Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 16 de julio de 2024


Escritorio

Una noche en la urgencia: El Salvador no salva a nadie

Dos muertes en menos de 48 horas se registraron en la urgencia del Hospital El Salvador hace una semana, poniendo nuevamente en tela de juicio al sistema de emergencias en los hospitales públicos. Aunque las autoridades, a raíz de ambos casos, insistieron en afirmar que las unidades no se encuentran saturadas, radio.uchile.cl constató in situ la precaria situación que viven las personas que esperan por una atención de emergencia.

Daniela Ruiz

  Miércoles 16 de junio 2010 19:57 hrs. 
hospital_elsalvador

Compartir en

“Buenas noches, ¿ninguno muriéndose acá fuera?” Las palabras del carabinero de turno resuenan en la sala de espera de la urgencia del Hospital Salvador como una broma macabra.

El policía se queda en silencio y recorre con la mirada las butacas que se hacen pocas para la docena de personas que están de pie, no sé si esperando que alguien se ría o de verdad le digan que sí, que no pueden aguantar más.

El chiste no cae en gracia a las más de cincuenta personas que a eso de la diez y media de la noche de este lunes llevan horas esperando ser atendidos o conocer el estado de salud de los pacientes que sí han tenido la fortuna de ingresar a la emergencia.

Y es que hace exactamente una semana, en menos de 48 horas, Carolina Gómez Palma (66) y Óscar Neira Lagos (77) fallecieron en este lugar. En el primer caso, la mujer había sido dada de alta pocas horas antes, mientras que en el segundo, el paciente ni siquiera  pasó a la urgencia por falta de camas, lo que hizo que un ataque al corazón lo pillara sentado en la espera.

“Jajaja. Es que después me llega a mí”, nos dice de nuevo el carabinero, y su extraño sentido del humor me recuerda al jefe de esta unidad, Horacio Díaz, quien consultado por ambas muertes, dijo: “La gente, en general, en Chile se muere en los hospitales, así que si usted quiere venir a buscar un fallecido tiene que venir a un hospital”.

En el televisor de la sala, un programa sobre el mundial pone la alerta sobre el preocupante devenir  de la  carrera del futbolista Kike Acuña, mientras a mi lado, un señor con un pie descalzo, visiblemente hinchado, saca cuentas.  “¿Se ha fijado? Hace como dos horas que no llaman a nadie. Puro llaman a los familiares”, me dice.

Siendo las once de la noche,  Don Fernando (70) cumple siete horas esperando que vean su pie. “Me cayó un tablón y apenas puedo caminar”, dice, mientras agrega que cuando llegó sólo lo examinaron y vieron sus signos vitales, indicándole que tendría que esperar para que lo viera un traumatólogo.

Muy cerca del anciano de La Florida, está Roberto (22), quien está pendiente de la salud de su hermano Alejandro (25), motorista repartidor de sushi, quien resultó herido en un pie luego de ser chocado en Pedro de Valdivia cuando hacía una entrega. El joven llegó en una ambulancia a las diez de la noche y su hermano cuenta que el médico le dijo que está bien y que el accidente sólo tendrá como resultado una bota de yeso.

Aunque para el diagnóstico final ambos casos es similar, la diferencia radica en el grado de urgencia con que se evalúa la gente en la medida que va ingresando al centro asistencial. En Chile, para estos efectos, existe una clasificación para poder priorizar la atención: C1, son los pacientes que están más graves y requieren atención inmediata; C2, son de mediana gravedad, los que deben ser atendidos a lo más en media hora; C3 son pacientes leves y los C4, quienes pueden ser enviados a sus casas.

Dicha categorización parece lógica y coherente, sin embargo, el problema radica en que en las emergencias de los hospitales públicos chilenos, dada la falta de personal y la carencia de camas, el tiempo de espera no puede ser asegurado por nadie, ni siquiera en promedio. “Es que está colapsado… Ojalá me atiendan antes de la una” dice Don Fernando.

A pesar que, según las cifras, en urgencias de El Salvador trabajan siete profesionales, entre médicos, anestesistas y otros, los que atienden a unas 240 personas diarias y realizan ocho operaciones en promedio, las autoridades insisten en que el sistema no está saturado. Así al menos lo afirmó la subsecretaria de Redes Asistenciales, Giovanna Gutiérrez, quien fue enfática al señalar que “no tenemos en este instante una relación oferta – demanda que no permita una adecuada atención de los pacientes”.

La afirmación es como el afiche que adorna una de las murallas de la sala: “Estamos trabajando para usted: más espacio,  más acogedor, mejor atención”, reza. Sin embargo, un rayado de lápiz en el mismo, parece manifestar el sentir de los que pasan por este lugar: “Ninguna de las anteriores. Salud indigna”.

La señora Patricia (68) llegó con su marido, Ernesto (72), a las seis de la tarde y fue ingresado de inmediato, debido al ahogo que le causaba el líquido en sus pulmones. A las pocas horas llegaron a acompañarla sus hijos Claudia (48) y Gonzalo (43), quienes dormitaron gran parte de la noche, esperando que su madre trajera  noticias del padre.

“El médico dice que no puede dejarlo, porque está lleno, hay gente por todos lados”, les explica Patricia cuando llega a la sala de espera, ante el disgusto de  Gonzalo. “¿Quieres que lo dejemos en el pasillo?”, le espeta con algo de rabia y tristeza. “Es como un dolor de muelas, le dan la pastillita y a la casa”, relata la mujer, mientras les cuenta que en muchos casos, los doctores no esperan a los familiares para contarles personalmente cómo se encuentran los pacientes “llegan y les dicen que ahí el médico les dejó un informe”, comenta.

La noche fría pasa sin contemplación en El Salvador, donde, sin duda, el kioskero que vende café  y  cigarrillos es el único contento. A veces alguien llora, en otras se siente partir a la ambulancia o llegar a los carabineros, y aunque la gente se reduce a la mitad cuando son las dos de la mañana, el letargo es el mismo que al comenzar la noche.  “Es que acá uno no se da cuenta cómo pasan las horas y ya es la una, las dos”, indica una mujer. “Por eso se muere gente acá”- le contesta su acompañante, con un dejo de conformismo, como quien dice “es lo que hay”.

Síguenos en