Los Juegos Panamericanos 2023 nos han brindado una oportunidad de fiesta y disfrute sano, acompañando a deportistas propias y foráneos en distintas regiones del país. Por algunas semanas se ha roto la hegemonía mediática del fútbol y Chile ha sido un lugar de encuentro y amistad en la región de Las Américas, precisamente en tiempos donde la guerra y el desencuentro en otras regiones subrayan el valor y privilegio que este ambiente significa.
Más allá de la competencia, los Juegos contienen indudablemente un valor cultural y simbólico significativo. Durante su organización y desarrollo, muchas personas han dado un ejemplo de trabajo duro y colectivo. Además, hemos presenciado avances evidentes en paridad de género, y hemos podido valorar la diversidad e integración gracias a ejemplos como el del cubano chileno Santiago Ford, tan importante en tiempos donde el racismo crece. Sin embargo, cuando un gobierno decide embarcar al país en un proyecto así, vale la pena cuestionarnos por el valor social que logramos generar más allá de los Juegos, porque los aproximadamente 722 mil millones de pesos que costaron (55% para construcción, reparación o renovación de los recintos), equivalentes a 19 Teletones, bien valen la pregunta.
Los Juegos Panamericanos 2023 dejarán legados significativos, los que fueron planificados como un todo, junto con los Juegos. Un legado urbano a través de la construcción de viviendas sociales en la Villa Panamericana, un legado para Las Américas que busca compartir conocimientos para futuros mega eventos, y un legado deportivo a través de capacitación de jueces y compra de equipamiento. Sin lugar a dudas, grandes e importantes avances. Sin embargo, se ha extrañado un diseño más comprehensivo e intersectorial que permita proyectar el legado de estos Juegos, hacia la promoción de “una población chilena más activa”.
En Chile, solo 17% de niños, niñas y adolescentes llega a los 60 minutos diarios de actividad física recomendados por la OMS. Mientras, el 27% de los hombres y 43% de las mujeres adultas, no alcanza los 150 minutos semanales recomendados. Entonces, ¿tiene sentido una inversión semejante en la realización de los Juegos, si no los acompañamos de estrategias y políticas sostenibles que aprovechen este momentum, promoviendo la actividad física entre los más inactivos y con mayores riesgos de salud? ¿Llegarán las personas que más lo necesitan a aprovechar la gran inversión que ha hecho Chile en sus recintos deportivos? Reino Unido, por ejemplo, al asumir la organización de los Juegos Olímpicos Londres 2012, se propuso inicialmente aumentar en dos millones el número de personas que participaban en deportes. Allí hubo aprendizajes que vale la pena destacar, por ejemplo, que creer que los Juegos por si solos “inspirarán” a las personas a ser más activas, es irreal. Por el contrario, los británicos aprendieron que deben realizarse acciones planificadas, que consideren el contexto social y político, y que estas acciones requieren tener un rol prominente e intrínsecamente integrado a la planificación del evento.
¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad de convertir los Juegos en un legado que impacte la salud de la población chilena? En lo inmediato, aún quedan los Parapanamericanos, entusiasmo por el evento y cobertura mediática. Esperemos que, en un futuro no muy lejano, podamos aprender de esta experiencia y la de países que han avanzado aprovechando estas oportunidades, y sumemos como objetivo central un Chile más activo, con liderazgos y recursos dispuestos a la altura del desafío. Para que el legado no llegue solo a la élite y no quede atrapado en los renovados recintos, sino que alcance precisamente a quienes se quedaron, esta vez, fuera del estadio.
Andrea Cortínez O’Ryan. Doctorada Escuela de Salud Pública, Universidad de Chile. Dpto. de Educación Física, Deportes y Recreación Universidad de la Frontera, Grupo UFRO Actívate; Escuela de Kinesiología Universidad de Santiago de Chile.