“La vida de Jagna”: un viaje visual y cultural

  • 07-06-2024

Esta es la cuarta versión cinematográfica que adapta la famosa novela polaca “Los campesinos” del premio Nobel de Literatura Władysław Reymont. Novela que se publicó originalmente en cuatro entregas entre 1904 y 1909, cada una de ellas asociada a una estación del año y explicitando la manera en que la naturaleza determina la vida de una aldea en el campo polaco a fines del siglo XIX. La actual película fue la apuesta de Polonia para ser considerada por los Premios Oscar de este año, entre otras razones, porque sus creadores son los mismos de “Loving Vincent” (2017) que – en términos de taquilla- es considerada la película polaca más exitosa de todos los tiempos y una de las más reconocidas a nivel mundial en la animación para adultos reciente.

La técnica desarrollada por el matrimonio compuesto por Dorota Kobiela y Hugh Welchman para “Loving Vincent” se basa en filmar la película con actores y frente a pantallas croma o en espacios referenciales a la historia, y luego pasar cada uno de los fotogramas a artistas que los pintan con oleo dándole una textura a la imagen que da la impresión de observar pinturas en movimiento, que es -ni más ni menos- lo que finalmente hay en pantalla. En “La vida de Jagna” los autores llevaron esta técnica aún más allá ya que este filme es la adaptación de una novela de más mil páginas, con cuidados movimientos de cámara que incluyen escenas masivas de fiestas y batallas. Por lo que, según sus creadores, si en “Loving Vincent” se utilizaron cuatro cuadros para generar un segundo de cada secuencia, en “La vida de Jagna” se necesitaron doce. Además también hay una búsqueda estética más ambiciosa, si en la película anterior cada personaje estaba vinculado a una reconocida pintura del artista neerlandés, en este filme la inspiración viene del período conocido como de la “Joven Polonia”, mezclándolo con inspiraciones que vienen también de las escuelas de Barbizon y de La Haya, así hay una estética familiar que remite a medio siglo de pintura europea -de la segunda parte del XIX y los primeros años del siglo XX- y que refiere a artistas como Józef Chełmonski, Ferdynand Ruszczyc, Jan Stanisławski, Julian Fałat, Leon Wyczółkowski, Piotr Michałowski, Jules Breton y Jean-Francois Millet.

El riesgo de una producción de este nivel es comprobar si el esfuerzo técnico se condice con la historia y si ésta -además de sostenerse en el virtuosismo visual de sus creadores- logra superarlo y conectar emocionalmente con la audiencia. En el caso de “La vida de Jagna” la estructura del relato es accesible y reconocible y -aunque es difícil abstraerse de la belleza de la forma- el fondo resulta también muy atractivo. Es finalmente una historia humana en un pueblo pequeño en donde el poder, las pasiones y la envidia tienen poco espacio para esconderse. La lógica del melodrama funciona eficientemente también gracias a lo exótico que puede ser para nosotros este mundo rural, sus costumbres, folklore y música, esta última absolutamente alucinante. Esa distancia cultural resulta atrayente, al mismo tiempo que la lógica de drama humano en el contexto “pueblo chico, infierno grande”, que tanto ha dado a la creación literaria y cinematográfica, nos da un gancho de familiaridad y empatía. 

Aunque los autores han sido explícitos en que quisieron mantener el espíritu de la obra de Reymont, también han señalado que les interesó hacer una revisión de ese texto poniendo los límites culturales de las personas campesinas, especialmente de las mujeres, en el centro de la narración. El resultado es un relato que recuerda otras obras como, por ejemplo, las adaptaciones de “La letra escarlata” o “Madame Bovary” en donde la pasión de una mujer que decide desafiar las normas es castigada de manera radical por su entorno, mientras que el o los hombres con los que realizó estos actos siguen su vida muy tranquilos y sin ningún tipo de sanción. “La vida de Jagna” se puede leer como una representación de un momento muy específico y contextual, construyendo un retrato en que la belleza del contexto natural tensiona los delimitados destinos de los personajes.  En términos de representación de género la historia se sitúa desde los referentes clásicos de hombres toscos, fuertes, territoriales y con muy poco manejo emocional, mientras las mujeres son sensuales, envidiosas y disponibles para la manipulación. El desarrollo de la historia es eficiente y atractivo y su propuesta visual es, sin duda, algo que vale la pena experimentar. Nos quedamos con ese final brutal y esperanzador, con el deseo de que revisitar estos relatos de hace cien años, nos permita caminar hoy hacia mejores maneras de construir destino y comunidad. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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