decenas de comisiones agrupadas en el “Proyecto Alternativo”: “El proyecto de transformación económica y social (de la dictadura) se inspira en ideas extranjeras que buscan convertir al hombre en un consumidor y a la sociedad en un gran mercado. Se trata de un proyecto neoliberal. De acuerdo a este modelo de sociedad, las relaciones entre los individuos estarán reguladas a través de un intercambio mercantil. El anonimato del mercado diluirá los conflictos. El ‘dulce comercio’ temperará las pasiones. La ‘mano invisible’ administrará con generosa equidad los recursos escasos (…) El proyecto concibe un conjunto de ‘modernizaciones’, a través de las cuales se asegurará el imperio del mercado y de los ‘precios’ en la educación, en la salud, en la previsión y hasta en la justicia. Se abre la economía abruptamente al exterior, como definitiva e ingenua prueba de nuestra seriedad libre-mercadista. Se entregan los bienes del Estado a unos pocos privilegiados a bajo precio. Se les concede a éstos el derecho a endeudarse sin límites, hasta que terminan hipotecando el futuro del país por una década. En suma, se da libre uso al libertinaje económico, mientras se suprimen al mismo tiempo todas las otras libertades” (Proyecto Alternativo. Seminario de profesionales y técnicos humanistas cristianos, Tomo I; Edit. Aconcagua, 1984; p. 113).
A la luz de este “giro copernicano”, se entiende perfectamente la verdadera euforia desatada en la derecha económica y política –nacional e internacional- a raíz de la consolidación de la obra económica de la dictadura efectuada por los gobiernos concertacionistas, y particularmente por el de Ricardo Lagos, quien era del que menos se esperaba. Así, el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, expresaba en 2005 que a Lagos “mis empresarios todos lo aman, tanto en APEC (el Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico) como acá (en Chile), porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (La Segunda; 14-10-2005). Y el empresario y economista, César Barros, escribió que a “un grupo de amigos empresarios” que temían a Lagos por su condición de socialista, los convenció por su gestión, “de que estaba siendo el mejor presidente de derecha de todos los tiempos; y el temor y la desconfianza se transformaron en respeto y admiración” (La Tercera; 11-3-2006). A su vez, el dirigente de la UDI, Herman Chadwick, expresó que “el Presidente Lagos nos devolvió el orgullo de ser chilenos. Hizo grandes reformas en la sociedad chilena que estaba muy ahogada” (El Mercurio; 21-3-2006). Y el empresario pinochetista Ricardo Claro declaró en 2008 que “Lagos es el único político en Chile con visión internacional, y está muy al día. No encuentro ningún otro en la derecha ni en la DC” (El Mercurio; 12-10-2008).
Y en términos más generales, el destacado cientista político de RN, Oscar Godoy, al ser consultado si observaba un desconcierto en la derecha por “la capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico”, respondió: “Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho” (La Nación; 16-4-2006).
Esta total admiración de la obra de la Concertación por parte de la derecha se ha mantenido incólume con el paso de los años. Así, en 2019 la jefa del comité de senadores de la UDI, Ena von Baer, declaró que “Chile Vamos es el heredero de la Concertación, porque estamos orgullosos del país que la Concertación, en conjunto con nosotros, construyó” (La Tercera; 20-4-2019). Opinión compartida por el entonces presidente de RN, Mario Desbordes, quien dijo que von Baer hace “un análisis muy acertado”; y que “un hecho sintomático de los últimos años es que quienes defendíamos a Ricardo Lagos y su legado éramos los líderes de la centro-derecha” (Ibid.). Y por el diputado UDI, Jaime Bellolio, quien afirmó que “los herederos de la Concertación, es decir, los pocos que se atreven a decir que los últimos 30 años fueron beneficiosos para el país y que nos sentimos orgullosos de aquello, son algunos de la DC y Chile Vamos, por tanto, comparto las opiniones de la senadora von Baer” (Ibid.).
Y quien ha efectuado una reseña histórica de todo esto es Arnold Harberger, adlátere de Milton Friedman en la Universidad de Chicago: “En los años 60 y 70 una fácil ideología del estatismo surgió en la gran mayoría de los países de la región (América Latina) (…) Y uno pensaba ¡cuándo van a aprender las lecciones de la ciencia económica! Yo creo que el motivo principal (…) de la Universidad de Chicago fue traer la buena ciencia económica a Chile, y yo creo que tuvimos éxito en eso. Ese convenio con las Universidades Católica y de Chile generó que tuviésemos representantes de nuestro grupo en cada gobierno (…) En los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet siempre ha habido uno o dos de este grupo. Todo eso produjo aquí (Chile) una cultura económica que es muy fuera de lo normal en Latinoamérica. Yo asistí en Cartagena a una reunión de la Asociación de Bancos de Colombia, y cuando llegué estaba hablando Ricardo Lagos (…) Y él estaba dando lecciones de economía, de regulación bancaria, y no pude encontrar una frase que no hubiera sido pronunciada por un profesor de Chicago en mi tiempo ahí, pura economía, no más. Uno ve a los diferentes partidos políticos en Chile, sus plataformas económicas, y difieren en milímetros, en centímetros, no en kilómetros. No son muchos los países que han logrado ese grado de consenso referente a la conducción de la política económica” (El Mercurio; 19-12-2010).
Por cierto, los grandes grupos económicos han sido generosos en su retribución al liderazgo concertacionista por haber legitimado y consolidado la obra política (Constitución del 80) y económica (modelo neoliberal) de Pinochet. De este modo, son decenas los ex ministros, subsecretarios, superintendentes y parlamentarios de la Concertación que han llegado a ser directores o ejecutivos de grandes empresas, bancos, AFP, Isapres, fundaciones y medios de comunicación de aquellos grandes grupos; o que han ocupado dichos cargos en asociaciones gremiales de grandes empresarios. Y también los grandes grupos económicos han sido muy generosos en el financiamiento –regular o irregular- de las campañas electorales de la elite concertacionista.
Entonces, ¿a qué cabe extrañarse de que hoy Pinochet reciba una alta valoración por su obra política y
económica, perpetuada hasta ahora por “moros y cristianos”?