Las palabras de Patricio Fernández fueron desafortunadas, minimizaron el Golpe de Estado, situándolo como un tema de las ciencias sociales y no como una tragedia social. Sin embargo, no son sorpresivas si se considera el diseño elaborado por el Gobierno es de su autoría, al menos, esa información se desprende de su carta de renuncia y agradecimiento al presidente Gabriel Boric: “Quisiera agradecerle la confianza puesta en mí para ayudarlo a construir el marco conceptual y el tono con que su gobierno espera que se conmemoren estos cincuenta años del Golpe de Estado.”
El marco conceptual y el tono de las actividades conmemorativas y discursivas no dan cuenta del país que se vivió en 1973 y tampoco del que vivimos hoy. No es posible construir mínimos comunes con una parte de la clase política que sigue justificando el Golpe de Estado y guarda silencio ante las violaciones a los derechos humanos, ideas que se infieren del diseño del periodista y escritor.
Repasemos:
El oficio ORD: 37, “Relato Oficial Conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado de 1973”, firmado por la otrora ministra de las Culturas, Julieta Brodsky, indica: “La ruptura violenta de nuestra tradición democrática trajo consigo una ola de crímenes y crueldades. Siguen existiendo deudas en materia de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición”. Hasta ahí se puede encontrar un consenso entre las organizaciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos y las orientaciones del Gobierno, más allá del coloquial término “ola de crímenes”, como si hubiese un comportamiento aislado y no una política permanente.
Con igual sentido, a través de diversos medios trascendió que el diseño de la Presidencia y del ministerio de las Culturas no admite espacios para la polarización y la nostalgia.
¿Es posible actualizar las memorias sin visitar las memorias colectivas de las víctimas y sobrevivientes?
Querer declarar que se persigue evitar la polarización evidencia la intención de obviar el pasado y el presente, diluyendo la responsabilidad que los sectores políticos y económicos tuvieron en el Golpe de Estado y las consecuencias trágicas posteriores.
Por tratarse de un acontecimiento actual y desdichado, por no ser una efeméride más, sino el acontecimiento más espantoso del último medio siglo de historia, la nostalgia es un sentimiento inherente para quienes vivieron aquel periodo y quienes se identifican con ese proyecto abortado por la fuerza.
Esa emoción nostálgica es la prueba visible de un proyecto esparcido en las nuevas generaciones que, referencialmente, siguen viendo en Salvador Allende la figura de un político honesto, valiente y visionario, un ícono latinoamericano; y en la Unidad Popular, un proyecto justo, que actualizado tiene validez en el diseño transformador de la democracia chilena.
Es llamativo que se sugiera excluir la nostalgia de esta conmemoración, pues aquella solicitud presupone no convocar al pasado, ese mismo pasado que moviliza y articula a las memorias colectivas de las generaciones de la Unidad Popular y la dictadura. Por otra parte, presupone que ese sentimiento nostálgico es propio de quien congeló su reflexión y anhela un pasado estático.
Las trayectorias vitales tienen continuos que, aunque se produzcan cismas, persisten en nuestras memorias y son parte de nuestra construcción identitaria; no es posible arrebatarles a las generaciones de los 60, 70 y 80 ese periodo marcado por el Golpe de Estado, ciclo que tiene el rótulo del dolor, pero también la huella de los propósitos que conllevan los proyectos colectivos, entiéndase la Unidad Popular, y luego, la derrota a la dictadura.
Por definición las memorias son presente y futuro, pretender cercenarlas y/o minimizar el acontecimiento fundamental que las agrupa e identifica, es un absurdo tan ingenuo como injusto.
A escasos meses de la fecha conmemorativa, el episodio Fernández puede servir para reorientar el sentido de la conmemoración y poner al centro: el valor de la democracia, discurso que ha estado presente en el Gobierno; el valor de quienes contribuyeron con sus vidas al retorno de la democracia, me refiero a las víctimas, y el valor de quienes han hecho de sus vidas la consumación de tres atributos centrales de la democracia: verdad, justicia y reparación, me refiero a las y los sobrevivientes, sin la participación de ellas y ellos todo será un simulacro.
No cambiar el tono y el concepto es perder la oportunidad de avanzar en el cuarto atributo indispensable de parte del Estado: la implementación de acciones tendientes a garantizar la No repetición en Chile de los luctuosos hechos a los que diera origen el Golpe cívico militar de 1973.
Columna basada en articulo “Apuntes para el cincuentenario del Golpe cívico-militar”, que será publicado en libro “La disputa por las memorias: reflexiones a 50 años del Golpe de Estado”, cuyos autores son académicas y académicos de la Universidad de Chile.